CONVERSACIONES SEDUCTIVAS

Caso Práctico De Éxito: La Fiesta Privada


Me gusta mi amigo Javier. Es un tipo honesto y divertido, en el que se puede confiar para compartir un secreto y para pasárselo bien una noche de marcha.


También me gusta porque tiene mucho dinero y monta las mejores fiestas de la ciudad.

Aprovecha el chalet palaciego que tienen sus padres para organizar reuniones sociales cada vez que éstos se marchan en algún viaje romántico. Algo que, por cierto, es muy habitual.
El hecho de que un frío día de noviembre me llamó para invitarme a una de esas fiestas:
-   Hey, Rubén, ¿qué haces?
-   Nada del otro mundo, haciendo como que trabajo, ¿y tú? ¿Qué tal?
-   No me quejo, oye, este viernes hay fiesta en mi casa, a eso de las diez.
-   ¿Habrá chicas guapas?
-   Ya sabes que sí.
-   Allí estaré.
Llegó el viernes y la verdad es que no tenía muchas ganas de salir. Había sido un día muy estresante en el trabajo y estaba muy cansado. Pero una fiesta de Javier no se puede perdonar.
Así que elegí del armario algo de ropa elegante, pero cómoda. Algo que me permitiera estar pendiente de las mujeres que iba a conquistar y no de lo bien o lo mal que me quedaba la camisa. Y me puse en camino hacia la fiesta.
Como llegué a las diez en punto, me acerqué al bar de la urbanización a tomar una cerveza. No me gusta llegar pronto a las fiestas porque, a parte de aburrido, es algo patético.
Entonces, hice tiempo mientras releía el “Marca” sin mucho interés.
A eso de las diez y media me dirigí hacia el chalet de Javier.
Como no podía ser de otra manera el ambiente era magnífico. Debido al frío, Javier había hecho montar una carpa sobre el jardín, donde tenía montado un buffet y una barra de bar, que eran atendidos por un equipo de camareros.
La fiesta ya estaba a rebosar. Y, por suerte, la mayoría de los invitados eran del sexo femenino. En eso, al igual que en otras cosas, Javier siempre acertaba.
Me mezclé con la gente a la vez que observaba a mi alrededor en busca de algo interesante.
Al cabo de una media hora, y tras soltar mis típicos chistes de alterna, y reírme de las mismas gracias que me había reído el viernes anterior, fijé mi mirada en mi objetivo.
La encontré en sentada en un banco, tomando una bebida de color anaranjado, y con aspecto melancólico.
Era una chica morena, tanto de cabello como de tez, de figura esbelta, y facciones bellas. No era guapa, pero sí era bella. Y yo prefiero la imperfección de las bellas, antes que la perfección de las guapas.
Me inventé una excusa barata para deshacerme del grupo con el que estaba manteniendo mi conversación y me dirigí hacia ella.
Mientras lo hacía comencé a barajar diversos modelos de frase de inicio, buscando aquella que me funcionaría mejor en esa situación.
Finalmente, me decidí por la del roleplay. Es una frase de inicio que siempre me ha gustado mucho, porque, la verdad, me lo paso genial con ella. Además, al ser una fiesta privada las chicas van allí a divertirse y el incentivar su imaginación le ayudaría a divertirse.
Sí, aquél parecía un momento adecuado para un roleplay.
¿Cuál?
Necesitaba una serie de televisión en la que hubiera una pareja. “Remington Steel”, demasiado antigua, “Luz de luna”, no me acordaba del nombre de los protagonistas,

“Expediente X”, los protagonistas no se lían entre ellos. ¡Un momento! Aún así, “Expediente X” me puede valer.
Seguro que ella conoce a los personajes, y el hecho de que no existiera ninguna relación entre ellos me ayudará a que ella no vea mis intenciones demasiado directas.
¡Sí!, utilizaría “Expediente X”.
-   Hola, Scully, ¿alguna pista?
-   ¿Perdona?, ¿cómo dices?
-   He estado observando a ese grupo de ahí, y he de decirte que mis sospechas se están confirmando. Vienen de otro planeta.
-   (Sonrisa)Sí, del planeta de los ricos.
-   Te veo muy triste, Scully, ¿te ocurre algo?
-   (Sonrisa) Nada Mulder, es este caso que me está poniendo nerviosa.
¡Bingo!
Había entrado en el juego. Y el hecho de que yo no hubiera sido demasiado directo en la introducción del roleplay, y ella hubiera sido capaz de captarlo, me daba a entender que era una chica muy inteligente.
Además, de extremadamente bella. ¡Qué sonrisa tenía!
-   No te preocupes, Scully. ¿Sabes? Cuando era niño tuve una experiencia extrasensorial que me ha dejado marcado para el resto de mi vida.
-   ¿No me digas? ¿Eso es algo que no me esperaba?
-   Sí, de verdad. ¿Quieres que te lo cuente?
-   Por supuesto, Mulder. Para que estamos los compañeros si no es para ayudarnos.
-   Gracias, Scully, es agradable saber que siempre puedo contar contigo.
-   Para lo que quieras. (Sonrisa)
-   Pues, resulta que cuando tenía unos 13 años intenté besar a una chica de mi clase que me traía loco… - ¿Y?
-   Y…, y ella me dio una bofetada que me dejó algo inconsciente, y en ese momento observé una luz que se acercaba hacia mi. Yo creo que era la luz… la luz de la muerte.
-   Vamos, Mulder, eso no tiene ninguna consistencia científica.
-   ¿La bofetada?
-   (Sonrisa) No, la luz de la muerte.
-   (Sonrisa) Oye, Scully, ahora que tenemos un momento de tranquilidad, ¿te puedo 
hacer una pregunta personal? - Adelante.
-   ¿Por qué nunca resolvemos nuestra tensión sexual?
-   ¿Ves mi vaso?
-   Sí.
-   Pues está vacío, consígueme otro lleno y te lo explicaré.
-   (Sonrisa) ¿Qué tomas?
-   Vodka naranja.
Me acerqué a la barra del bar, y pedí un par de copas. Y al regresar a su lado ella me estaba esperando con la mejor de las sonrisas y con una mirada tan profunda como el mismísimo infierno.
Comenzamos a hablar como lo que éramos, como Rubén y Elsa (que resultó ser su nombre). Y resultó que era una chica encantadora.

Inteligente, con sentido del humor, y con una gran madurez.
La fiesta terminó y nosotros nos marchamos a tomar una copa a un bar que yo solía tener preparado para este tipo de situaciones.
Allí conseguí besarla por primera vez, y en ese momento comenzamos nuestra relación. Una relación inigualable que todavía recuerdo como la mejor de mi vida.

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