Mis primeros años universitarios
fueron duros. Por culpa de mi indolencia en el instituto, mi nota final fue
bastante pobre, así que me tuve que marchar de mi ciudad para poder cursar los
estudios que quería.
En concreto, mi destino final fue
Valladolid. Nunca había estado allí, y la posibilidad de pasar cuatro años de
mi vida en ella no me motivaban demasiado.
Sin embargo, era la única
posibilidad que se me presentaba, así que no tuve ninguna elección.
Acabé con mis huesos en una
Residencia Universitaria. No hace falta que os diga que los primeros meses
estuvieron repletos de novatadas y bromas varias, unas con más gracia y otras
con menos.
Aunque, he de decirte que me
ayudaron bastante, porque me permitieron conocer en detalle a mis compañeros de
generación.
Las clases, por otro lado, no
iban mal. En general, me gustaban los profesores, y las asignaturas me atraían.
Al igual que me atraía una
compañera de la segunda fila.
Se llamaba Jessica y era de
origen ecuatoriano, lo cuál le proporcionaba una belleza racial, realmente
atractiva, más allá de su corta estatura y de su exceso de peso.
Durante un par de meses estuvimos
en la misma clase sin apenas dirigirnos la palabra, más allá del simple “buenos
días” o “hasta luego”.
Entonces, mi suerte cambió.
Resultaba
que teníamos que hacer un trabajo en equipo, y la profesora era la encargada de
determinar los componentes de cada equipo:
PROFESORA: Grupo H, estará formado por Jessica Llumiquinga,
Javier García y Óscar Garrido.
¡Bingo!
Allí tenía la excusa perfecta
para iniciar mi seducción.
Durante nuestras primeras
reuniones nos centramos en la preparación de nuestro trabajo. Fueron sesiones
amenas, en las que pasamos un buen rato, y en las que acabé por descubrir que
Jessica era algo más que una cara bonita.
Era inteligente, sensible y con
un excelente sentido del humor, el cuál, además, coincidía con el mío.
La gran oportunidad se me planteó
en la que iba a ser nuestra tercera reunión. Media hora antes de la hora fijada
recibí una llamada de Javier:
JAVIER: Hola, Óscar, verás, me temo que no voy a poder ir a
la reunión de hoy, así que tendremos que posponerla para otro día. Lo siento,
pero es que me ha surgido algo ineludible.
YO: No te preocupes. Ya quedamos otro día. Hasta luego.
JAVIER: Hasta luego.
Ahora, tenía dos opciones. O bien
llamaba a Jessica y le decía que no nos podríamos reunir ese día, o bien
aprovechaba la situación y me reunía a solas con ella.
La decisión estaba clara.
A eso de las seis de la tarde
llegué al lugar de encuentro.
Ella ya estaba allí.
- Hola,
Óscar. ¡Vaya frío que hace hoy!
- ¿Qué
tal? ¡Ya te digo! Me habían dicho que los inviernos en Pucela eran fríos, y veo
que tenían razón.
- Dímelo
a mí. Imagínate que la temperatura más baja en mi ciudad llega a ser de 10
grados.
- ¿Vivías
en el paraíso?
- Casi.
Entonces, hice que mi móvil
sonara sin que ella se diera cuenta y fingí una conversación con Javier. Al
colgar le expliqué la situación.
- Era
Javier. Dice que no va a poder venir, porque le ha surgido algo ineludible.
¡Vaya! ¡Podía haber avisado
antes!
- Pues
sí.
- (Silencio)
- Bueno,
¿qué te parece si tomamos algo?
- Vamos.
¡Bien!
Mi plan estaba funcionando a la
perfección.
Ahora era el momento de contarle
una de las historias que me había estado preparando en casa. La había sacado
del periódico local, y luego la había adaptado a mi personalidad, eliminando
todos los detalles superfluos.
Entramos en una cafetería cercana.
Era un lugar muy acogedor, con un ambiente ideal para mi seducción.
Nos sentamos en una de las mesas,
y ambos pedimos un café con leche, “para entrar en calor”, me dijo.
Sin más dilación, comencé mi
conversación:
- ¿Has
visto las noticias de hoy?
- No,
la verdad es que no veo mucho la tele.
- Verás,
resulta que acaban de lanzar una nueva bebida, puede que hayas visto el anuncio
en la tele.
- ¿Cómo
se llama la bebida?
- Red
Bull.
- No,
la verdad es que no lo había oído.
- Bueno,
el caso es que se supone que es una bebida revitalizante, de hecho el lema es
algo así como “red bull te da alas”.
- No
está mal.
- Pero,
¿a qué no sabes que es lo mejor?
- ¿Qué?
Resulta que esta bebida no es más
que una adaptación de una bebida tailandesa.
- ¿De
verdad?
- Como
te lo cuento. ¿Has visto esta especie de taxi en el que un hombre va corriendo
tirando de un remolque donde van los pasajeros?
- Sí,
los he visto en alguna película.
- Pues
esta gente toma una bebida que les da energía para todo el día.
- Lógico,
me los imagino todo el día corriendo de acá para allá.
- Sí,
debe de ser duro. Es una pena que alguien tenga que llegar a esos extremos para
ganarse la vida. ¡Qué injusto es el mundo!
- ¡Qué
gran verdad!
¡Perfecto!
Tal y como tenía planeado había
encontrado el momento ideal para introducir un rasgo de mi personalidad que
quería que ella apreciara: mi conciencia social.
Por lo demás, mi historia estaba
yendo viendo en popa. Había utilizado todos los pasos que me había marcado: la
frase de introducción, el gancho inicial, estaba ocultando información para
provocar sus preguntas, le estaba dando los tonos que la historia necesitaba, y
le estaba facilitando pistas sobre mi personalidad. ¡Eso era!
Ya solo me quedaba dale un final
adecuado a la historia.
- Bueno,
como te decía. El caso es que un turista austriaco que se encontraba en
Tailandia de vacaciones, comprobó la eficacia de esta bebida, y, ni corto ni
perezoso, decidió traérsela a Europa.
- Pero,
los paladares de los asiáticos y de los europeos son muy diferentes.
- ¡Exacto!
Por eso, antes de empezar a comercializarla, le hizo algunas pequeñas
modificaciones de sabor.
¡Un tipo inteligente el austriaco
este!
- Ya
te digo.
- ¿Y
a los pobres tailandeses? ¿No les dará nada por robarles la idea?
- Sí,
el caso es que les ha dado el 50% de su empresa.
- ¡Vaya!
Un tipo honesto. No es fácil ver tipos así.
- Especialmente,
no en los negocios.
- ¡Eso
es!
- Lo
que me sorprende es el ojo que tuvo este tipo para el negocio. Como de unas
vacaciones saca la idea para comercializar una bebida. ¡Es mi ídolo!
- Sí,
es un tipo listo, sin duda.
Seguimos hablando durante largo
rato, gracias al confort que había generado mi historia inicial.
Después quedamos varias veces
más, hasta que un día, sin previo aviso, sucedió lo que tenía que suceder.
Nos besamos, e iniciamos una
relación sentimental.
Duró un par de años, hasta que yo
decidí abandonar Valladolid, por razones que no vienen ahora al caso, y tuvimos
que dejar nuestra relación, porque nuestros sentimientos no eran lo
suficientemente fuertes como para mantener la relación a distancia.
Sin embargo, aquella relación me
ayudó para comprobar empíricamente lo que ya sabía en teoría: la importancia de
saber contar historias.
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