Hacía mucho tiempo que no salía
un sábado por la noche. En parte por el trabajo, y en parte por cierta desgana,
había preferido quedarme en casa o ir al cine, en lugar de salir a una
discoteca.
Sin embargo, esa noche me
apetecía. Era como si lo echara en falta, aunque pudiera ser que lo que echara
en falta fuera el estar con una mujer.
En cualquier caso, eran cerca de
las diez de la noche cuando salí de casa.
Había quedado con unos amigos
para tapear a modo de cena, y me reuní con ellos en el bar de “Quique”, al que
solíamos ir porque lo regentaba un amigo nuestro.
Después fuimos a un par de
disco-bares donde lo pasamos bien recordando nuestros tiempos de infancia por
el barrio. Nos reímos de las fechorías y lloramos por las desgracias. En
general, lo pasamos bien.
A eso de las tres de la mañana,
decidimos que era el momento de acercarnos a la discoteca, y así lo hicimos.
El local estaba a rebosar, con
muchos grupos de chicas apetecibles, y demasiados hombres detrás de ellas.
Nosotros nos dirigimos a la barra
a pedirnos una copa, y mientras estábamos allí, eché un vistazo al ambiente, en
busca de algún objetivo que realmente mereciera la pena.
Al rato me fijé en un grupito que estaba situado
junto a uno
de los altavoces. Charlaban
amigablemente y reían con ganas.
La voz cantante la llevaba una
chica morena, de rasgos claramente sudamericanos y de una gran belleza.
Entonces, decidí que ella sería mi primer objetivo de la noche.
Cuando estaba a punto de
aproximarme, un tipo se le acercó e intentó entablar una conversación con ella.
No tuvo mucho éxito, porque ella no le prestó mucha atención.
En ese momento, lo vi claro, ya
tenía la frase de inicio ideal. Utilizaría una frase de inicio situacional,
aprovechándome de lo que acababa de pasar.
Apuré mi copa y me acerqué a
ella.
- Hola,
¿qué tal lo ha hecho?
- ¿Cómo
dices?
- El
tipo ese con el que estabas hablando, me gustaría saber que tal lo ha hecho.
- Y,
¿para que quieres saberlo?
- Para
aprender y mejorar mi técnica de seducción.
- Buena
idea.
- ¿Y
bien?
- Bueno,
pues la verdad es que no lo ha hecho muy bien.
- Déjame
adivinarlo, ha entrado diciéndote lo guapa que eres.
- Efectivamente,
¿cómo lo sabes?
- No
es difícil, está claro que lo eres, y el tipo parecía muy poco original.
- Veo
que eres observador.
- Me
gusta estar al tanto, pero espera, creo que te voy a adivinar cual ha sido su
siguiente paso.
- Adelante.
- El
siguiente paso ha sido invitarte a una copa.
- Exacto.
- Si
es que no se puede ser más patético.
- (Carcajada)
Eres bueno.
- Pero
no solo en esto.
- (Sonrisa).
Ya estaba. Había conseguido
engancharla a mi conversación.
Tenía un acento maravilloso, que
me estaba volviendo completamente loco. Además, su sonrisa era inigualable.
Cuanto más hablaba con ella, más me gustaba.
- Bueno,
ahora es cuando me cuentas que es lo que debería haber hecho para hacerlo
mejor.
- ¿Y
cómo sé que si te lo digo no lo utilizarás para seducirme?
-
Porque no estoy interesado en ti. (Sonrisa) -
(Sonrisa) Bien, entonces estoy a salvo.
- Eso
parece, así que no tienes nada que temer.
- (Sonrisa)
Bueno, pues te haré conocedor del secreto, aunque he de decirte que es muy
sencillo.
- Soy
todo oídos.
- Solo
necesitaba haberme hecho reír.
- ¿Tan
fácil?
- Tan
fácil.
- Bueno,
yo te he hecho reír.
- Sí,
pero tú no estás interesado en mí, así que no cuentas (Sonrisa).
- (Sonrisa)
Su mirada era penetrante. Se me
clavaba en mis ojos y hacía que un escalofrío recorriera mi cuerpo.
Decidí que era el momento de
avanzar en aquella situación.
- Vamos
a hacer una cosa.
- Cuéntame.
- Verás,
tú ya me has contado el secreto, así que podemos decir que ya me has enseñado,
por lo que has dejado de ser mi profesora.
- ¿Y?
- Bien,
ahora ya no estamos manteniendo una relación de negocios, sino que somos dos
personas tomando una copa en un bar.
- Pero
ninguno de los dos está tomando nada.
- Bueno,
dejaré que me invites.
- (Carcajada)
Al hacer mi último comentario
toqué su brazo con mi mano, comenzando, así mi aproximación física. Ella aceptó
aquel acercamiento de buen grado, y se rió con ganas.
Nos acercamos a la barra y
pedimos una copa, y ella insistió en pagar, a lo cuál yo no me opuse.
- Entonces,
ahora ya tenemos la copa, por lo que podemos decir que somos dos amigos tomando
una copa en un bar.
- Tampoco
puede ser, porque no sé como te llamas.
- Eso
tiene muy fácil solución. Mi nombre es Óscar, y tú te debes de llamar
Hortensia.
- (Sonrisa)
No, me temo que has fallado. Mi nombre es
Diana.
- Bien,
pues ahora ya sí, ¿no?
- Ahora
ya sí.
- Vale,
pues como somos amigos, creo que te puedo contar un secreto.
- Cuéntame.
- Pero
me tienes que prometer que no se lo vas a contar a nadie.
- Te
lo prometo.
- ¿Cómo
sé que puedo confiar en ti?
- Tú
mismo lo has dicho, somos amigos y los amigos confían entre sí.
- Tienes
razón.
Entonces me acerqué a su oído, y
como si darle importancia le sujeté la cintura con mi brazo. Así, había
realizado dos aproximaciones físicas simultáneas.
- Me
gustas.
- Pero
eso no es un secreto, ya lo sabía.
- ¿Ah,
sí? ¿Y como lo sabías?
- Porque
si no fuera así, no habrías venido a hablar conmigo.
- He
de reconocer que ese razonamiento es de una lógica aplastante.
- (Sonrisa).
Como ya había eliminado las
barreras físicas entre nosotros, mientras hablaba procuraba siempre tocarla, o
bien en el brazo, o bien rodeando su cintura, o bien tocando su mejilla.
Seguimos hablando durante un
rato, medio en serio medio en broma.
- ¿Sabes?
Han abierto una nueva discoteca un poco más abajo, y creo que es genial, ¿te
apetece ir?
- Suena
bien.
- Pues
vámonos.
- Espérame
aquí, voy a despedirme de mis amigas.
Esa nueva discoteca de la que le
había hablado era el lugar que tenía elegido para la segunda fase de mi
seducción. Se trataba de una discoteca con menos gente y algo más romántica.
Además, al estar más cerca de mi casa se convertía en el lugar ideal.
Poco tiempo después, ella volvió
a aparecer y nos marchamos de allí. Durante todo el trayecto fuimos abrazados,
con lo que conseguía mantener el contacto físico con ella.
En la nueva discoteca seguimos
departiendo, ganando en intimidad a cada nueva frase.
Finalmente, de una manera
natural, y sin forzar en ningún momento la situación, aproveché un instante en
el que reinaba el silencio y nuestras miradas se cruzaron, para besarla.
Ella también me besó.
Finalizamos la noche realizando
el acto sexual, tras lo cuál ella se marchó.
Al día siguiente la llamé y quedamos para tomar un café, y
descubrí que era aún más maravillosa de lo que me había imaginado.
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