La conducta extrovertida e
introvertida
Hemos analizado la naturaleza de la
muerte en relación con nuestra vida y con nuestro trasfondo cultural,
examinando detenidamente los requerimientos emocionales y la significación
personal de la pesadumbre. Podemos ahora explorar el proceso mediante el cual
actúa la experiencia obtenida por el estado de pesadumbre para integrarnos a
una nueva y fecunda dimensión de la vida. La pesadumbre es un proceso de
restauración. En el entendimiento de que deseamos ser restaurados en plenitud
de una vida útil, debemos conocer previamente la forma más efectiva de
colaborar con el proceso de restauración.
En razón de que la muerte ha rondado
por tanto tiempo, la humanidad ha aprendido algunas enseñanzas básicas y útiles
que nos sirven para abordarla con algún éxito. Algunas de las cosas que los
hombres hacen en ocasión de la muerte pueden parecer extrañas de primera
intención, pero observándolas más de cerca nos damos cuenta de que muy a menudo
reflejan lo que psicológicamente representa una sana manera de necesidades de
la persona en sus facetas sociales, físicas, psicológicas y espirituales. Los
ritos, los rituales y ceremonias que rodean el evento de la muerte constituyen
el caudal acumulado en sucesivos
descubrimiento del hombre con respecto a sus requerimientos emocionales
y a su manera de satisfacerlos. En términos generales podemos decir que es un
caudal sedimentado en forma inconsciente y a través de un largo período.
Hoy en día pareciera que muchas
personas no logran apreciar la cuantiosa y significativa herencia recibida sobre los métodos que se han
empleado para favorecer la libre expresión del desconsuelo. Los sociólogos
contemporáneos comienzan a señalar el papel que juegan las ceremonias fundamentales y provechosas. Así el Doctor
Lawrence Abt anota que cada cultura ha provisto a su pueblo de ceremonias
propias, aptas para atender a sus crisis emocionales. Los acontecimientos
trascendentales de la vida (el nacimiento, la adolescencia, el casamiento, los
sucesos políticos y militares y aún la muerte) están rodeados de una atmósfera
de ritualismo.
El Doctor Abt asegura que el valor principal de estas
ceremonias radica en el hecho de que permite a las personas evidenciar
sentimientos demasiados profundos para ser expresados por medio de palabras. Y
cuando los sentimientos se extrovierten en acción, la persona en su plena
conformación de cuerpo, mente y espíritu, puede empeñarse en actividades
positivas. Estas ceremonias posibilitan que un elevado porcentaje de personas
compartan un mismo lenguaje emocional. Nadie tiene que explicar nada sobre los
sentimientos o las actitudes, pues todos entienden la puesta en escena y las
expresiones válida del sentimiento dentro de esta escena.
Otro factor valioso que menciona el
Dr. Abt es que las ceremonias habituales satisfacen necesidades a variados
niveles de la existencia. La mayoría de las ceremonias, tanto en nuestra
cultura como en algunas otras, giran alrededor de desfiles y procesiones. Casi
todas ofrecen la oportunidad de hacer actuar el sistema muscular como expresión
de profundo sentimiento. En el bautismo los padres avanzan juntos hacia el
altar. En el casamiento se canta un himno antes y otro después del servicio
religioso. En la confirmación los aspirantes desfilan hacia el altar. La
celebración de los sucesos militares y políticos se hace a pura fanfarria y
largos desfiles. Así también el funeral es un desfile privado que va desde el
lecho mortuorio al sitio donde el cuerpo recibirá sepultura.
La mayor parte de estas ceremonias
cuentan con una variedad de aspectos formales y sus contrapartidas informales,
cada una con su significación particular para los participantes. Los que están
afectados por la muerte y la pesadumbre, expresan estos sentimientos de acuerdo
con una variada gama de actos formales e informales. Un acto informal, por
ejemplo, es cuando los vecinos se acercan a la casa de duelo y ofrecen un
refrigerio a los afligidos deudos. Esto es dar vida en presencia de la muerte.
Luego tenemos los actos formales como por ejemplo el servicio religioso
presidido por un ministro de Dios. Cada uno de estos actos contribuye, a su
manera, a poner al descubierto la realidad, a aceptar los sentimientos
valederos y a dirigir los pensamientos y las energías hacia la meta buscada a
través de la aflicción, que es el retorno a una vida sana y normal.
El funeral debería ayudar a los
afligidos a lograr varias cosas importantes. Entre otras brindar la oportunidad
a las personas de dar rienda suelta a sus hondos sentimientos en una atmósfera
de buena acogida y comprensión. Deberá proveer una forma digna y aceptable de
disponer de la envoltura humana terrenal en forma tal que armonice con las
prácticas religiosas y sociales a que están acostumbrados los deudos. Deberá
suscribir la experiencia de la muerte con una afirmación de fe en la vida y en
la esperanza de una victoria sobre la muerte, para confortar a los afligidos.
El funeral deberá también estimular
el sano proceso de la pesadumbre ratificando la penosa realidad a la vez que
facilitar el desahogo de genuinos sentimientos y permitir el apoyo del grupo de
allegados.
Además el funeral deberá dar ala
comunidad una oportunidad adecuada de expresar su solidaridad con los
desconsolados deudos de una manera que sea aceptada de buena gana y entendida
por todos. Deberá brindar a todos los miembros de la comunidad la ocasión de
analizar en profundidad sus propias naturalezas mortales para efectuar la
elaboración anticipatoria del duelo que dará fortaleza al espíritu para lidiar
con la muerte, y ayudar así a completar los residuos de la elaboración
inconclusa del duelo que hayan quedado de pasadas experiencias con la muerte.
Cuando un funeral ha sido dispuesto
para que cumpla con estas importantes funciones, puede ser de gran utilidad
para calmar el dolor y coadyuvar en un saludable proceso de duelo.
Viene al caso
decir algo sobre el papel que juega el empresario de las pompas fúnebres. No
resulta nada agradable recurrir a él, pero cuando las circunstancias lo imponen
es reconfortante que sea alguien cuya competencia esté en relación con nuestras
necesidades. Cuando tenemos un problema de orden legal, recurrimos al abogado;
cuando estamos enfermos, el médico es una bendición; cuando tenemos un dolor de
muelas, el dentista es sinónimo de alivio. Así ocurre con el empresario de las
pompas fúnebres, que está siempre listo, a la hora que sea, para acudir al
llamado de los deudos, como miembro de una antiquísima profesión.
Como es de imaginar el empresario de
la pompa fúnebre sabe más sobre la muerte que cualquier otro miembro de la
comunidad. Conoce de su impacto sobre los vivos porque toda su vida ha estado
al servicio de los afligidos, y los ayudará a hacer más llevadera su carga. El
adiestramiento de un moderno empresario de pompas fúnebres supone un
conocimiento de la psicología de la crisis, superior a la que se espera de
cualquier otra carrera con excepción de la psiquiatría. Si bien es cierto que
no se pretende dar aires de psicólogo, está entrenado para percibir de
inmediato cualquier necesidad específica y preparada para dar un consejo
sensato cuando alguien se lo pide. Su perspicacia lo hace la persona ideal para
sugerir, en cada caso, el tipo de ceremonia más de acuerdo con las graves
necesidades emocionales.
Geoffrey Gorer comprobó, por medio
de un estudio sobre las actitudes de los británicos frente a la muerte, que
mientras mayor era el número de ceremonias en la que participaban, más rápido y
completo era su retorno a un comportamiento normal. Los problemas emocionales
en sus formas más agudas se evidenciaron en las personas que rechazaban, o les
era negada por la comunidad, los medios para dar rienda suelta, de una manera
espontánea, a sus sentimientos.
El doctor William M. Lamers (hijo)
que ha estudiado la significación psicológica de las exequias, las describe
como “una respuesta organizada a la muerte, con un propósito determinado,
limitada en el tiempo, flexible y centrada en un grupo”. Las exequias son un recurso psicológicamente sano y fácilmente
asequible de expresar nuestros más hondos sentimientos por medio de la acción.
Ninguno de los recursos a que podamos echar mano podrá reemplazarla con más
efectividad.
La comunidad puede proveer recursos
adicionales para ayudar al desconsolado en su esfuerzo por reintegrarse a una
vida útil. Algunas iglesias han organizado grupos de personas para conversar
con aquéllas que pasan por un trance
difícil similar.
Otras iglesias organizan retiros
adonde pueden acudir los que acaban de perder a un ser querido y en esos
lugares tranquilos y silenciosos participan de discusiones en grupo, hablando
de sus experiencias con otros en las mismas condiciones y hallan así respuestas
a los problemas que los tienen perplejos y conocen recursos que a otros les han
resultad útiles. En franca y abierta comunicación no es raro que se les abra un
nuevo panorama a su dolorosa experiencia y adquieran una mayor comprensión y
una imagen introspectiva más clara. Actualmente la mayoría de los pastores
están suficientemente preparados para aconsejar. En las afligentes
circunstancias de la vida, un hábil guía puede abrir las puertas del
entendimiento y de la percepción interior que trueca la tragedia personal en un
crecimiento espiritual. Puede poner a nuestra disposición, cuanto más la
necesitamos, la sapiencia y la experiencia acumuladas por generaciones de fe
religiosa.
Para poder apreciar el valor de los
recursos con que contamos para expresar nuestra pesadumbre, es preciso que
conozcamos los riesgos que corremos cuando al dar libre expresión a nuestros
sentimientos no lo hacemos de una manera que resulte saludable. En un capítulo
de su libro “Acting in” el doctor Abt
señala lo que sucede cuando se reprime la normal expresión de fuertes
sentimientos. Estos sentimientos no desaparecen por el simple expediente de
negarles su libre expresión. Cuando son reprimidos y recorren caminos
tortuosos, hallan formas de expresión que agravan el cuadro de quebranto
interior. En algunos casos la etiología de algunas enfermedades, incluyendo la
colitis ulcerosa, la diabetes, el asma, la artritis y aún el cáncer, tiene como
causa concomitante un estado de pesadumbre mal tratado.
La pesadumbre aguda puede
transformarse en crónica cuando ha sido mal encarada. En esas condiciones, las
glándulas – responsables del balance químico necesario para reaccionar ante los
estímulos emocionales y otras demandas de orden físico- se ven sometidas a un
excesivo trabajo funcional. Cuando el equilibrio químico de los humores se
altera durante un largo período, se desajustan los delicados mecanismos cuya
función es impedir que el desencadenamiento de la enfermedad. De acuerdo con el
doctor James A. Knigt de la Facultad de Medicina de Tulane, gran parte de los
trabajos de investigación que se realizan actualmente en el campo de la medicina psicosomática, están dirigidos
a estudiar los efectos secundarios provocados por experiencias aflictivas
erróneamente tratadas. Por lo tanto, para dominar la pesadumbre no hay que
sofrenarla.
Si se la comprime en un punto, reventará en otro en forma de
enfermedad, alteración de la personalidad o inadaptación social. Contando con
formas sensatas de expresión emocional en los aciagos momentos de la muerte,
sería más que tonto no utilizarlas, especialmente cuando sabemos que el fracaso
de conducirnos sabiamente durante ese primer período de pesadumbre, puede
desencadenar un estad de angustia física y psicológica que desbarajusta nuestra
vida por un largo período.
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