Lo primero que quería contarles, es un cuento
oriental como son los cuentos sufíes y derviches, que quizás como imagen vale más
que mil palabras. Es un cuento que a mí me va a servir para homenajear, que el
que está de antes le permite al que llega obtener algo.
“Estaba
un hombre de unos ochenta años en el desierto, plantando palmeras, un grupo de
palmeras cada diez metros, con un pozo bastante hondo. Entonces, paso un joven
y le dio un poco de pena verlo a este hombre hacer eso, y se acercó, pensando
que estaba desvariando en el calor del desierto y le dijo: -Jakím, porqué cavas
pozos para datileras?
-Las estoy plantando, para que un día haya
dátiles y otros coman.
Entonces,
le dijo: -¿Pero tú no sabes que los dátiles demoran cuarenta a cincuenta años
en crecer y dar frutos?
–Sí, lo sé, dijo. Entonces, justo en ese
momento pasaba un hombre rico, y lo vio a Jakím, plantando datileras en el
desierto al mediodía y le dijo: -Jakím, que haces plantando con este calor?
–Estoy plantando datileras.
–Y porqué plantas datileras si no te va a dar
el negocio? ( Le dice el hombre rico) Porque cuando esto dé frutos, tú no vas a
estar sobre el mundo.
–Si, pero cuando yo fui niño, comí dátiles,
así que alguien plantó cuarenta años antes de que yo naciera.”
A
mí me pareció un cuento muy amoroso, del que se puede extraer mucha enseñanza y
siento que los mas viejos del grupo, los fundadores, los que lo originaron y
los que lo sostengan, son como Jakím.
Quiere la paradoja que, a veces, cuando menos
lo necesitan y podrían irse, se quedan dándole sentido al duelo que han
elaborado. Se me permite esa introducción? Eso es para los viejos, para los que
sienten que han aprendido algo en el camino.
Antes
de entrar en la parte científica, que es un poco dura, pero les va a servir a
distintos momentos del duelo, quiero decirles que escribí esto que me salió del
corazón por un momento que yo vivo y dice así: “Por razones que nunca
llegaremos a comprender, muchos hijos partieron siendo personas increíbles para
este mundo, y sus padres continúan acá, porque la vida, Dios o lo que quieran,
permitió o posibilitó que pase esto.
Yo no lo sé, no esperen de mí la respuesta.
Solo les diría lo que un maestro le dijo a un discípulo triste: -Tú, tan triste
entre los tristes, puedes pensar que tu alma continúa viva y que eres mucho mas
que la tristeza que hoy te embarga”. Eso es lo que dijo ese maestro.
Yo
agregaría, por cosas que me enseñó Renacer, que el vigor de los que testimonian
hoy al lado mío que de esto se sale, que se puede salir, no solo soportar, es
que se sale transformando el dolor en amor, el dolor en energía, en acción, el
dolor en compañerismo, el dolor en búsqueda.
Nos
podemos instalar en el dolor, están hechas unas estadísticas, que hay un 20% de
personas que no pueden salir adelante, ni siquiera pueden concurrir acá, por
eso es importante que a veces venga un médico a cualificar la reunión o algo, o
un familiar para ir aprendiendo para llevarle a la casa. Pero quizás no todos
lo necesitarían, hay un 20% de personas que han perdido un hijo y que elaboran
bien un duelo solos, pero yo les diría ¿de qué nos sirve llegar al paraíso si
estamos solos en el paraíso? Tratemos de llegar todos juntos, no sé que va a
pasar mañana, el duelo tiene etapas, tiene momentos, tiene memoria explícita,
tiene memoria narrativa, les dejo con la duda de qué son esas cosas.
Si
miras a tu alrededor, entonces, verás un amigo, un hermano, que va mas adelante
que vos, que está en un camino, que está en paz, que puede y que sabe escuchar,
y que está como vos en medio de una batalla interminable, no como los otros que
no pueden entender. Ese es el valor de este amigo, de este hermano, él sabe que
te puede ahorrar dolor y que te puede ahorrar tiempo, y que te puede ahorrar
energía de algún golpe que él ya lo
sufrió. Si se puede ahorrar se ahorra, pero lo importante es que aún con dolor,
con tiempo, se llegue a una victoria sobre el duelo.
El
gran logro será el resultado de muchas pequeñas derrotas que ustedes van a
tener, el gran logro está construido de muchos días malos. Quien no dijo: este
día lo he perdido, hoy no pude aprender, hoy no pude ser sabio, hoy no pude ver
nada... Al gran logro no se llega así, con una cosa angélica, blanca, sin
ensuciar. Se llega en el barro, se llega con sangre, se llega con moretones,
pero la victoria es pura y no importan esos dolores. Cuando se llega a esa
cima, el aire fresco calma todos los dolores.
Hay
que aprender a no castigarse con la culpa.
Aún
en medio de un silencio del mundo, dicen en el libro del Guerrero de la Luz, el
mundo se esfuerza en ayudarte. El mundo se esfuerza en ayudarte, aún en medio
del silencio y la aparente indiferencia, aunque todo parezca lo contrario. Eso
es una cuestión de saber abrir los ojos, es una cuestión de ver lo bello que
cada uno de nosotros tiene adentro, que cada uno de los otros tiene adentro.
Empezar por eso y saber que cuando uno pierde un hijo todo está cambiando.
Sólo
se queda en el dolor el que se resiste a un cambio que ya es inevitable, para
bien o para mal.
Del
otro lado del abismo que uno enfrenta cuando pierde un hijo al principio,
felizmente, hay compañeros que han construido un puente y lo cruzaron y nos
miran desde el frente en silencio, y nos aseguran que no tengamos miedo, que
crucemos por ahí. Son los que tienen la experiencia, la vivencia de las dos
cosas, del dolor agudo que tiene quien recién pierde y de la confusión del que
va en el medio. Pero hay un puente para cruzar, hay un puente que nos puede
hacer mucho mejores, pero hay que cruzarlo, hay que animarse. Esos amigos que
lo cruzaron son testimonios de dolor y de valor y de que el otro que está al
frente puede y debe cruzar y lo va a hacer sobre la base de pequeñísimos
milagros de la vida cotidiana, pero hay que saberlos ver.
No hay comentarios:
Publicar un comentario