Todos los seres humanos tienen deficiencias. Para un niño, este déficit pueden comprender la ortografía o el dominio de las tablas de multiplicación. Para un adulto, las deficiencias pueden tomar la forma de olvidos crónicos, desorientación o desorganización.
Es típico que el niño que se siente vulnerable consuma mucha energía emocional y física para protegerse de sus debilidades reales o imaginarias. Con frecuencia, los mecanismos de defensa del niño se vuelven parte integrante de su identidad y su personalidad.
Hasta el niño más talentoso puede ser agudamente consciente de sus limitaciones y sensible a ellas. Un chico muy despierto de trece años, por ejemplo, puede encontrar dificultades en el aprendizaje de una lengua extranjera. Cuando se acerca el fin de las clases está convencido de que nunca podrá aprender otra lengua que no sea la suya. No obstante, se las ingenia de algún modo para aprobar ese idioma en la escuela secundaria y en la universidad y llega a ser un científico sumamente capaz. Pese a sus muchas realizaciones, sigue convencido de que es totalmente inepto en lo que respecta a idiomas.
Los orígenes de la conducta autoprotectora de un niño pueden rastrearse hasta la primera infancia. Las experiencias negativas que haya tenido en esos años de formación imprimen, casi invariablemente, asociaciones negativas correspondientes en la mente inconsciente del niño. Este proceso de impresión puede comenzar en el jardín de infantes o incluso antes.
Imaginemos a un niño de cinco años que tiene dificultad con las tareas motrices de detalle y realiza dibujos desarticulados y distorsionados. Si otros niños (o sus propios padres) se burlan de sus dibujos, el niño puede llegar a la conclusión de que es incompetente. Para protegerse, tal vez comience a evitar cualquier cosa relacionada con el arte. Antes de que pase mucho tiempo se resignará a su “ineptitud” y desarrollará una aversión a todo lo que requiera creatividad o una habilidad artística rudimentaria. Ya adulto, decidirá que, a causa de su incompetencia, debe depender de los decoradores de interiores para amueblar su casa y de los vendedores de ropa para que le aconsejen las prendas que debe vestir.
Aunque la deficiencia de un niño pueda ser insignificante (o incluso imaginada), tal vez a él le parezca monumental. Si queda sin resolver, la insuficiencia puede llegar a magnificarse y distorsionarse tanto en la mente del niño, que ad quiera las dimensiones de una barrera aparentemente infranqueable. Irónicamente, el niño de jardín de infantes que hizo una profunda asociación negativa con el arte acaso posea en realidad un potencial talento artístico que podría haber se desarrollado con la instrucción y el aliento apropiados.
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