CONVERSACIONES SEDUCTIVAS

Caso Práctico De Éxito: El Bar De Jazz


Cada vez que finalizan las fiestas navideñas me da por ir a celebrarlo a un bar de mi barrio en el que tocan jazz en directo.


Es genial. Me encanta ir solo, porque allí siempre hay un gran ambiente, y si al final de la noche no has conocido a nadie, siempre te queda el placer de haber escuchado buena música.

Además, suele ser un lugar muy adecuado para seducir a chicas con los mismos intereses que yo. 

Era el 8 o el 9 de enero, no lo recuerdo exactamente. Me puse ropa cómoda, aunque elegante, y me dirigí al “Bird”, que era como se llamaba aquel local, en claro homenaje a la película de Eastwood.

Serían cerca de las 10 de la noche cuando llegué al bar. No había mucha gente, aunque tampoco se podía decir que estuviera vacío. La mayoría de las mesas estaban vacías, aunque la barra estaba repleta de gente.

Casi todos mantenían animadas conversaciones entre ellos, mientras aguardaban a que el show comenzara.

En una de las esquinas de la barra, percibí la presencia de una chica que estaba sola. Jugueteaba con la pajita de su cocktail mientras mantenía la mirada perdida, que, de vez en cuando, se daba un paseo por el bar en busca de algún rostro amigo. Sin ella saberlo, se había convertido en mi objetivo de la noche.

En primer lugar, me planteé que debería generarme un status social interesante para que ella pudiera fijarse en mí. Así que debía mostrarme agradable con la camarera, e intentar entablar una conversación con algún otro cliente.

-   ¿Qué va tomar, caballero? 

-   Brugal cola, por favor. No hay mucha gente hoy, ¿verdad?

-   Sí, es cierto que hemos tenido días mejores, pero hay que tener en cuenta que hoy es lunes.

-   ¡Claro! Y sólo alcohólicos sin solución o solitarios empedernidos saldrían a tomar una copa un lunes.

-   (Sonrisa) Yo no he dicho eso.

-   Pero lo has pensado (Sonrisa).

-   A eso no responderé si no es delante de mi abogada.

-   Chica precavida, ¡me gusta!

-   La vida me ha enseñado a serlo.

-   Brindo por la vida.


Entonces, se marchó a atender a otro cliente que requería su servicio, así que me giré y justo a mi derecha encontré una pareja a la que parecía que se les había terminado la conversación, así que creí encontrar la ocasión perfecta para incrementar mi nivel de status social positivo.

-   ¿Venís mucho por aquí?

-   No, de hecho es la primera vez. Parece un sitio agradable.

-   Sí, es genial, yo vengo casi todas las semanas. La música es muy buena.

Mientras hablaba con ellos mi mirada se cruzó un par de veces con la chica del otro extremo de la barra.

¡Había notado mi presencia! Y había notado que mantenía conversaciones con gente diferente. Ella estaría pensando ahora que yo era un tipo agradable. ¡Bien!

Seguí conversando con aquella pareja durante un rato. Eran agradables y eso me facilitó el trabajo.

Entonces, la banda salió al escenario y comenzó a tocar. No estaban mal, sin grandes alardes, pero sin desmerecer. 

Cuando llegó su primer descanso, decidí que era el momento de acercarme a ella. Ya había notado mi presencia, y me había visto en actitud claramente positiva, con lo que su imagen de mi era buena.

Ahora era el momento de convencerla de que su primera impresión era la correcta.

-   ¿Saben lo que dicen?

¿Qué?

-   Que el Jazz no puede ser disfrutado en soledad.

-   ¡Vaya! Yo pensaba que era al contrario, que el Jazz era para los solitarios.

-   Sí, esa es una creencia muy extendida, pero es una falacia absoluta.

-   ¿Por qué crees eso? 
-   Muy sencillo. El Jazz auténtico es la unión anárquica de notas musicales provenientes de diferentes instrumentos. Escucharlo a solas es tan triste como el jazz de un solo instrumento.

-   Me gusta el jazz de un solo instrumento.

-   Sí, pero no es lo mismo.

-   Bueno, no me convences, pero por lo menos es una teoría, y te la acepto como tal.

-   ¿Igual que me aceptas una copa?

-   ¿El alcohol también debe de ser disfrutado en compañía?

-   Algo así.

-   (Sonrisa) Está bien, entonces. No te destrozaré tu teoría.

-   Te lo agradezco.


Era morena, de ojos verdes, y de sonrisa corta. Hablaba con dulzura aunque solía terminar sus frases con frialdad, como si temiera ser demasiado amable conmigo.

Pedí un par de copas, y traté de reiniciar la conversación.

-   ¿Te gusta la banda?

-   Las he visto mejores.

-   La del pasado lunes era mejor.

-   ¿Vienes a menudo?
Sí, me siento a gusto aquí. Es muy acogedor y la compañía suele ser agradable.

-   ¿Y qué tal hoy?

-   Hoy mejor de lo habitual.

Había caído como un colegial en su aro. Ella me lo había mostrado y yo había acudido a él sin pensármelo dos veces.
¡Tendría que tener más cuidado a partir de ahora!

Seguimos hablando durante el resto del descanso. Era de conversación muy amena, y con un elegante sentido del humor.

La segunda parte de la actuación fue mejor que la primera. Parecía como si los músicos se hubieran ido entonando a medida que habían ido ganando en confianza.

Cuando terminaron le propuse ir a tomar “el mejor helado de la ciudad”, a lo que ella aceptó entre sonrisas.

-   ¿Qué te había dicho? Dime que no es el mejor helado que has probado nunca.

-   Sí, la verdad es que he de aceptar que tienes razón.

Entonces, guardé silencio a propósito para intentar forzarla a mostrarme el indicador de interés que me faltaba. 

Durante nuestra conversación, ella había reído todos mis comentarios, los graciosos y los que no lo eran tanto, y de vez en cuando se le escapaba un ligero toque en mi brazo mientras hablaba.

Además, ya había reiniciado la conversación en varias ocasiones. Por ello, sentía que estaba en el punto adecuado para intentar besarla.

Simplemente, quería asegurarme, así que forcé el silencio para ver como ella reaccionaba, y lo hizo de la forma que yo esperaba, retomando la conversación.

-   ¿Y a qué dedicas tu tiempo cuando no estás intentando seducir a chicas indefensas?

-   Intento ser escritor, aunque de momento sin mucho éxito.
¡Qué interesante!

-   Sí, eso dice todo el mundo.


Mantuvimos el tema de mi profesión durante unos cinco minutos, hasta que yo decidí que ya era el momento de intentar besarla.

-   ¿Sabes qué? Llevo un rato queriendo hacer algo, pero no sé si debería.

-   Tú no te reprimas, que luego se te queda dentro y es muy difícil sacarlo, ¿qué es?

-   Besarte.

-   ¿Y por qué debería dejar que me besaras?

-   Porque lo deseas tanto como yo.

-   Bien, cuando tienes razón, tienes razón.

Y la besé.

Después de un rato nos marchamos a su casa y allí pasamos una noche loca de pasión, de las que ya no recordaba.

Al día siguiente, nos despedimos sin esperanzas de volver a vernos. No por nada especial, simplemente los dos sabíamos que nada pasaría entre nosotros. No me preguntes la razón, simplemente lo sabíamos.

Sin embargo, aún recuerdo lo bien que lo pasé con ella.

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