La voz del padre de mi padre está en el murmullo de
las aguas que corren.
Estamos hermanados con los ríos que sacian nuestra
sed.
Los ríos conducen nuestras canoas y alimentan a
nuestros hijos. Si les vendiéramos nuestras tierras
tendrían que tratar a los ríos con dulzura
de hermanos, y enseñar esto a sus hijos.
Ustedes son extranjeros que llegan por la noche a
usurpar de la tierra lo que necesitan. No tratan a la
tierra como hermana sino como enemiga. Ustedes
conquistan territorios y luego los abandonan, dejando
ahí a sus muertos sin que les importe.
Ustedes tratan a la tierra madre y al cielo padre como
si fueran simples cosas que se compran, como si fueran
cuentas de collares que intercambian por objetos. Su
apetito terminará devorando todo lo que hay en las
tierras hasta convertirlas en desiertos. Nuestro modo de
vida es muy diferente del de ustedes, nuestros ojos se
llenan vergüenza cuando visitan sus poblaciones. Tal
vez esto se deba a que nosotros somos silvestres y no los
entendemos.
En sus poblaciones no hay tranquilidad, ahí no puede
oírse el abrir de las hojas en primavera ni el aleteo de
los insectos. Eso lo descubrimos porque
somos silvestres.
El ruido de sus poblaciones insulta a nuestros oídos.
¿Para qué le sirve la vida al ser humano si no puede
escuchar el canto solitario del pájaro, si no puede oír la
algarabía de las ranas al borde de los estanques?
Nosotros tenemos preferencia por los vientos suaves
que susurran sobre los estanques, por los aromas de este
límpido viento, por la llovizna del medio día o por el
ambiente que los pinos aromatizan
las aguas que corren.
Estamos hermanados con los ríos que sacian nuestra
sed.
Los ríos conducen nuestras canoas y alimentan a
nuestros hijos. Si les vendiéramos nuestras tierras
tendrían que tratar a los ríos con dulzura
de hermanos, y enseñar esto a sus hijos.
Ustedes son extranjeros que llegan por la noche a
usurpar de la tierra lo que necesitan. No tratan a la
tierra como hermana sino como enemiga. Ustedes
conquistan territorios y luego los abandonan, dejando
ahí a sus muertos sin que les importe.
Ustedes tratan a la tierra madre y al cielo padre como
si fueran simples cosas que se compran, como si fueran
cuentas de collares que intercambian por objetos. Su
apetito terminará devorando todo lo que hay en las
tierras hasta convertirlas en desiertos. Nuestro modo de
vida es muy diferente del de ustedes, nuestros ojos se
llenan vergüenza cuando visitan sus poblaciones. Tal
vez esto se deba a que nosotros somos silvestres y no los
entendemos.
En sus poblaciones no hay tranquilidad, ahí no puede
oírse el abrir de las hojas en primavera ni el aleteo de
los insectos. Eso lo descubrimos porque
somos silvestres.
El ruido de sus poblaciones insulta a nuestros oídos.
¿Para qué le sirve la vida al ser humano si no puede
escuchar el canto solitario del pájaro, si no puede oír la
algarabía de las ranas al borde de los estanques?
Nosotros tenemos preferencia por los vientos suaves
que susurran sobre los estanques, por los aromas de este
límpido viento, por la llovizna del medio día o por el
ambiente que los pinos aromatizan
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