Existencia e importancia de los impulsos básicos
La existencia humana se desenvuelve en una constante interacción de dos polos opuestos y complementarios, que son: el hombre y el mundo, el individuo y la sociedad, la unidad y el conjunto.
El ambiente penetra y presiona al individuo en determinadas formas y direcciones. Pero, a su vez, también el individuo irrumpe con fuerza en el mundo que le rodea con varios objetivos: obtener de él los elementos que desea o necesita, tratar de modificarlo en determinado sentido, y expresar y comunicar sus contenidos internos.
Esta exteriorización o salida del hombre hacia el exterior implica la existencia dentro de él de poderosas fuerzas que le impelen a determinadas acciones y le condicionan para ciertas formas de reacción. A estas fuerzas direccionales primarias que están detrás de sus actos concretos constituyendo la motivación fundamental de los mismos, las denominamos impulsos básicos.
Si se quiere llegar a comprender el porqué y el cómo de la conducta humana es absolutamente necesario que antes de entrar en el estudio de los mecanismos y motivos más complejos y particulares de la personalidad, se conozcan y se asimilen perfectamente la naturaleza, forma y sentido de estos impulsos básicos. Una vez esté bien adquirido este conocimiento, será relativamente fácil ir superponiendo al mismo los diversos órdenes de nuevos factores que actúan en el hombre y que contribuyen a la concreción de las innumerables acciones de la vida diaria.
Los impulsos básicos, en efecto, son los que dan fuerza, dirección y sentido a la conducta humana. Estas solas razones bastarían por sí mismas para justificar plenamente el cuidadoso estudio del tema que nos ocupará en esta sección.
Los tres tipos de impulsos básicos
La Vida. en su acepción más fundamental, es una triple manifestación dinámica que comprende los tres elementos siguientes:
– Energía.
– Conciencia.
– Forma.
El impulso dinámico inherente a la naturaleza de la Energía tiende imperiosamente a una progresiva expansión de estos elementos en todo ser vivo, y por lo tanto también en el hombre, dando lugar a los verdaderos impulsos básicos y centrales de la conducta. Impulsos que podemos denominar también necesidades, puesto que precisamente por ser básicos generan la necesidad estricta de su satisfacción.
Tenemos, pues, así, los siguientes tipos de impulsos o necesidades básicas:
I. Impulsos que tienden a dar plena expresión a toda la energía latente en el interior del individuo.
La energía psíquica, en efecto, tiende siempre a expresarse, a liberarse, a manifestarse de una forma u otra. Su carácter dinámico exige en todo momento encontrar una vía disponible o en caso necesario buscará la forma de crear otra vía nueva a través de la cual poder fluir y exteriorizarse. Si en una persona, junto con su ambiente, concurren circunstancias armónicas, esta energía será la fuente poderosa de su acción e iniciativa, pero en el caso contrario, esta misma energía podrá ser el motivo de graves conflictos y fracasos.
La naturaleza de la energía psíquica tiende a oponerse a todo obstáculo que dificulte su camino y a evitar todo estancamiento. Este, cuando se produzca, ha de ser en todo caso de carácter transitorio, accidental y con el solo objeto de que la energía pueda acumularse hasta cierto grado para producir después determinados efectos que requieren una elevada intensidad energética. En el caso de que la energía estancada no llegue a dinamizarse por bloqueos indefinidos, entonces se convertirá en causa de perturbaciones físicas o psíquicas que alterarán el buen funcionamiento de la personalidad, en mayor o menor grado según los casos. como veremos detenidamente más adelante.
La energía psíquica es el elemento motor de toda manifestación de vida. Y esto no sólo en las manifestaciones objetivas o externas de la conducta, sino también en el aspecto subjetivo o interno del existir humano, esto es, en los estados de conciencia. en los que la energía psíquica determinará su grado de intensidad.
Como es obvio, la energía psíquica nunca puede expresarse tal como es en sí misma, en estado puro, puesto que al dinamizar las diversas estructuras y funciones de la personalidad adquiere automáticamente el carácter propio de la función dinamizada. Así, distinguimos sus varias manifestaciones como si se tratara de energías esencialmente distintas: energía física. emotiva, mental, etc.
En el común de las personas, los niveles a través de los cuales se expresa mayor cantidad de energía son: el físico, el instintivo–vital y el afectivo–emocional.
La casi totalidad de los impulsos tendentes a expresar la energía interior, se encuadran en su manifestación concreta dentro de uno y otro de los dos restantes tipos de impulsos básicos.
