Siempre resulta satisfactorio y gratificante ver que nuestros esfuerzos salen de acuerdo con lo planeado, que todas las piezas se integran armoniosamente y marchamos, en una progresión fluida, hacia un resultado predecible y positivo. Los niños listos experimentan esta satisfacción mucho más a menudo que los que no son tan sagaces. Su habilidad para lograr que sus esfuerzos resulten de acuerdo con lo planeado es atribuible, en primer lugar, al hecho de que los niños listos tienen un plan y están dispuestos a perseverar en él hasta convencerse de que no sirve o sea posible reemplazar lo por uno mejor.
Sin embargo, hasta los mejores planes llevan en ocasiones hacia desvíos u obstáculos. Es inevitable que todos los niños —los listos y los no tan listos— se topen con “desperfectos”. A veces los impedimentos son menores y se superan con rapidez; en otras instancias, las barreras parecen infranqueables. En estas circunstancias, el resultado final suele depender de la perseverancia del niño.
La capacidad de perseverar ante un obstáculo o un fracaso es otra de las características distintivas del niño listo. Por ejemplo, un niño que comienza un trabajo en el taller de manualidades. Decide lo que desea construir y corta las piezas, pero cuando llega el momento de pegarlas descubre, consternado, que no encajan. Se esfuerza por hacerlas coincidir y se siente cada vez más frustrado. Trata de unirlas a la fuerza, y las piezas se rompen. Por último, arroja los pedazos al cesto de basura. En la coyuntura crítica del pro ceso, el niño llegó a un punto de crisis: las piezas no encajaban. Se encontró entonces frente a algunas decisiones claves:
1. Podía rendirse.
2. Podía enojarse, trastornarse e incapacitarse.
3. Podía dejar el proyecto en suspenso por un tiempo, para ver las cosas con más claridad.
4. Podía reexaminar su plan original para el proyecto, con el fin de determinar dónde se había producido la falla.
5. Podía evaluar analíticamente el problema y hacer los ajustes necesarios en la planificación y la ejecución.
6. Podía pedir ayuda.
El niño que selecciona cualquiera de las últimas cuatro posibilidades piensa con sagacidad. Lamentablemente, muchos niños eligen la primera o la segunda.
Los padres de chicos no muy listos a menudo se encuentran atrapados en un “libreto” predecible. Reprenden reiteradamente al hijo para que desarrolle perseverancia pero, a pesar de sus esfuerzos, descubren con desaliento que el ruño se niega a cambiar de conducta, El resultado típico de estos choques es la discusión, la ofensa, el resentimiento.
La perseverancia no surge en un instante. Para que un niño persevere ante un desafío, un contratiempo o un error, debe estar convencido de poseer los recursos para hallar so luciones a sus problemas. El niño que trata de unir las piezas a la fuerza, las rompe y luego las tira a la basura no esta convencido de su habilidad para superar obstáculos mediante el pensamiento listo y la perseverancia.
La confianza en la propia capacidad de triunfar frente a un obstáculo importante es resultado de los éxitos obtenidos con anterioridad frente a situaciones de desafío similares. El niño que está dispuesto a perseverar ya se ha probado y demostrado sus propias eficacia y potencia. Ha construido cosas y ha hecho encajar las piezas. Esto crea una paradoja: para perseverar ante un obstáculo, el niño necesita haber experimentado el éxito; pero para experimentar el éxito, el niño debe ser capaz de perseverar.
La solución de esta paradoja es obvia. Los padres de un chico con bajo nivel de perseverancia deben prepararlo cuidadosamente para que empiece a experimentar el éxito; deben dedicar tiempo a construir cosas con él y enseñarle a planear los proyectos de modo que todas las piezas encajen. Si el niño se topa con un impedimento, sufre un revés o comete un error, es menester enseñarle a examinar estas contrariedades sistemáticamente y con calma. Si pese a sus esfuerzos no logra vencer al problema, debe alentárselo a dejar el trabajo en suspenso por un tiempo, hasta que pueda considerar el desafío con la mente más despejada. También hay que ejercitar al niño en el desarrollo de estrategias orientadas hacia la solución de problemas, basadas en el saber que ha adquirido de experiencias anteriores. Este proceso debe repetirse una y otra vez (con intervalos y períodos de “descanso”) hasta que se convierta en un procedimiento operativo corriente.
El desarrollo de la perseverancia no se logra con sermones. Para llegar a ser perseverante, el niño tiene que comprender que esta conducta lo ayudará a alcanzar sus objetivos, debe convencerse de que no se trata meramente de una forma de autodisiciplina. Con habilidad y paciencia, los padres deben llevarlo a darse cuenta de que la perseverancia, combinada con el pensamiento listo, puede producir resultados agradables y satisfactorios. Cuando su hijo haya des cubierto que la conducta productiva puede aumentar significativamente el grado de placer que experimente, habrá adquirido un poderoso incentivo para pensar analíticamente, aprender de sus errores y perseverar frente a un contratiempo.
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