Compartiremos con ustedes la experiencia de 14 años de trabajo con
grupos de ayuda mutua para padres que
han perdido hijos -sin importar la causa de la muerte o la edad- que funcionan
distintos países con el nombre de RENACER. Grupos conformados por miles de
padres con quienes hemos compartido experiencias dolorosas de vida, tristeza,
compasión , amor y finalmente una nueva actitud ante la vida al darnos cuenta
que ella tiene un sentido incondicional.
Trataremos de demostrar cómo la antropología frankleana (incorporando
la dimensión espiritual o noética y centrada en el sentido) puede ser aplicada exitosamente aún por el
hombre común sin conocimiento previo en la materia (10), (11).
Nos sentimos
enormemente agradecidos a la hija que quedara con nosotros, Luciana, -quien
tenía 15 años en el momento de perder a su hermano- porque con su sola
presencia nos recordó que la vida continuaba
y que ella merecía padres enteros , a
pesar de todo.
Cuando iniciamos esta tarea, lo hicimos con el firme
convencimiento que el sufrimiento no era, ni lo será jamás, una enfermedad,
sino una condición existencial del ser humano, y que, aún en casos de enfermedades, el hombre no es su enfermedad, que el
ser humano es infinitamente más que su enfermedad, y que precisamente en ese ser más que... es donde se hallaban
los recursos necesarios para trascender esa conmoción existencial. El siguiente
párrafo del libro "El Hombre Doliente" de Viktor Frankl nos aclara
este punto:
"La relación entre la
persona y su organismo somático es una relación instrumental; el espíritu instrumentaliza lo psicofísico;
la persona maneja el organismo psicofísico, lo hace 'suyo' haciéndolo
herramienta, organon, instrumento.
"La persona se relaciona
con su organismo como el músico con el 'instrumento'. Una sonata no puede ejecutarse sin piano ni
sin pianista. Pero esta comparación
falla como toda comparación, ya
que el pianista es visible mientras que el espíritu es invisible (sin ser
irreal por ello). La comparación falla porque el pianista y el piano están en
un mismo plano, literalmente en el mismo podio, mientras que el espíritu y el
cuerpo no se encuentran en la misma escala de ser.
"A
pesar de este fallo, consideramos fecunda la comparación. Ni el mejor pianista
puede tocar
bien
en un piano desafinado (símil de la enfermedad). Entonces se llama al afinador
(intervención
del
médico) y éste afina el piano (símil del tratamiento). ¿Quién osará afirmar que
el arte del
pianista
se debe al piano afinado? El piano afinado no es capaz ni siquiera de suplir
los defectos
del
mal piano"(12)
Jaspers introdujo
el término "situaciones límite" para definir crisis existenciales de
una severidad y complejidad tal que producen verdaderas conmociones
existenciales en el ser humano. Instancias de la existencia de aparición
brusca, impensadas, inesperadas... e inescapables. Situaciones que producen un
cisma en la vida, que hacen, quizás por vez primera, al hombre darse cuenta que
es un ser histórico, inmerso en el devenir de su propio ser. Y lo que es más
importante aún, le hacen ver que su pasado, que su historia ya realizada no
puede ser cambiada y por eso mismo lo confrontan, esta vez de manera
ineludible, con su propia conciencia en un mano a mano que no permite el escape
de la responsabilidad existencial. Ante esta profunda señal de alerta implícita
en la crisis, el hombre despierta a su intuición, a ese presaber intuitivo, del
que nos habla Frankl, y conoce, sabe que la salida existencial yace por delante suyo, en lo que aún queda
por realizar de ese futuro en el que yacen las posibilidades aún no realizadas,
se da cuenta que la única manera de
eliminar la oscuridad es dejando entrar la luz.
