Cuando un niño hace algo que es importante para él, tiene un incentivo natural para el esfuerzo extra, la perseverancia, la planificación y el pensamiento listo. Esto puede apreciarse en la conducta del niño que identifica algo que desea intensamente y luego procede a invertir todas sus energías y recursos en el logro de ese objetivo.
Imaginemos a una adolescente que va a esquiar con sus amigas el fin de semana. Si es astuta, sabe de antemano qué objeciones pondrán sus padres. Le preguntarán si ha terminado los deberes para el lunes; querrán saber dónde se hospedará y si tiene el dinero suficiente para los pasajes, la comida y el hotel. Y, desde luego, querrán estar seguros de que también vaya un adulto que las acompañe.
Si la adolescente no ha considerado estos puntos antes de hablar con sus padres y no es capaz de responder adecuadamente a sus preguntas, es improbable que le permitan hacer la excursión. Si, en cambio, se plantea las preguntas posibles y planea sus respuestas con anticipación, mejora de manera significativa sus probabilidades de alcanzar su objetivo. Su planificación estratégica no le permite sólo conseguir lo que desea en esa situación en particular, sino también “ganar puntos” que podrá usar cuando procure la aprobación de sus padres para otros proyectos e ideas. Como piensa con sagacidad la niña reconoce que una vez que convenza a sus padres de que es una chica responsable y sensata, confiarán en ella y quizás le otorguen el beneficio de la duda la próxima vez que desee algo.
El chico intuitivamente listo se da cuenta de los beneficios de la planificación, la conducta responsable y el pensamiento analítico. Por el contrario, al chico que no es intuitivamente listo hay que enseñarle a apreciar estos beneficios.
El provecho personal es una poderosa motivación del pensamiento listo. El niño que trabaja para conseguir una re compensa genera autodisciplina, diligencia, motivación, responsabilidad y perseverancia naturales, sin necesidad de que lo sermoneen, lo obliguen o lo amenacen con castigos. No importa demasiado si la recompensa es una excursión de esquí, la aceptación en un equipo de fútbol, una bicicleta nueva o una buena nota. Lo importante es que el chico desee sinceramente esa recompensa.
El niño que se da cuenta de que puede mejorar la calidad de su vida y obtener lo que desea mediante el pensamiento listo ha adquirido un discernimiento que puede modificar profundamente su vida. Una vez que identifica lo que desea y se consagra a lograrlo, tiene una razón apremiante y personal para desarrollar y utilizar sus recursos físicos e intelectuales.
Los padres (y los maestros) avisados que desean mejorar el desempeño de un niño reconocen que el compromiso voluntario y activo cambia invariablemente el desempeño humano. Así, creando “anzuelos” interesantes, haciendo que los proyectos y las tareas resulten lo más significativos y atractivos posibles, y ayudando al niño a percibir el valor de lo que hace o se le pide que haga, se puede transformar la resistencia, la postergación y la pasividad en participación productiva. Estos padres y maestros han comprendido una ver dad básica acerca de la conducta humana: el niño al que se ayuda a reconocer el potencial beneficio de sus esfuerzos posee un poderoso incentivo para mejorar la calidad de su trabajo.
Para apreciar este fenómeno, imaginemos la resistencia y la postergación de un adolescente típico cuando sus padres le piden que lave el coche de la familia. Comparemos esta reacción con la conducta que muestra cuando él mismo decide lavar el auto porque tiene que salir con una chica que le gusta mucho.
La meta final es lograr que el chico empiece a crear (e incluso inventar) sus propios anzuelos de interés personal, sin que sus padres o maestros tengan que guiarlo. Por su puesto, no todas las tareas son intrínsecamente significativas y atractivas. No obstante, el chico listo reconoce que el realizar una tarea con responsabilidad proporciona beneficios: comprende que, cumpliendo con la tarea sin protestar, puede evitar las repercusiones desagradables y ganar el reconocimiento de sus padres.
A veces, el valor de una tarea determinada resulta muy obvio para el niño. Por ejemplo, un adolescente que no cuenta con el dinero suficiente para hacer arreglar el coche en el garaje tiene una poderosa razón para realizar el trabajo él mismo. Si está muy desesperado por poner el coche nuevamente en marcha, reconocerá que, antes de empezar, debe leer el manual de reparaciones. Cuando empieza a sacar las piezas se da cuenta enseguida de que no podrá volver a ponerlas correctamente si no organiza los elementos y las herramientas y planea cuidadosamente los diversos pasos. Aun que corneta errores, aprenderá de ellos, y si se topa con un problema que no puede manejar pedirá ayuda a alguien que sepa más. Como pensar y actuar con sagacidad le interesan pues le brindarán un beneficio personal, el adolescente seguirá estos pasos sin que nadie tenga que reprenderlo o guiarlo.
Otras veces, el interés personal de una tarea no resulta tan obvio para un chico. En esos casos, tal vez sea necesario que los padres y maestros, junto con el niño, ideen maneras de hacer que el proyecto o la tarea adquieran mayor significancia. Por ejemplo: en la clase de Historia se encarga a los alumnos que escriban un breve ensayo sobre las condiciones sociales y económicas que llevaron a la guerra de la Independencia en los Estados Unidos. A primera vista, este tema podría no resultar especialmente atractivo, y tal vez muchos alumnos lo consideren un trabajo aburrido como cualquier otro. La profesora lo percibe y despierta el interés de sus alumnos relacionando el tema de la Independencia con otros temas, que afecten directamente a los adolescentes. Por ejemplo, plantea la relación entre los principios en que se basaron los próceres para redactar la constitución y los derechos de que los alumnos gozan en el presente como ciudadanos. Al proponer puntos que despierten el interés de los adolescentes y alentarlos a pensar activamente en ellos, la profesora mejora la calidad de participación y comprensión de sus alumnos.
La diferencia entre el desempeño de un niño activamente comprometido en su tarea y el de un niño comprometido pasivamente puede resultar asombrosa. Comparemos el trabajo de un chico de once años al que su madre le pide que encere el piso de la cocina, con el del mismo niño cuando se halla dedicado a armar un autito de control remoto que acaba de comprar con su propio dinero. O comparemos la composición redactada por una imaginativa niña de once años sobre el tema “La vida en una estación espacial en el siglo XXI” y el tema “Métodos de agricultura colonial”. Aun que una maestra hábil consiga hacer que el tema de los métodos de agricultura se torne más interesante y atractivo, tal vez sea la primera en reconocer que, para un niño de nuestra sociedad, una estación espacial resulta mucho más interesante que la agricultura colonial.
Al igual que los adultos, los chicos trabajan y piensan mejor cuando encuentran valor y placer en lo que hacen. Sin embargo, hay que notar que el niño listo reconoce el valor de obtener una buena nota en una composición más allá de lo interesante que pueda ser el tema, y que probablemente hará un buen trabajo aunque no le entusiasme demasiado.
El niño que no es tan listo suele considerar un trabajo desagradable a cualquier tarea que no le produzca un placer o una recompensa inmediatos. En el mejor de los casos, participa a regañadientes y con pasividad. En el peor, se muestra resistente. El resultado de este compromiso mediocre con la tarea es la realización mediocre.
La prueba de fuego para determinar si un niño ha aprendido a comprometerse con lo que hace ocurre cuando se enfrenta a la perspectiva de hacer algo que no le despierta interés. Si reconoce que hacerlo bien redundará en su propio beneficio y sabe encontrar un modo de tornar la tarea interesante y atractiva, ha pasado la prueba. Su habilidad para crear o inventar un anzuelo de interés personal demuestra que ha aprendido a oprimir su botón del pensamiento listo.
Una vez que un niño descubre que el interés personal y el compromiso activo pueden ayudarlo a alcanzar su objetivo, comenzará a procurar y crear puntos de interés personal sin que lo guíen u obliguen.
El buen desempeño en cualquier tarea depende de cuatro características: habilidad innata, esfuerzo, capacidad y deseo. Por fortuna, las tres últimas características pueden desarrollarse y en muchas situaciones pueden más que compensar la carencia de habilidad innata.
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