La inteligencia, la aptitud y la astucia son las fuentes primordiales de la capacidad de un niño para resolver los problemas de la vida. Cuando se los engancha y enjaeza de la manera apropiada, este equipo de “caballos” intelectuales tiene la capacidad de generar una energía enorme.
A veces un niño tiene un solo caballo tirando de su trineo. Tal vez un muchachito sea sumamente inteligente y competente en matemática pero carece de una aptitud específica en las artes del lenguaje. Un segundo chico puede poseer una aptitud altamente desarrollada para el diseño gráfico pero tener un cociente intelectual medio. Pese a estas limitaciones intelectuales, la aptitud específica del niño lo equipa para alcanzar el éxito en el campo elegido.
Hay niños a los que les falta un caballo guía en su equipo intelectual. Como consecuencia, sus esfuerzos son pobremente coordinados. El ejemplo clásico de este fenómeno es el niño que posee una inteligencia general superior y aptitud en áreas específicas, pero que no actúa de manera lista. Como le faltan habilidades de planeamiento, organización y estrategia, sus energías intelectual y emocional quedan desconcentradas. Como resultado, avanza dificultosamente por la escuela y la vida, desperdiciando gran cantidad de talento natural.
Hay otra categoría de niños. Aunque tal vez cuenten con un Único caballo que los ayude a avanzar, este caballo es despierto y de andar seguro. Por lo general es capaz de imaginar el modo de evitar las laderas empinadas y azarosas o, cuando es necesario, superarlas con rapidez y seguridad. A esta categoría pertenecen los niños de “astucia callejera”. Acaso no tengan un cociente intelectual especialmente alto ni ninguna aptitud específica notable, pero pueden hacer lo necesario para triunfar. Típicamente descriptos como “sobrevivientes”, estos niños poseen una extraordinaria habilidad para caer de pie cuando saltan o tropiezan.
El niño listo utiliza los recursos que tiene a su disposición. Es observador y presta atención a las lecciones de la vida, aprende de sus experiencias. Se da cuenta enseguida de que no es astuto pegarle en la nariz al chico más rudo de la clase.
A todos los niños puede enseñárseles a crear un sistema de propulsión más equilibrado y potente. Cuando se enfrentan a un desafío, pueden sobrealimentar este sistema de propulsión haciéndose preguntas claves para resolver problemas, como: “Ya cometí este error antes. ¿Cómo puedo evitar cometerlo otra vez? ¿Qué es lo que quiero lograr y cuál es el mejor modo de hacerlo?”
Cuando la inteligencia, la aptitud y la astucia tiran en el mismo sentido, pueden convertir a un trineo en el equivalente de un jeep con cuatro ruedas. Por el contrario, cuando se los combina mal o se los engancha con flojedad, harán una tarea deficiente y el trineo se bamboleará y resbalará de un lado al otro. Lamentablemente, el mundo está lleno de estos trineos bamboleantes que no pueden subir la cuesta.
Es importante notar que cualquier niño, incluso el que actúa con sagacidad en la mayoría de las condiciones puede desviarse de vez en cuando a causa de factores emocionales o ambientales. Por ejemplo, una buena alumna secundaria que normalmente se desempeña muy bien puede verse desacostumbradamente distraída por los hechos sociales y un nuevo novio. Comienza a desmejorar en la escuela y deja la composición para el último día. Se esfuerza por terminar sus deberes a las once de la noche, y lo hace soñolienta y sin prestar atención. Como le faltan tiempo y energía para revisar el trabajo, entrega una tarea de calidad mediocre. Aunque es despierta, talentosa y por lo general estratégica, sufre las consecuencias de su falta de planeamiento. En la composición obtiene una nota regular.
Cuando un niño se desvía de manera seria, es necesario algún tipo de intervención de parte de los padres. El primer paso de este proceso consiste en brindarle ayuda y realimentación mediante una conversación franca y no humillante acerca del tema (más adelante hallará diálogos representativos de esta forma de comunicación). Puede que este proceso de revisión sea suficiente y el adolescente acceda por propia voluntad a eliminar su conducta contraproducente. Si no, será necesario aplicar pautas más rigurosas y parámetros de realización. Si la conducta persiste, habrá que controlar de cerca al adolescente, y acaso sus padres necesiten consultar a un profesional.
No hay comentarios:
Publicar un comentario