A
lo largo de este trabajo con padres sufrientes y grupos de ayuda mutua, hemos
aprendido que nuestra tarea tiene que ver con un
sufrimiento inevitable y que por lo tanto debe estar orientada hacia el
hallazgo de sentido en ese sufrimiento, que
el objetivo común en los grupos, no debe
ser no sufrir sino no sufrir en vano(13), que deben ayudar a sus
integrantes, no a trabajar con los hechos del pasado que no pueden ser cambiados, sino a abrirse a ese
mundo en el que esperan las posibilidades aún latentes en sus vidas, que deben
ayudarlos a elegir correctamente entre todas las posibilidades, que deben
encontrar las opciones con sentido, que deben emprender el camino, el único camino con sentido que esa conmoción
existencial les plantea: el camino final
de humanización.
¿ Cuál es el primer
paso en este largo y difícil camino que los grupos de ayuda mutua ofrecen? ¿
Cómo hacer para sacar a los integrantes de estados de profunda concentración en
el sí mismo y preocuparse por el otro?. Se debe comenzar por aprender nuevas
maneras de comunicación que partan desde lo mejor de cada uno hacia lo mejor
del otro, aprender en ese proceso a ver al otro como aquél para quién yo soy el
otro. Y lo mejor de cada uno es ese amor
que aún tenemos, por la vida, por Dios o por uno mismo, puesto que si los
corazones estuviesen secos, sin nada de amor, nadie estaría en grupo alguno.
Frankl nos deja la
"convicción de que toda persona, aunque psíquicamente sea sumamente
contrahecha y acorralada, podrá salvar su
alma por la entrega de un poco de amor"(14). Y el amor es humilde y es
desapegado y es autorrenuncia, y estas tres características humanas han estado
latentes en la existencia de la mayoría de los integrantes de los grupos, y los
tres son fenómenos específicamente humanos que reflejan la autotrascendencia
-el estar siempre orientado a algo o alguien que no es él mismo- propia del hombre. Hemos llegado así a
"descubrir" que la respuesta del
hombre al sufrimiento yace en la trascendencia, y se hace evidente una conclusión
más: el sufrimiento inevitable no puede ser curado, ni resuelto, ni elaborado, el sufrimiento sólo puede ser...
trascendido(15).
DESARROLLO
Nunca es el ser
humano confrontado con el sufrimiento, la culpa
y la muerte tan abruptamente como cuando pierde un hijo. Muy profundo
dentro nuestro nos damos cuenta que esto
que nos sucede no es una
enfermedad, sino una experiencia existencial,
por lo que no encontramos, en la mayoría de los casos, ayuda adecuada de
instituciones o profesionales. Como dice Viktor Frankl: "Solo el hombre
que está adentro sabe. Su juicio puede no ser objetivo, su evaluación fuera de
proporción, esto es inevitable..."(16).
Este solo pensamiento convalida la creación de grupos de ayuda mutua
para personas que enfrentan un sufrimiento espiritual, una verdadera conmoción
existencial inevitable. En las palabras de la Dra. Elisabeth
Lukas: " Donde el conocimiento científico fracasa, lo esencialmente humano
debe prevalecer. En los límites de la comprensión la empatía debe encontrar las
palabras"(17)
Durante el primer
año de trabajo en el grupo recogimos experiencia de una manera intuitiva, más
aún cuando no existía literatura sobre grupos de ayuda mutua con orientación
existencial. También aprendimos de la Dra. Elisabeth Kübler-Ross (18) que el proceso de
duelo en padres dolientes se asemeja
estrechamente a las etapas por las que atraviesa un paciente terminal:
1-Shock, negación.
"No,
no mi hijo", cuando se nos notifica del accidente, o se nos da un
diagnóstico.
2-Enojo, rebelión.
"Por
qué yo", "por qué mi hijo", "Dios no existe",
"Qué clase de Dios es este"
3-Negociación.(generalmente con Dios)
"Si
me dejas ver a mi hijo una vez más te prometo..."
4-Depresión.
"La
vida no tiene sentido"
5-Aceptación.
"Todo está bien"
Sin ayuda social
(el grupo) hemos visto a padres quedarse en cualquiera de las primeras cuatro
etapas por largos períodos de tiempo, pueden ser años, y en muchos casos puede
prolongarse de por vida.
