CONVERSACIONES SEDUCTIVAS

Caso práctico de éxito: La convivencia


¿Has estado alguna vez de convivencia?

Yo sí. Y me lo pasaba genial.

El hecho es que no veía muy claro aquello de la fe que intentaban inculcarme, pero, un poco por obligación familiar, un poco porque en ellas podía estar con gente de mi edad, el caso es que siempre me apuntaba a las convivencias.

Las celebraba la parroquia de mi barrio, que había organizado una especie de catequesis para adolescentes, llamada “Pastoral Juvenil”.

En ella se trataba de retomar todo lo aprendido en los años anteriores y preparar nuestras almas para la confirmación.

Bueno, el caso, es que más allá de lo involucrado que estuviera en ese sentimiento, el hecho de poder estar durante tres o cuatro días fuera de casa con un grupo de chicos y chicas de mi edad me encantaba.

La convivencia que recuerdo con más cariño es la que se produjo una Semana Santa de un año que prefiero no recordar. 

Estábamos a mediados del mes de abril y la primavera ya empezaba a florecer, tanto en las flores del campo, como en los cuerpos de las mujeres.

Nuestro destino era un pequeño pueblo de la sierra, donde nos alojaríamos en una pequeña casa rural cercana a un riachuelo.

Fuimos en los coches particulares de los monitores, así que hasta que no llegamos al lugar no supimos, exactamente, quien estaba presente y quien no.

¡Y sí!

¡Ella estaba presente!

Ella era Guadalupe. Mi gran amor de adolescencia.

Era una chica morena, de rasgos indígenas y con un acento encantador. Su cara era maravillosamente imperfecta, y su cuerpo ya comenzaba a florecer.

La verdad es que casi no habíamos hablado, pero yo no podía dejar de mirarla cada vez que nos encontrábamos en un mismo lugar.

Las primeras horas transcurrieron sin mayores sobresaltos, con las típicas charlas de los monitores sobre el comportamiento que esperaban de nosotros y todo eso.

A media tarde, me las arreglé para quedarme a solas con Guadalupe en mitad del campo. Habíamos ido a buscar leña y por un sorteo algo amañado, había conseguido que nos tocara a ella y a mí juntos. 

-   ¿Te importa que te haga una pregunta, Guadalupe?

-   Depende del tipo de pregunta que sea.

-   No te preocupes, es una pregunta sin maldad.

-   Bueno, entonces sí que la puedes hacer. 
-   Es muy simple, ¿de dónde eres exactamente? Quiero decir, ¿de dónde son tus padres?

Mis padres son de Venezuela, y yo también nací allí, aunque llevo desde los dos años en España.

-   ¡Claro! Eso lo explica todo.

-   ¿A qué te refieres?

-   A nada, cosas mías.

-   ¡Venga! ¡No me dejes así! ¿Qué querías decir?

-   Que eso explica lo de tu belleza y hace justicia a la fama de las mujeres venezolanas.

-   ¡Vaya! Muchas gracias, Óscar.

-   No se merecen, simplemente constato la realidad.

-   Pues me gusta que lo hagas.

-   Y a mí me gusta que te guste.


Estaba poniendo en práctica una técnica seductiva sobre la que acababa de teorizar una semana antes.

Se trataba de hacer algo parecido a lo que se hace cuando se ejercita la pesca. Primero había lanzado el cebo con el anzuelo, y ella había picado.

Ahora, era el momento de darle un poco de carrete.

-   ¿Sabes? El otro día leía que Venezuela es el país más rico de América del Sur.

-   Sí, la verdad es que tenemos mucho petróleo.

-   Petróleo y mujeres guapas, ¿qué más se puede pedir?

-   ¿Políticos honestos?

-   ¿Existen?

-   Seguramente, no.

-   Entonces, no pidas lo imposible.

-   ¿Y qué me aconsejas que pida?

-   Cosas más asequibles.

¿Cómo cuales?

-   ¿Qué te parece, un beso mío?

-   Un poco atrevido, ¿no?

-   ¿Eso es un no, un sí, o un depende?

-   Creo que nos están llamando los monitores.


Era mentira, pero aún así hicimos como que era cierto y volvimos a la casa.

La técnica estaba funcionando como yo esperaba. Ella había picado el anzuelo, y ahora le estaba dando carrete.

Sin embargo, había llegado el momento de soltar sedal. Ahora debía ignorarla durante un tiempo, a ver como ella reaccionaba.

Así que durante el resto del día no le hice el menor caso. Me aseguré de estar siempre rodeado de chicas, y de aparentar que tanto ellas como yo nos lo pasábamos de miedo.

Por la noche, salí a dar un paseo para poder fumar a escondidas, y ella me sorprendió en la oscuridad.

-   ¡Qué susto me has dado, Guadalupe!

-   ¡Vaya! No sabía que te asustabas tan fácilmente.

-   No suelo, solo que no te esperaba aquí.

-   ¿Y eso?

-   No se, como no me has hecho caso en todo el día.

-   ¿Cómo? ¿Yo a ti? ¿Y qué me dices de tú a mí?


¡Perfecto!

Con aquella burda estratagema había conseguido dejarla indefensa.

-   ¿Yo a ti? Pero si he intentado quedarme a solas contigo todo el rato, pero tú como si nada.

Bueno, dejémoslo. Y, ¿para que querías quedarte a solas conmigo?

-   Para pedirte la respuesta que no me diste antes.

-   ¿A qué te refieres?

-   A que quiero que me digas si es un sí, un no, o un depende.

-   ¿Tengo que responder a esa pregunta o con mi presencia aquí te basta?

-   Veo que tu lógica es aplastante.


Y, entonces, nos empezamos a besar.

Así que mi técnica de ir de pesca en busca de chicas, en lugar de peces, había funcionado.

Debía perfeccionarla, eso estaba claro, pero tenía muchas posibilidades.

En lo que se refiere a Guadalupe y yo, la verdad es que no llegamos muy lejos. Digamos que fue un simple amor adolescente, de esos que vienen y van.

Pero mi técnica de la pesca me ha acompañado hasta hoy.

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