CONVERSACIONES SEDUCTIVAS

AMBIENTE CAOTICO

Aprender a manejar el tiempo con eficiencia es esencial para pensar y actuar con sagacidad. Aprender a organizar los recursos disponibles es igualmente esencial.



El niño cuya vida es un caos pasa demasiado tiempo bus cando cosas y muy poco realizando el trabajo. Su distracción produce dos resultados predecibles: socava sus esfuerzos y genera frustración y estrés para el niño y toda su familia.

El niño listo se asegura de que tiene los materiales necesarios para realizar la tarea, y encuentra el modo de organizar esos materiales. 

Si realiza un trabajo de investigación para un informe escolar, escribe la información importante en fichas que luego puede revisar rápidamente, organizar las y reorganizarlas. Anota meticulosamente las citas y las notas y las guarda en un fichero-archivo. Como es práctico, hace todo lo que está a su alcance para facilitarse la vida. Este sentido del orden es uno de los hitos del pensamiento listo.

Los hábitos del niño desorganizado se encuentran en el otro extremo del espectro de la eficiencia. Como tiene su vida poco o nada estructurada, se halla en un continuo estado de caos. Su cuarto es un desastre, sus carpetas son un desastre, su cuaderno de notas es un desastre (suponiendo que tenga un cuaderno de notas y se moleste en anotar las tareas que le asignan). Sus estudios y su vida personal reflejan el desorden del que se rodea. Siempre puede encontrárselo buscando desesperadamente el libro de Matemática o la pelota de fútbol.


Durante los años de formación, debe brindársele al niño una estructura externa, bajo la forma de pautas y reglas impuestas por los padres. Necesita entender qué se le permite hacer y qué no. Esta estructura crea un marco de conducta en el cual apoyarse. También protege al niño y le impide confundirse y sentirse abrumado por decisiones y elecciones que no está emocionalmente preparado para tomar. Aprenderá a distinguir lo correcto de lo incorrecto. Idealmente, reconocerá que robar, mentir, ser cruel e irresponsable es incorrecto, y que ser honesto, amar, saber, ser responsable y esforzarse es correcto.


La estructura interna de un niño se manifiesta en la forma de autocontrol. El niño se da cuenta de que debe disciplinarse para estudiar y que debe rechazar las drogas que pudieran ofrecerle en una fiesta. Al haber aceptado y asimilado el sistema de valores de su familia y sus pautas básicas, desarrolla inhibiciones. Estas inhibiciones son a la vez seña les y límites. Proporcionan al niño orden y estabilidad en un mundo que, de otro modo, podría tornarse inestable y desordenado.


Los niños que no han internalizado un sentido de la estructura y la organización durante los primeros años de su desarrollo raramente evolucionan hasta su máximo potencial. Idealmente, el proceso de imponer pautas externas y esquemas de desempeño debería comenzar antes de la adolescencia. La lógica dicta que cuanto más tiempo funcione un niño de manera contraproducente, más difícil le resultará efectuar cambios en su conducta. Sin embargo, hasta los adolescentes pueden empezar a asimilar un sentido del orden y la estructura, suponiendo que se les brinde la guía apropiada y que sus padres sean coherentes, pacientes, comprensivos y justos.


Si los padres comienzan a crear un orden externo relativamente tarde en la vida del niño (después de los siete años), deben prepararse para enfrentar diversos grados de resistencia. Esto se aplica especialmente cuando los padres deciden súbitamente imponer una serie de reglas irrealistas y autocráticas que abruman al chico con condiciones y con secuencias si no cumple. Para minimizar la resistencia y la rebelión, el proceso de reeducación debe proceder en etapas. Los padres deberán brindar mucho afecto y aliento y permitir lapsos amplios para el examen no emocional de los diversos puntos, y también para el compromiso activo y la práctica.


La desorganización puede convertirse fácilmente en un hábito arraigado y difícil de romper El niño desorganizado 110 ha desarrollado las inhibiciones que normalmente le impedirían funcionar de manera ineficiente. Para cambiar sus patrones de conducta es necesario aplicar una estrategia que incorpore pautas de conducta claramente definidas, la participación activa, paciencia, métodos efectivos de enseñanza y buena comunicación. Así como al niño que no sabe manejar el tiempo hay que enseñarle sistemáticamente cómo emplearlo con eficiencia, al niño desorganizado hay que enseñarle sistemáticamente cómo emplear los materiales con eficiencia.


El modo más efectivo de ayudar a un niño a organizarse mejor consiste en ayudarlo a ver el valor de una mejor organización. La asociación de habilidades puede presentársele de manera secuencial en cuotas crecientes que él puede asimilar. Los refuerzos positivos en forma de elogios e incluso quizás de premios pueden facilitar significativamente el proceso y reducir la resistencia potencial. La meta final es que el niño se convenza de que la organización puede facilitarle la vida y ofrecerle más y mejores retribuciones que la desorganización.


Cambiar de conducta es como estrenar un nuevo guante de béisbol. Hay que “domarlo”, flexibilizarlo, darle forma. Pese a estos esfuerzos, se necesita tiempo para que el guante nos siente bien y cómodo. El niño también necesita tiempo para moldear las conductas nuevas hasta sentirse cómodo y bien. La meta final es cambiar el concepto que el niño tiene de sí mismo, de modo que se considere organizado. Esta transformación del concepto de sí mismo es vital, para lograr una transformación duradera de la conducta. El niño que se ve como una persona desorganizada creará desorden en su vida. Por el contrario, el niño que se vea como un individuo organizado creará orden. El medio más efectivo para lograr este cambio en el concepto de sí mismo de un niño consiste en emplear una estrategia que incorpore la introspección y la modificación de conducta.
En el diálogo siguiente, un padre examina el tema de la desorganización con su hijo de trece años, que no está dispuesto a admitir que tiene problemas de organización.

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