No sé
a ti, pero a mí la lluvia me entristece. Me quita las ganas de hacer cosas, y
solo quiero estar en casa sin hacer nada, tumbado en el sofá y viendo cualquier
programa basura de la televisión.
Era lunes, y estaba lloviendo.
Había estado cayendo agua durante todo el día, y cuando salí del trabajo el
aguacero era impresionante, así que me refugié en casa, me hice un café
calentito y me acurruqué en el sofá.
La tele no daba nada interesante,
algo habitual a esa hora, así que me puse a repasar mi agenda.
Mi agenda es algo diferente del
resto de agendas. Normalmente, éstas están ordenadas por orden alfabético y en
ellas se van disponiendo los nombres de la gente en función de su primera
letra.
Sin embargo, el funcionamiento de
mi agenda es diferente. Está ordenada por fechas. En lugar de colocar los
nombres en su letra correspondiente, lo hago en la fecha en la que conseguí el
número.
Así que, estaba repasando los
números de teléfono que había obtenido el sábado anterior. Había sido un día
muy tranquilo, así que solo tenía cuatro números de teléfono.
Releyendo los nombres de las
chicas que me los habían dado, intentaba recordar sus rostros, sus figuras y su
manera de hablar, para intentar organizar mis preferencias.
Los números pertenecían a Rosa,
María, Lucía y Mariela. Sin duda, mi primera opción era Mariela. De piel morena
y ojos negros como el fin del mundo, su cara morbosa y su figura nada angelical
me habían cautivado.
Como no tenía otra cosa mejor que
hacer, decidí que era el momento de comenzar a trabajar sobre esos números.
Llamaría a los cuatro y mantendría una conversación con cada una de ellas, para
ir construyendo confort en nuestra relación.
Ya que Mariela era la que más me
interesaba, la dejé para el final. Con ello, conseguía practicar durante tres
llamadas previas antes de enfrentarme a la que realmente me interesaba.
Comencé por Rosa.
- ¿Sí?
Dígame.
- Hola,
¿Rosa?
- Sí,
soy yo, ¿quién habla?
- Hola,
Rosa, verás soy Óscar, nos conocimos el sábado por la noche, en el “Cotton”,
¿te acuerdas?
- Sí,
sí, claro, ¿qué tal?
- Pues
aquí ando, un poco adormecido por la lluvia, ¿y tú? ¿Cómo estás?
- Bien,
igual que tú, acabo de llegar de trabajar y estoy un poco depre con este
tiempo.
- Si
es que así no hay quien haga nada, ¿verdad? Solo te apetece un chocolate
caliente, con un buen libro y meterte debajo de una manta, mientras escuchas el
ruido de la lluvia.
- ¡Qué
bucólico! Se me ocurre otra cosa que puedes hacer.
- Ilústrame.
-
¿Estamos todavía en horario infantil? - No, creo
que los lunis ya han salido.
- Bien,
pues una buena opción sería retozar con tu pareja.
- El
que la tenga.
- Pues
eso, el que la tenga.
- Bueno,
bueno, ¿y qué tal acabaste el
sábado? Si mantenía la conversación por la
misma vía por la que estaba marchando me
vería obligado a intentar la
seducción, y yo
prefería aguardar a Mariela, aunque, claro
está, no podía agotar las
posibilidades
con Rosa.
- ¡Fatal!
Después de hablar contigo me tomé una última copa, ¡garrafón total!, y creo que
todavía me está afectando.
- Es
que eso del garrafón debería de estar más perseguido.
- ¡Eso,
eso!
- El
que diera garrafón debería ir directamente a la cárcel, sin juicio ni nada.
- ¡Eso,
eso! ¡Vaya! ¡Qué ultras nos estamos poniendo!
- No
somos nosotros, es el garrafón que nos inunda.
- (Sonrisa).
Bien, aquel era un buen momento
para dejar la conversación.
- Bueno,
Rosa, te voy a tener que ir dejando, solo quería saber como estabas. Me alegra
el haber hablado contigo.
- Sí,
yo también me alegro que me hayas llamado. Un beso. - Otro.
Parecía
una chica agradable, aunque quizá
demasiado alocada. La mantendría como una
opción en caso de fracaso con otras.
Las
otras dos llamadas fueron un fiasco total, ni
María, ni Lucía se acordaban de
mí, y me tiré casi
toda la conversación haciéndolas recordar.
