Como el niño listo es práctico, reconoce que a veces puede ser necesario establecer metas aun en aquellas áreas que no le interesan particularmente o para las cuales no tiene grandes aptitudes. Por ejemplo, puede que no le entusiasme aprender inglés o química pero, como es listo, se da cuenta de que el promedio general de las materias en los estudios secundarios será un factor determinante para que lo acepten o no en la universidad de su elección.
Para mejorar sus probabilidades, establecerá promedios m en cada materia. Definirá objetivos específicos a corto plazo: una equis calificación mínima en todas las pruebas semanales, en todos los exámenes bimestrales y finales. Si quiere asistir a una universidad de prestigio, deberá elevar un poco más la calificación mínima y los promedios anuales de cada materia.
La mayoría de los padres conocen las implicaciones académicas y vocacionales de la motivación deficiente. Saben que su hijo entrará un día en un mundo altamente competitivo, y se dan cuenta de que sin las habilidades y la motivación adecuadas su hijo se hallará en gran inferioridad de condiciones. Por irónico que parezca, esta preocupación y esta conciencia de las consecuencias potenciales en realidad pueden actuar en contra de la corrección de la situación, sobre todo si los padres caen en la trampa de expresar de manera constante su decepción y su insatisfacción.
Esperar que un niño desarrolle su sentido de la dirección puede resultar una experiencia penosa para los padres que sí se orientan hacia la consecución de metas. La frustración puede ser particularmente intensa cuando los padres están convencidos de que su hijo está desperdiciando dones valiosos. Al percibir que su hijo marcha a la deriva, sin rumbo ni responsabilidad, en la escuela y en la vida, estos padres temen, con justificación, que nunca “llegue a nada”.
La mayoría de los padres reconocen que las metas, los anhelos, el éxito, la autoestima y la confianza en uno mismo se interrelacionan. Este ciclo puede representarse gráficamente:
Se advertirá que las flechas del ciclo señalan en ambas direcciones. Esto subraya el hecho de que el circuito puede girar en una u otra dirección y que cualquier componente del ciclo puede ser el catalizador que active el circuito.
La antítesis de este circuito también puede representarse gráficamente:
Si usted llega a la conclusión de que su hijo está encerrado en un circuito de no realización, es comprensible que sienta preocupación y un fuerte deseo de intervenir. Por justificables que sean esta preocupación y este deseo de intervenir, la respuesta más apropiada sería no hacerlo. Esto es especialmente válido en el caso de los padres que tienden a expresar su preocupación mediante la desaprobación. Las críticas continuas producen desaliento, resentimiento y resistencia y muy rara vez cambian la conducta del niño.
El chico que llega a la conclusión de que es una decepción para sus padres es candidato a volverse hostil y resentido o ansioso e inseguro. Si se convence de que nunca colmará las expectativas de sus padres, acaso empiece a autosabotearse para “vengarse de ellos”. El niño que se considera oprimido e incapaz de satisfacer a sus padres es candidato a encerrarse en sí mismo o a autodestruirse.
Si a usted le preocupan la falta de orientación hacia una meta y la carencia de motivación de su hijo, tiene otras opciones además de expresar continuamente su insatisfacción. El primer paso consiste en recordarse a sí mismo que su principal objetivo es operar cambios en la conducta y las actitudes de su hijo. Esto podrá llevarlo a cabo de una manera mucho más efectiva si adopta un enfoque positivo en lugar de negativo. Al mostrar a su hijo cómo establecer metas personales y cómo concentrar su energía en el logro de estas metas, usted puede evitar el resentimiento y la resistencia, actitudes típicas del niño que se siente atacado. (Los métodos para enseñar a los niños a establecer metas y prioridades se presentan más adelante.)
Es de vital importancia urgir al niño a establecer objetivos que sean coherentes con su personalidad, sus habilidades y anhelos, así como es igualmente vital desarrollar un sistema efectivo de comunicación que despierte la cooperación y la participación activa.
La emoción de fijar y lograr metas puede tornarse adictiva. Con una estrategia cuidadosamente desarrollada, usted puede enseñar a su hijo a apreciar que el hábito de establecer metas puede facilitarle la vida. A su tiempo, este hábito se convertirá en una “segunda naturaleza”.
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