Acababa de pasar la nochebuena
con la familia, y había salido a tomar unas copas con unos amigos.
El caso es
que eran cerca de las 4 de la mañana, y el ambiente que se palpaba en la calle
estaba decayendo a pasos agigantados.
La idea generalizada era la de
dar la noche por terminada y marcharnos a nuestras casas respectivas. Sin
embargo, Pepe nos habló de una fiesta privada que se estaba celebrando en un
lugar no muy lejano de donde estábamos.
Aunque dubitativos al principio,
decidimos acercarnos a tomar la última copa de la noche.
La fiesta era en un chalet
adosado, situado a las afueras de la ciudad. Parecía como si varios vecinos se
hubieran puesto de acuerdo para celebrar la velada de manera conjunta, porque
varios chalets estaban abiertos.
Pepe nos dirigió al primero de
todos, y entramos sin mayores dilaciones.
El lugar estaba a rebosar, gente
de todas las edades pululaban por el salón, todos con alguna copa de más y solo
algunos conservando el espíritu navideño de la fiesta.
La proporción entre hombres y
mujeres era la adecuada. Había las mujeres justas, para que tuviéramos donde
elegir, pero no formaran grupos entre ellas.
Rápidamente, encontramos el lugar
donde se servía la bebida, y nos agenciamos unas copas gratis.
En un primer vistazo no encontré
ninguna chica que llamara mi atención, así que me centré en la conversación que
mantenía con mis amigos, la cuál, la verdad, no recuerdo.
Al rato noté un empujón en mi
espalda, y al volverme mi mirada se cruzó con una morenaza de ojos verdes que
me pedía disculpas.
Estaba hablando con un tipo que
la estaba aburriendo sin límite, pero ella fingía interés mostrando la típica
media sonrisa de cortesía.
En ese momento, decidí que ella
sería mi objetivo de la noche.
Lo primero que necesitaba era
hacer desaparecer a aquel pesado que no la dejaba en paz. Para ello recurrí a
mi amigo Ismael, el cuál es un experto en estos menesteres.
La verdad es que no sé como lo
hizo, pero un instante después se lo había llevado y mi objetivo se había
quedado totalmente sola.
Ahora era mi momento.
- Dame
una cifra aproximada.
- Una
cifra aproximada, ¿de qué?
- Una
cifra aproximada de cuantos pesados te han entrado esta noche.
- Contigo,
unos 10. - (Sonrisa) Touché.
- (Sonrisa)
- Pero,
¿sabes lo mejor?
- ¿Qué?
- Que
yo seré el último.
- ¿Cómo
lo sabes?
- Porque
acabarás pasando el resto de tu noche conmigo.
- Ese
comentario es un tanto pretencioso.
- No,
no es pretencioso, simplemente sincero.
- Bien,
bien, ¿y cómo tienes pensado seducirme?
Sin duda, se trataba de una chica
realmente lista, y que ya estaba curtida en muchas batallas seductoras, por lo
tanto, mi técnica estaría basada en burlarme de todas las técnicas de seducción
habituales. Ella las habría sufrido casi todas, y al reconocer mi burla me
tomaría como un tipo con sentido del humor.
- La
verdad es que no lo había pensado todavía, ¿qué te parece el estudias o
trabajas?
- Un
poco pasado, ¿no?
- Sí,
es cierto, ¿qué tal “que hace una chica como tú en un sitio como esté”?
- Demasiado
manido, cómo no lo hagas mejor lo vas a llevar crudo.
- Está
bien, ¡a la tercera va la vencida!
- Soy
toda oídos.
- Voy
a usar la técnica del tipo comprensivo y sensible, ¡muy apropiada para esta
época de buenos sentimientos!
- Bien,
no está mal, muy bien traída, aunque, sinceramente, no creo que funcione
conmigo.
- Bueno,
ya veremos.
En tono irónico le fui contando
varias historias sensibleras que tenía preparadas dentro de mi catálogo de
historias para contar, y ella no paraba de sonreír.
¡Qué sonrisa! Amplia y sincera,
hermosa y cautivadora. Unida a sus ojos y su tez morena me estaba volviendo
loco.
Después de una media hora
hablando y riéndonos juntos, pensé que era el momento de avanzar en la
generación de confort. Intentaría que me acompañara a cualquier otro lugar
donde fuéramos juntos, ella y yo.
- Parece
que la fiesta está empezando a decaer, ¿no?
- Sí,
la verdad es que sí.
- ¿Te
gusta el chocolate con churros?
- ¿No
ves mis cartucheras? Pues claro que me gusta.
- Pues
yo conozco la cafetería que sirve los mejores churros de la ciudad.
- Eso
es una afirmación demasiado tajante.
- ¿No
me crees?
- No
mucho, la verdad.
- Entonces,
tendrás que probarlos tú misma para convencerte, ¿qué me dices?
- No
sé, ya es tarde y quizá debería volver a casa.
- Tú
misma, simplemente pon en tu balanza de prioridades, los mejores churros de la
ciudad en un lado, y la misma cama de siempre en la otra, tú decides.
- Está
bien, me dejo engañar, ¡vámonos!
En verdad, se trataba del local
donde vendían los mejores churros de la ciudad. Los hacían en su justa medida,
ni demasiado crudos, ni demasiado aceitosos, ni demasiado grandes, simplemente
geniales.
Compartiendo nuestro chocolate y
nuestros churros seguimos manteniendo nuestra conversación. Era una
conversadora excelsa.
Siempre captaba las ironías y los dobles sentidos, y
además, los seguía.
Estuvimos casi dos horas en la
cafetería conversando y riéndonos de todo. Luego, la acompañé hasta su casa, y
al despedirnos nos dimos un beso de buenas noches algo subidito de tono, vamos,
en plan película americana.
Quedamos para otro día, y para otro, y para otro.
Hasta que
iniciamos una relación en serio.
Desgraciadamente, terminó porque tuvo que
marcharse al extranjero por temas laborales, pero aún añoro mis conversaciones
con ella.
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