El aprendizaje comienza en el momento del nacimiento. El bebé percibe enseguida cómo hacer para obtener respuestas de su madre y su padre. Cuando comienza a caminar, des cubre cómo impulsarse de un lado al otro y cómo abrir un cajón o una puerta. Cuando comienza a ir a la escuela, aprende a descodificar los símbolos escritos que componen las palabras y a computar los símbolos escritos que componen los números. Luego aprende a recordar la ortografía de las palabras y, más adelante, a retener los términos difíciles de materias como biología.
A medida que el niño avanza en la educación escolar, las exigencias intelectuales que se le hacen aumentan de modo exponencial. Muchos padres y maestros suponen que, en el momento apropiado, el niño estará preparado para redactar un informe literario o estudiar efectivamente para un examen final de historia. Esta expectativa refleja la conjetura básica de que los niños descubrirán naturalmente un medio eficaz para realizar el trabajo.
Hay niños que descubren cómo trabajar y aprender eficientemente sin haber recibido gran instrucción formal. Es tos niños se autoenseñan a leer y escribir y dominan sin es fuerzo las habilidades necesarias para producir trabajos elaborados. Cuando llega el momento de aprender fracciones, lo hacen con poca o ninguna dificultad. Tales niños también desarrollan intuitivamente un sistema efectivo para el estudio y aprenden a identificar, comprender y recordar la información importante. Identificados por nuestro sistema educacional con la denominación de “alumnos dotados”, estos alumnos “naturales” por lo general prosiguen su formación en las mejores universidades.
¿Pero qué ocurre con los otros niños potencialmente capaces que no aprenden sin esfuerzo? ¿Qué ocurre con el niño de inteligencia media o superior que no tiene un don natural para el aprendizaje? ¿Pueden los padres hacer algo para ayudar a un niño semejante a que perfeccione su potencial? ¿Pueden motivarlo a desarrollar su habilidad potencial? La respuesta a estas últimas dos preguntas es un resonante ¡SI!
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