Finalmente, lo hicieron, pero
cuando lo hube conseguido tenía ya pocas ganas de hablar con ellas, así que
corté rápidamente la conversación.
¡Si no son capaces de recordarme,
no son merecedoras de mi interés!
Así que me enfrenté con la
llamada a Mariela con cierto temor interior, pero aún así marqué su número.
- Dígame.
- Hola,
¿Mariela?
- Sí,
soy yo, ¿quién eres?
- Hola,
soy Óscar, nos conocimos…
- ¡Óscar!
¡Qué sorpresa! ¿Qué tal?
¡Vaya! Mis temores habían sido
totalmente infundados, ya que ella parecía tan interesada en mí, como yo lo
estaba en ella, pero eso era solo una primera impresión.
- Bien,
bien, ¿tú que tal?
- Muy
bien. ¡Me encanta la lluvia! ¡Es tan gris y tan triste que me pone contenta! Es
como si mi mente luchara contra la depresión exterior.
- ¡Vaya!
Me alegra oír eso. Normalmente todo el mundo se pone triste cuando llueve, y
tú, ¡tú tan feliz!
- Ya
ves, jovial que es una, y ¿qué te cuentas,
Óscar?
- Pues
nada, había empezado a leer un libro, y como no me gustaba pensé en llamarte.
- O
sea, que soy tu segundo plato (sonrisa).
- (Sonrisa)
Algo así.
- ¿Y
qué libro es ese?
- “Alguien
voló sobre el nido del cuco”.
- No
lo he leído, pero la película es genial.
- Sí,
pero el libro no comienza muy bien, verás, es que el libro está narrado por el
jefe indio, y cuesta entrar en la historia.
- Te
comprendo, a mí me pasa igual, si un libro no me cautiva desde la primera
página, ya te puedes ir olvidando.
- ¿Y
tú? ¿Estás leyendo algo?
- Sí,
la verdad es que sí, estoy con uno de García Márquez, “Historia de mis putas
tristes”.
- ¿Qué
tal?
- Genial,
como todo lo que escribe el tipo éste.
- Cuando
te lo termines me lo podías dejar.- ¡Gran estrategia! Con ello estaba
planificando una cita futura, sin mencionarlo explícitamente.
- Vale,
prometo que en cuanto me lo lea te llamo.
- Puedo
confiar en tus promesas.
- No,
pero tendrás que hacerlo.
- ¿Por
qué?
- Porque
es lo mejor que tienes.
- Acepto,
confiaré entonces en tu promesa.
- Así
me gusta.
- Bueno,
Mariela, te voy a ir dejando. Me alegra el haber hablado contigo, y espero tu
llamada.
- Yo
también me alegro de que me hayas llamado, en cuanto me lo termine te llamo.
- Cuídate.
- Tú
también.
A los tres días recibí su
llamada. La verdad es que hasta ese momento no había confiado mucho en que me
llamaría, y ya tenía planificada una nueva llamada, así que me sorprendió.
-¿Óscar?
- Sí,
soy yo.
- Hola,
soy Mariela, te llamo para cumplir con mi promesa.
- ¡Hola,
Mariela! ¡Qué sorpresa! ¿Ya terminaste el libro? ¡Eres rápida! Como seas igual
de rápida para todo… (Sonrisa)
- (Sonrisa)
No tiene mérito, es un libro corto.
- Bien,
bien, pues entonces tendremos que quedar para que me lo des.
- Sí,
me temo que no tenemos otra posibilidad.
- ¿Cuándo
te viene bien?
- ¿Qué
tal esta tarde?
- Genial,
¿dónde?
- Bajo
el reloj de la Plaza Mayor.
- Suena
bien.
- ¿A
las 8?
- A
las 8, hasta luego entonces.
- Hasta
luego.
A las 8 nos reunimos bajo el
reloj, y comenzamos nuestra conversación. En un principio, utilizamos el libro
para romper el hielo, pero, poco a poco nuestra conversación fue divergiendo
hacia temas diversos.
Ella tenía una cena a las diez y
media, así que sobre esa hora se marchó, pero quedamos para otro día, y luego
para otro y para otro,…
Y así fuimos fraguando una relación, que, aunque no duró,
todavía recuerdo con mucho cariño.
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