Aunque el dolor, la
soledad y los trastornos que acompañan al duelo son algo normal y natural,
debemos plantearnos seriamente hablar con alguien sobre nuestro duelo si
tenemos alguno de las siguientes reacciones:
Intensos sentimientos
de culpa, provocados por cosas diferentes a las que hicimos o dejamos de hacer
en el momento de la muerte de nuestro ser querido.
Pensamientos de
suicidio que van más allá del deseo pasivo de "estar
muerto" o de
poder reunirnos con nuestro ser querido.
Desesperación
extrema; la sensación mantenida de que por mucho que lo intentemos nunca
vamos a volver a recuperar una vida que valga la pena (la vida se ha terminado
para mí).
Inquietud o
depresión prolongadas, la sensación de estar "atrapado" o "ralentizado"
mantenida a lo largo de periodos de varios meses; o, por el contrario, la
sensación de estar bloqueada, incapaz de sentir nada.
Síntomas físicos,
como la sensación de tener un cuchillo clavado en el pecho o una pérdida
importante de peso, que pueden representar una amenaza para nuestra salud
física.
Ira incontrolada,
que hace que nuestros amigos y seres queridos se
distancien o que nos
lleva a "planear la venganza" de nuestra pérdida.
Dificultades
continuadas de funcionamiento que se ponen de manifiesto en nuestra incapacidad
para conservar el trabajo o realizar las tareas necesarias para la
vida cotidiana.
Abuso de sustancias,
confiando demasiado en las drogas o el alcohol para amortiguar el dolor por la
pérdida.
(Tomado de R.A.
Neimeyer: Aprender de la pérdida. Una guía para afrontar el duelo. Ediciones
Paidos. Barcelona 2002)
Aunque la presencia
de cualquiera de estos síntomas puede ser una
característica
pasajera de un proceso normal de duelo, su presencia
continuada debe ser
causa de preocupación y merece la atención de un profesional
cualificado.
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