Conozco a Nacho desde que éramos unos niños. Juntos hemos
pasado por todas las etapas de la vida, y hemos vivido tanto cosas buenas como
menos buenas.
Un día, vino a mi oficina y me dijo lo siguiente:
- Óscar,
estoy desesperado. No consigo hablar con ninguna chica. Verás, llego a la
discoteca, veo a una chica que me atrae, me tomo una copa matamiedos y me
dirijo hacia ella.
- ¿Y
qué ocurre?
- Pues
que a mitad de camino doy media vuelta y regreso a la barra.
- ¿Y
eso?
- Pues
no lo sé, es como si me bloqueara. Me entra un sudor frío, y se me seca la
boca. En una palabra que me entra el miedo y lo tengo que dejar por imposible.
- ¿Y
te pasa hace mucho tiempo?
- Desde
siempre.
- Pero,
tú siempre has sido un conquistador.
- ¡Bah!
Eso era antes, y todo era con las chicas de la clase. A ellas ya las conocía.
Pero mi miedo es el tener que acercarme a hablar con una chica que no conozco.
¡Es desesperante!
- Me
lo imagino. Pero no te preocupes, que todo tiene solución en esta vida.
En aquél momento estaba muy liado con unos informes que
tenía que redactar de manera urgente, así que quedé con él para cenar esa misma
noche e intentar solventar su problema.
Durante el resto de la tarde, y en el escaso tiempo que
pude encontrar, me dediqué a organizar una metodología de trabajo que le
permitiera a Nacho solventar su problema de manera sencilla.
Una cosa estaba clara. Se trataba de un problema de miedo,
era un temor. Y yo ya sabía que ese temor era de pérdida, por lo que tenía que
luchar para eliminar de su mente el concepto de pérdida.
A eso de las diez de la noche llegué al restaurante en el
que habíamos quedado. Era un italiano de aspecto familiar, y con una calidad de
comida realmente excelente. Lo había conocido gracias a una cita a ciegas que
me habían organizado unos amigos.
Cuando entré, Nacho ya se encontraba en nuestra mesa,
apurando su tercera cerveza.
- Buenas
noches, Nacho, voy a tener complicado el ponerme a tu altura.
- Vamos,
Óscar, no me decepciones, tú eres capaz de eso y de mucho más.
- Me
halaga el cumplido. (Sonrisa).
- (Sonrisa)
Apuramos los primeros instantes con conversaciones banales
sobre temas triviales, y con algún cierto recuerdo de nuestra infancia en el
barrio. Es fantástico el poder conversar con amigos de la niñez, porque con
ellos encuentras una intimidad casi imposible con otras amistades.
Ambos pedimos lasaña y optamos por un vino rosado de
acompañamiento.
En lo que venían los platos, comencé a hablar.
- He
estado pensando en tu problema.
- ¿Y
has encontrado una solución?
- Más
o menos. Verás, ¿sabes cuál es tu problema?
- Que
me atemoriza el que me diga que no.
- No,
tu verdadero temor es a… (entonces le expliqué mi teoría sobre el temor de
pérdida).
- Me
sorprendes, Óscar. ¿Y qué solución me propones?
Muy sencillo, te he preparado unos ejercicios para que
comiences a perder ese temor.
- Soy
todo oídos.
- El
primer paso para eliminar tu temor es otorgándote la certeza de que lo vas a
perder, así eliminas tus temores. Ya sabes que no vas a conseguir nada con la
chica, así que no tendrás miedo de ir a hablar con ella.
- No
te entiendo.
- Verás,
te vas a acercar a las chicas y luego te vas a marchar directamente. Da igual
que te guste más o menos, o que ella esté más o menos dispuesta. Así, si sabes
lo que va a pasar al final perderás tu miedo.
- Bueno,
confiaré en ti, aunque no le encuentro demasiado sentido. Cuéntame como
hacerlo.
Entonces, le expliqué los siete pasos de la metodología de
aproximación para perder el miedo.
Comenzamos por elegir entre los dos tres frases de inicio
con las que se sintiera cómodo. Después, seleccionamos aquella que le gustó
más, y, por último, decidimos el lugar al que acudiría para entrenar el método.
Finalmente, fijamos una nueva cena para la semana siguiente
en la que evaluaríamos los resultados, y nos despedimos hasta ese momento.
Para esa nueva cena quedamos en un restaurante hindú
realmente delicioso.
De nuevo, llegué sobre las diez y cuando entré en el
restaurante él ya se encontraba sentado en la mesa.
- Hola,
Óscar, realmente genial, tu plan es sencillamente genial.
- Bueno,
bueno, cuéntame.
- Verás,
hice todo lo que me dijiste, y sin más me acerqué a una chica, sin ningún
problema, le dije mi frase de inicio, ella me contestó, y yo me marché.
¡Fantástico!
¿Y lo hiciste más veces?
- Cinco
veces cada noche.
- ¿Y
todas funcionaron bien?
- Perfectamente.
Creo que ahora ya no tengo ningún miedo para ir a hablar con las chicas. ¡Me
has curado!
- No,
todavía no. Solo hemos dado el primer paso.
- Pues,
¡venga!, no me dejes así, cuál será nuestro siguiente movimiento.
- Ahora
te vas a plantear objetivos algo más ambiciosos.
- ¿Cómo
cuáles?
- En
primer lugar, te iba a decir que practicaras más, pero por lo que me cuentas,
esa fase ya la tienes superada.
- Ya
ves, ¡que soy un alumno aplicado!
- (Sonrisa)
Bien, entonces, el siguiente objetivo será introducir las otras dos frases de
inicio.
- ¿Ya
no me marcho?
- No,
ahora, cuando ella te responda, tú atacarás con la segunda frase de inicio, y
luego con la tercera.
- ¿Y
luego?
- Pues
luego, te marchas.
- Está
bien, que sepas que ahora ya empiezo a entender este método tuyo.
- Me
alegra oír eso.
De nuevo, nos emplazamos para la siguiente semana en una
nueva cena, con el objetivo de analizar los resultados de sus intentos.
Para esa nueva ocasión decidimos repetir el restaurante
italiano de la primera noche.
Buenas noches, Nacho. Cuéntame, ¿has conseguido aprobar el
examen?
- ¡Y
con nota!
- Bueno,
eso lo juzgaré yo. Dime como te ha ido.
- Me
ha ido tal y como esperábamos. Me aproximaba a las chicas, les decía la frase
de inicio, y luego las otras dos, y luego me marchaba.
- ¿Cuántas
veces?
- Cinco
por noche, y todas con un resultado similar.
- Bien,
me alegra oír eso. Entonces, creo que estás preparado para enfrentarte a tu
nuevo desafío.
- Adelante.
- A
partir de ahora, te quedarás a hablar con la chica. Es decir, utilizarás tus
frases de inicio, y luego te quedarás a mantener una conversación con ella.
- De
acuerdo. Creo que estoy preparado para ello.
- Yo
no lo creo, estoy seguro.
Al cabo de dos días, Nacho me volvió a llamar felicitándome
por mi plan, porque con él había funcionado al cien por cien. “Me has curado”,
me dijo.
En realidad, no había nada de lo que necesitaba ser curado,
sino que, simplemente, se trataba de una restricción mental que él mismo se
había impuesto, pero el hecho de que el método que acababa de idear hubiera
funcionado en la práctica me llenó de orgullo.
Y eso me llevó a seguir trabajando sobre ese método para
perfeccionarlo y poder utilizarlo con otros hombres con problemas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario