No me gustan las citas a ciegas. El hecho de quedar con una persona que no conoces me crea un desasosiego interno que me cuesta vencer.
Supongo que debe de ser por estos malditos kilos de más que
se me acumulan en el estómago, y que me hacen parecer patético con cualquier
ropa que me pongo.
Por
eso odio las primeras citas con las chicas,
porque solo se fijan en lo gordo que estoy, y no se
esperan a conocerme para juzgar.
porque solo se fijan en lo gordo que estoy, y no se
esperan a conocerme para juzgar.
Sin embargo, hay como una
epidemia que contagia a todos tus amigos cuando estás sin pareja. Se empeñan en
organizarte citas a ciegas con mujeres que ellos consideran adecuadas para ti.
No importa si tú las consideras
oportunas, o no.
Si ellos creen que son oportunas,
tienes que quedar con ellas. Después tienes que cenar, reír sus gracias,
crearte tus propias gracias, y aguantar su conversación.
Pero cuando José me dijo que me
había organizado una cita a ciegas con una compañera suya de trabajo, no pude
negarme.
Así que allí estaba yo. Era una noche fría de mediados del
mes de diciembre. Había estado nevando durante todo el día, y el viento era
helador.
Habíamos quedado en un
restaurante que estaba de moda por su comida minimalista y su ambiente
exclusivo. No era el tipo de sitio que yo elegiría para cenar, pero el lugar,
al igual que la chica había sido elegido por José.
Preferí esperarla a la puerta del
restaurante, porque pensé que así haría las presentaciones menos traumáticas.
Al llegar me cercioré de que ella no estaba todavía allí y encendí un
cigarrillo mientras la esperaba.
Unos cinco minutos después una
mujer de abrigo marrón, su clave para mi, llegaba a la puerta del restaurante.
Cuando iba a abrir la puerta me dirigí a ella:
- Perdona,
¿no serás Jessica?
- Sí,
¿eres Eduardo?
- (Asentí
con la cabeza)
Nos saludamos con los dos besos
de rigor y le abrí la puerta para que entrara en el restaurante.
Al menos, he de decir, la chica
era guapa. Tenía unos ojos verdes encantadores, y su sonrisa era diabólicamente
angelical.
El camarero nos colocó en una
mesa situada en un lugar muy discreto.
Ahora
llegaba el momento más difícil: comenzar la conversación. Tiré mi repertorio de
frases de inicio, y llegué a la conclusión de que una buena broma era la mejor
forma de comenzar nuestra conversación.
- ¿Has
visto “cita a ciegas”?
- Sí.
- ¿Acabaremos
igual?
- Ojalá.
- (Carcajada).
- (Carcajada).
Ambos comenzamos a ojear el menú
como vía de escape por la tensión inicial del momento.
Una vez que hube decidido lo que
iba a pedir, comencé a hablar:
De
todas formas estoy muy enfadado con José.
¿Y eso?
- Verás,
el hecho es que accedí a tener esta cita con la única condición de que la chica
no fuera atractiva, para que así no me sintiera intimidado…, pero José me ha
engañado.
- ¿Te
sientes intimidado?
- Totalmente.
- No
te preocupes, todo es falso, en cuanto me quite el maquillaje y los pechos
falsos perderás tu intimidación (sonrisa).
- (Sonrisa).
Además de preciosa tenía sentido
del humor. Después de todo aquello no iba a estar tan mal.
- Supongo
que suena a muy típico, pero esta es la primera cita a ciegas que tengo.
- Pues
sí, sí que suena a típico. Así que mejor no lo digamos.
- Está
bien. Hagamos una cosa. Supongamos que esto no es una cita a ciegas.
Simplemente nos hemos visto esta tarde, nos hemos gustado y hemos quedado para
cenar.
- Me
parece bien.
- De
acuerdo, oye, dime algo, ¿has tenido alguna vez una cita a ciegas?
- (Carcajada).
Estaba captando bien mis bromas
lo cuál me hacía crecer en mi autoestima.
El camarera llegó para tomar
nuestra comanda.
Ella pidió primero. Su tono de voz era dulce, pero sin llegar
a la cursilería, y me encantaba la educación con la que se dirigía al camarero.
Cuando éste se hubo marchado fue
ella la que comenzó a hablar:
Oye, ¿José es muy amigo tuyo?
No demasiado, sólo lo conozco
desde que teníamos 5 años.
- (Sonrisa).
- ¿Por
qué lo dices?
- Porque,
y perdona que te lo diga, pero el sitio éste que ha elegido es un pelín cursi.
- Totalmente
de acuerdo, y vistos los precios creo que la cuenta final también va a ser
cursi.
- Lo
que podemos hacer es pasarle la factura a José
(sonrisa).
- (Sonrisa)
¡Eso haremos!
Durante
unos instantes guardamos silencio.
Ambos buscábamos algo de que hablar, pero,
sorprendentemente, ninguno de los dos se
encontraba incómodo.
Ambos buscábamos algo de que hablar, pero,
sorprendentemente, ninguno de los dos se
encontraba incómodo.
Entonces, y basado en el
comentario que ella me acababa de hacer, creí conveniente contarle una de las
historias que me había estado trabajando para la cita.
Como no la conocía, y no sabía
que tipo de mujer sería, me había trabajado historias diferentes, en tonos y
con significados diversos.
En ese momento, creí que la más
conveniente era la del restaurante de lujo en el que habían encontrado carne de
rata:
- ¿Sabes?
El otro día leí en el periódico una historia escalofriante sobre un restaurante
de lujo.
- Cuéntame.
- La
verdad es que no sé si debería contártelo, especialmente porque ahora vamos a
comer.
- No
te preocupes, me crié con tres hermanos, así que estoy curada de espanto.
- Está
bien, pero que quede claro que te avisé…
¿Te firmo una cláusula de
responsabilidad?
No, gracias, con tu palabra me
vale.
- No
deberías fiarte de mi palabra.
- De
momento lo haré, ya veremos más adelante.
- Estás
cometiendo un craso error.
- Afrontaré
las consecuencias… Bien, como te iba contando, resulta que en un restaurante de
Madrid, de estos de superlujo, encontraron en un plato que se suponía que era
de ternera, un trozo de carne de rata.
- ¿Y
quién lo encontró?
- No
sé, supongo que el cliente al comerlo.
- Entonces,
¿ese cliente es capaz de distinguir entre carne de ternera y carne de rata?
(Sonrisa) - (Sonrisa) Parece que sí.
Durante el resto de la velada
mantuvimos una charla animada, con constantes bromas y muy poca conversación
seria.
Supongo que ambos estábamos
nerviosos y a través de las bromas intentábamos vencer nuestros nervios.
A los postres, me planteé
introducir un poco de seriedad:
- ¿Te
puedo decir algo en serio?
- Adelante,
pero espera que me acabe el vino… Ahora ya puedes.
- (Sonrisa).
Gracias. Es gracioso pero esperaba esta cita como una tortura y se ha tornado
en una delicia.
- Sí,
la comida era realmente buena (sonrisa).
- (Sonrisa)
No en serio, me alegro un montón de haber aceptado la cita.
- Sí,
yo también. Tal vez, pudiéramos repetirlo.
Sin duda, el único problema es
que ya no será una cita a ciegas nunca más (sonrisa).
- (Sonrisa)
Supongo que lo podremos superar.
Después de la cena, la invité a
tomar algo en el bar de un amigo mío. Era un bar de copas, pero entre semana
era bastante tranquilo y se podía mantener una conversación en un ambiente
agradable.
Hablamos durante horas y sin darnos cuenta nos encontramos
en la cama de mi dormitorio, desnudos y agotados por el éxtasis.
En ese preciso instante, comenzamos una relación larga y
altamente satisfactoria. Y todo tras una cita a ciegas a la que no quería
acudir.
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