Trabajamos desde el
comienzo de una manera intuitiva, con el concepto de que en medio de tanta
adversidad, nosotros debíamos no solo sobrevivir, sino llevar nuestro
sufrimiento con dignidad, "caminar con la frente alta". Estábamos
siendo, sin advertirlo, testigos del despertar " del poder indomable del
espíritu", llegándose muy profundo dentro de la dimensión de la libertad
humana no sujeta a leyes deterministas. Un año después un "regalo de
Dios" vino a nuestras manos en forma de un pequeño libro: "El hombre
en Busca de Sentido" de Viktor Frankl. Al leerlo encontramos un paralelo
entre nuestros sentimientos y los de los prisioneros en campos de concentración
(19):
Como el prisionero, para el padre que pierde un hijo,
el tiempo parece ilimitado y eterno. Frankl lo llama "la extraña
experiencia del tiempo", un día puede antojársenos eterno, mientras que una semana puede pasar
inadvertidamente en su totalidad. Cada día debe ser vivido con todos sus
minutos, con los recuerdos diarios y las rutinas sin la presencia del ser amado.
Confrontados con nuestro hijo muerto sentimos, como lo expresa Frankl que
"todo lo que poseemos es nuestra existencia al desnudo". Nos muestra
con toda su crudeza y por primera vez, la transitoriedad de la vida. Confronta
a los padres con su propia finitud.
Como el prisionero, ven ahora la existencia
como provisional y de duración desconocida.No saben cuánto tiempo se sentirán
de esta manera , no saben cuánto tiempo
podrán vivir de esta manera. Frankl nos dice que "el hombre que no
puede ver el fin de su existencia
provisional es incapaz de plantearse una meta en su vida. Cesa de vivir para el
futuro". En nuestro caso la vida misma no puede ser concebida sin ese
hijo, esa posibilidad nunca fue siquiera considerada. Por lo tanto debemos encontrarle un nuevo sentido a
nuestra existencia.
Hemos perdido aún nuestra identidad, ya no sabemos
cuáles son nuestras creencias, y nos cuesta reconocer nuestra propia imagen en
el espejo. Frankl nos dice que cuando el
hombre se rinde y es incapaz de ver el futuro, vive de pensamientos
retrospectivos (20). El pasado atenúa el horror del presente haciéndolo
aparecer menos real. Y así ocurre con nosotros cuando tratamos de vivir en el
pasado donde aún estaba nuestro hijo en su presencia física. Hemos visto
repetidamente que esta faceta del duelo puede no ser trascendida jamás,
haciéndose así evidente la cualidad
atemporal del dolor cuando no existe ayuda adecuada. Confrontados con la
pérdida de un hijo, algunos padres se sienten prisioneros de campos de
concentración, pero no de guerra, sino
del destino, el que aparece no
solo como un cruel guerrero sino también como el regidor de sus vidas.
También muchos
puntos en común con el análisis existencial de Frankl se hicieron evidentes,
particularmente el hecho que pone el acento en la vida desde este momento en
adelante, preocupándose no por los de
donde y los por qué sino por los para qué y hacia donde, trabajando con los aspectos más fuertes de nosotros
mismos, haciéndonos ver que no somos víctimas indefensas del destino, aprendiendo
que esa lucha con él no es tan desigual como parece.
El nos interroga- para
algunos las preguntas pueden ser más complejas (el suicidio de un hijo, la
pérdida de un único hijo, la pérdida de todos los hijos)- , pero nos da a todos
igual oportunidad de responder. Si esta respuesta se canaliza a través de los
valores de actitud lo hacemos de la manera más digna y elevada que el hombre
puede elegir. Pues estos valores que emanan del hombre mismo, no están
dirigidos a él sino a la vida misma, a
Dios, y representan el máximo grado de responsabilidad individual ante la vida.
Por valores de actitud entendemos la respuesta existencial del hombre frente a
situaciones que no pueden ser cambiadas, en las que sólo queda la actitud a
tomar.
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