INTEGRAR EL EQUIPO DE POLO ACUATICO
Martin, de ocho años, sabía que quería seguir los pasos de su padre, quien, tras llegar a ser un destacado atleta en la escuela secundaria, obtuvo una beca deportiva que le permitió participar en el equipo de competencia de polo acuático de la universidad de Stanford. Martin soñaba no sólo con jugar polo acuático en Stanford, sino también con integrar el equipo olímpico de los Estados Unidos.
A los trece años, todos los lunes, miércoles y viernes por la mañana se obligaba a salir de la cama a las cinco y media para practicar natación con su padre en la bahía de San Francisco. Ambos cumplían fielmente con esas prácticas, incluso en invierno. Los martes y jueves por la mañana, Martin y su padre hacían cien largos en la pileta de natación de la comunidad. Esos mismos días, por la tarde, los dedicaban a practicar polo acuático; el padre iba a buscar a Martin al colegio y lo llevaba a la piscina de Stanford, don de el chico se reunía con otros treinta adolescentes que se entrenaban con un profesor de ese deporte.
El padre de Martin no obligó a su hijo a interesarse por el polo acuático. El chico decidió por sí mismo participar en el programa de entrenamiento. Aunque las prácticas eran largas y agotadoras, a Martin le encantaban. Tenían un plan y una meta y ni por un momento dudó de que el esfuerzo valiera la pena.
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