CONVERSACIONES SEDUCTIVAS

RECUPERARSE DE LOS REVESES

Diálogo Modelo N° 14

Niños entre 7 y 12 años

Padre: Recibí una nota de tu maestra. Ella cree que progresarías más si te cambiara a un grupo de lectura de nivel más bajo. ¿Qué sientes al respecto?
Hijo: No me importa.
Padre: ¿De verdad?
Hijo: ¡No me importa!


Padre: Sé que has hecho grandes esfuerzos para lo que darte atrás en tu grupo de lectura. ¿Te parece que así te resultará más fácil?
Hijo: Yo sé que no leo bien.
Padre: ¿Y eso cómo te hace sentir?
Hijo: Un estúpido.
Padre: ¿Estúpido?
Hijo: Si yo fuera listo, podría leer bien.
Padre: Me gustaría cambiar de tema unos minutos y hablarte de béisbol.
Hijo: ¿Y el béisbol qué tiene que ver con esto?
Padre: Ya lo veremos. Cuando yo estaba en el colegio secundario, lo que más deseaba en el mundo era formar parte del equipo de béisbol. Por desgracia, no era buen deportista. No obstante, estaba resuelto a entrar en ese equipo. La primera vez que lo in tenté me rechazaron; el entrenador ni siquiera me ofreció entrar en un equipo de nivel más bajo. Yo quedé destruido. Volví a casa, fui a mi cuarto, cerré la puerta y pasé toda la tarde sintiéndome el tipo más desgraciado del mundo. En la cena, papá me preguntó qué me pasaba. Le conté, esperando que me consolara. El se limitó a decir: “Lamento que no hayas podido entrar en el equipo. Supongo que habrás hecho todo lo posible por lograrlo”. Yo le dije que nunca más quería volver a jugar al béisbol, y él me contestó que esa elección dependía de mí. Después agregó que yo podía elegir no jugar nunca más, o aprender a jugar mejor. Y me dijo que él confiaba en que yo haría la segunda elección, pues sabía que yo no era de los que se dan por vencidos.
Hijo: ¿Y qué hiciste?
Padre: Pensé en lo que me había dicho mi padre y me di cuenta de que estaba en lo cierto. Cuando me recuperé de la decepción me dediqué a practicar cada minuto libre que tenía.
Hijo: ¿Y qué pasó?
Padre: Al año siguiente volví a intentar, y otra vez no lo conseguí, pero el entrenador aceptó ponerme en un equipo menos importante. Los chicos que jugaban eran todos menores que yo y eso me ponía un poco incómodo. Pero no me importaba. Había logrado entrar y, aunque todavía no era buen jugador, participaba en la mayoría de los partidos.
Hijo: ¿Cómo te sentías sabiendo que no eras buen jugador?
Padre: Bueno, yo quería ser mejor, pero aun así me sentía feliz por el solo hecho de estar jugando. Unos dos meses más tarde, uno de los chicos del mejor equipo se quebró un tobillo y el entrenador me ascendió. Creo que me eligió a mí porque yo era el mayor y porque le gustó mi actitud. En las prácticas me esforzaba realmente mucho. Siempre era el primero que llegaba al campo y el último en irse. Con el tiempo fui mejorando cada vez más, hasta jugar en casi todos los partidos. Y un día, en un partido decisivo para nuestro equipo porque hacía cinco temporadas que no se clasificaba entre los ganadores, hice una jugada’que nos permitió clasificarnos. Fue una de las emociones más grandes de mi vida.
Hijo: ¿Los otros chicos del equipo se volvieron locos de alegría?
Padre: ¡Por supuesto! Yo era el gran héroe. . . Ya ves, lo que me pasó a mí puede pasarles a todos. Un jugador profesional puede pasar una época en la que no juega muy bien, y tal vez su entrenador decida cambiarlo por un tiempo a un equipo de menor nivel, hasta que logre mejorar sus habilidades. Si fue ras un jugador profesional y te mandaran a un equipo menor, ¿qué harías?
Hijo: ¿Qué quieres decir?
Padre: ¿Dejarías de jugar?
Hijo: No.
Padre:   bien, a ti te han mandado a un grupo menor.
Hijo: ¿Y? A los jugadores, eso les pasa todo el tiempo. Si se esfuerzan mucho pueden volver adonde estaban.
Padre: Tienes razón. ¿Pero te parece que el jugador se enojaría y se desanimaría si lo mandaran a un nivel más bajo?
Hijo: Sí.
Padre: Pero no se daría por vencido, ¿no?
Hijo: No.
Padre: ¿Encuentras algunas semejanzas entre el jugador de béisbol y tu situación en la escuela?
Hijo: ¿Quieres decir que, si me esforzara, a lo mejor podría volver al grupo de lectura de nivel más alto?
Padre: Exacto. Puedes elegir entre permitir que el “descenso de categoría” destruya tu confianza en ti mismo, y hacer los esfuerzos necesarios para volver al lugar donde estabas. Quizás podríamos buscarte una maestra particular para que te ayude. ¿Qué opinas?
Hijo: Está bien.
Padre: ¿Quieres que consigamos una buena maestra particular?
Hijo: Sí.

Es muy comprensible que el niño del diálogo precedente se sienta desanimado porque lo han cambiado a un grupo de lectura de nivel más bajo. El padre lo sabe y guía estratégicamente a su hijo hasta llevarlo a darse cuenta de que los reveses son parte de la vida y ayudarlo a apreciar que no es el único que experimenta fracasos. Al relacionar el contratiempo del hijo con un revés que él mismo experimentó en la escuela, el padre demuestra que hay maneras productivas de evaluar y responder a los sucesos negativos de la vida. Como conoce el valor de incluir activamente a su hijo en el proceso de conversación/revisión, elige una analogía que su hijo pueda entender y relacionar con facilidad. La metáfora del deportista profesional que es “descendido” ayuda al niño a apreciar que el jugador, aunque obviamente se sienta decepcionado, puede hacer la elección de perfeccionar sus habilidades y recuperar el lugar que ocupaba. El paralelo es evidente: si el niño quiere esforzarse para volver a formar parte del grupo de lectura más elevado, puede hacerlo. Pero antes debe aprender a utilizar el revés temporario corno oportunidad de crecimiento.


En el diálogo siguiente, una madre examina un tema similar con su hija adolescente. Ella también comparte la experiencia de un contratiempo personal. Explora sus sentimientos y su decepción y describe el modo como manejó la situación. Se advertirá que la madre evita cuidadosamente caer en la tentación de jugar el papel de “¿no soy maravillosa?”

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