II. Impulsos que tienden a conseguir la progresiva expansión de la conciencia, en amplitud, altura y profundidad.
Esta expansión de conciencia se produce, en primer lugar. a medida que el hombre va desarrollando normalmente sus mecanismos o estructuras personales: a través de la percepción sensorial descubre el mundo exterior y percibe su propia unidad física que le diferencia de cuanto le rodea; a través de su estructura instintivo–vital toma conciencia de su mundo de apetitos y de su capacidad de satisfacerlos; a través del nivel afectivo se siente a sí mismo estrechamente ligado a toda la gama de sentimientos y emociones que surgen de su interior y, a la vez, a las personas u objetos a que se refieren tales sentimientos; a través de la mente aprende a manejar las representaciones de las cosas y se adhiere a determinadas ideas que le parecen ser su propia verdad y realidad, y por último, a través de sus niveles superiores, cuando éstos actúan, presiente la existencia y el valor extraordinario de un mundo trascendente que culmina en su noción de Dios y de Absoluto, hacia el que siente emerger en su interior una nueva categoría de ideas y sentimientos.
Es característico de este tipo de expansión de conciencia, al que se limitan la gran mayoría de las personas, el que se produzca inevitablemente una identificación de la realidad del sujeto con dichos fenómenos subjetivos, es decir, que la persona se confunda con sus deseos, sentimientos e ideas. Así, cuando los deseos tienden a ser satisfechos y cuando los sentimientos e ideas que vive son positivos y reafirmativos de su propio valer e importancia, se siente plenamente dichoso, feliz, como si él, en su realidad intrínseca de sujeto y protagonista, quedara efectivamente reafirmado por el devenir transitorio de sus pertenencias. La persona que vive habitualmente en este plano toma conciencia de sí misma tan sólo en sus fenómenos y, por consiguiente, su autoconciencia depende por completo de la naturaleza –siempre contingente y accidental– de los mismos.
Una consecuencia de esto es que la casi totalidad de sus acciones se encaminarán decididamente a buscar ideas, estados de conciencia y emociones agradables y a rehuir o evitar los desagradables. La selección de estos elementos agradables diferirá con las personas, pero aparte de otros factores particulares podremos ver la tendencia general de estos valores cuando estudiemos los temperamentos. Veremos entonces que para ciertas personas lo bueno y positivo es la comodidad, la aceptación social, la convivencia afectuosa; para otras, en cambio, tiene mucho más valor la acción, la lucha, el triunfo, la independencia, el poder, y por último, que otras prefieren en primer lugar la habilidad, el estudio y la reflexión, el aislamiento, el cultivo de los sentimientos estéticos, etc.
Por consiguiente, si bien los estados de conciencia siguen inmediatamente a las actividades o a las situaciones, puesto que son su consecuencia natural, también por el hecho de la adhesión y búsqueda por parte del sujeto de determinados estados subjetivos, éstos se convierten en la verdadera causa y razón de gran parte de su conducta.
Pero detrás de este tipo normal de expansión de conciencia, que también podríamos calificar de elemental, existe en el ser humano una necesidad más profunda y permanente hacia cuya satisfacción tienden en realidad consciente o inconscientemente todas sus acciones, todos sus deseos e inquietudes. Es la necesidad de sentirse vivir a sí mismo con toda la fuerza y plenitud, el anhelo de llegar a la evidencia profunda e inmediata de su propia realidad, el deseo de realizar la plena conciencia de su ser y existir.
III. Impulsos que tienden a la formación, desarrollo y conservación, hasta un límite determinado, de las formas o estructuras que componen los diversos niveles del hombre: cuerpo físico, estructura instintivo–vital, la mente, etc.
En los niveles físico e instintivo–vital, estos impulsos se manifiestan en las llamadas necesidades primarias o biológicas: hambre, sueño, etc. En los niveles afectivo e intelectual, determinan todas las necesidades espontáneas de ejercitar las funciones correspondientes: amar y ser amado, comprendido, aceptado, adquirir conocimientos de las cosas, de la gente, comunicar las propias ideas, etc.
El vigoroso impulso al desarrollo y conservación de cada una de las estructuras personales que se traducen en una multitud de necesidades concretas como las ya citadas del hambre, sueño, afecto, curiosidad intelectual, etc.–, no sigue expresándose en el adulto de un modo indefinido, sino que en cada persona tiene un límite diferente, y, dentro de una misma persona, varían la intensidad y duración de los estímulos de cada nivel, como quedó apuntado en una sección anterior. El porqué de estas diferencias parece ser que está en relación tanto con la calidad de las estructuras – determinada principalmente por la herencia biológica–, como con el grado de madurez interna de cada persona. También influyen los estímulos procedentes del exterior, –ambiente en el que convive la persona, tipo de educación, circunstancias especiales, etc.
Así, pues, resumiendo lo dicho hasta aquí sobre los impulsos básicos, podemos afirmar que el hombre siente la imperiosa necesidad de expresar toda la energía que anima a su ser y que esta expresión la efectúa en especial de dos maneras; objetivamente, mediante el pleno desarrollo y expresión de todas sus estructuras: física, instintiva, afectiva, intelectual, filosófica, mística y espiritual y además, subjetivamente, mediante la progresiva toma de conciencia de su realidad interior como sujeto o protagonista permanente e inamovible de todos sus propios fenómenos.
Los impulsos básicos según su dirección

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