En cuanto al proceso
del duelo, no voy a aconsejar caminos, porque el consejo fastidia,
como una intromisión en la privacidad de la gente, sobre todo el consejo no
solicitado. Sólo cuento mi experiencia, y esto necesito reiterarlo, yo sólo sé
escuchar, y tratar de comprender, y contar mi propio camino, que fue más o
menos así:
A partir de la
ausencia de Martín, he debido luchar con muchos fantasmas:
El de la negación en
un principio en que el mundo se tornaba incomprensible, el
del resentimiento tiempo después: esa bronca de por qué a mi hijo? esa bronca
egoísta de ver que otros se reían y crecían y tenían proyectos, mientras su
vida, que era un manojo de sueños y promesas se había detenido para siempre, al
menos en esta vida. Luego la culpa, vinculada en general a todo aquello que uno
no hizo, porque no creía que el tiempo se acabara, y vinculada también a la
omnipotencia de creer que pudimos haber hecho todo bien, y esto, desde nuestra
imperfección, es irreal. Más tarde la tristeza profunda y el sin sentido de una
vida sin él.
Después, palabra que
nada aclara en cuanto al tiempo, pero siempre hay un después, mirar a mi
alrededor, a los cariños que quedaron y que esperaron pacientemente a que yo
volviera a brindarme a ellos. A ellos que cargaban también con su propio dolor.
Asimismo, tuve que mirar dentro de mí buscando objetivos para poder seguir.
Luego de algunos meses de interrupción, los peores de mi vida, volví a trabajar
en mi profesión, pero entonces de un modo distinto, con más humanismo quizá, que
profesionalidad, o mejor dicho con un profesionalismo más humano, y con la
finalidad, en nombre de tanto dolor y en nombre de ese hermoso ser humano que
fue mi hijo, de dejar algo que fuera útil a los
demás. Y así fueron surgiendo mis libros
sobre la pareja, mis escritos sobre el duelo, y mis viajes, para llevar mi
palabra a otros padres dolientes y lejanos, y mi afectuoso acercamiento a los
problemas de quienes a diario me consultan, a veces con penas menores, pero muy
suyas y muy dignas de respeto, y están estos encuentros y estas charlas que me
emocionan, que son para ustedes, y
que Martín y yo les dedicamos con gran
cariño.
Siguió la vida, con
añoranzas y con algunos logros, y con algunos festejos a los que me fui
incorporando con mucha timidez al principio.
Ya no lloro todos
los días, es cierto, pero puedo emocionarme en cualquier momento, porque la
vida está llena de circunstancias que me hablan de él:
El está en muchos de
mis silencios, también puede estar en una frase oída al pasar, o en la escena
de una película, o en el párrafo de un libro, o en una canción, o en algo que
quedó olvidado en un mueble o en un bolsillo desafiando al tiempo, o cuando en
medio de una reunión o de una celebración,
me encuentro con la mirada de uno de mis hijos, o de mi esposa o de
alguien que lo ha querido mucho, como su mamá, por ejemplo, y sin palabras lo
estamos nombrando, o cuando manejando, solitario, veo una pareja veinteañera
que se besa, también está en la silenciosa inmensidad de la noche, o en cada
nueva primavera, ese renacer, que vuelve año tras año, todo me trae su querida
imagen.
Voy menos al cementerio porque creo que él no está ahí, hablo poco de
él y con muy pocas personas, más que nada lo hablo conmigo mismo, y estoy
seguro de no haberlo perdido, o mejor dicho estoy seguro de haberlo recuperado,
aquí en mi corazón.
Quiero detenerme en
una frase, cuando dije: en nombre de ese hermoso ser humano que fue mi hijo.
Quiero agregar que mis hijos vivos, también lo son, lo mismo que todos los
hermanos de tantos chicos que partieron. Quizá ellos deban disculparnos por
haberlos desatendido en los primeros tiempos del duelo, pero es bueno que sepan
que sus padres los quieren entrañablemente.
No hay una
diferencia en el cariño de los padres a sus hijos. La diferencia esta en la
dolorosa ausencia, que también es ausencia para los hermanos.
Si algunos hermanos
están hoy presentes, vayan para ustedes chicos, nuestra disculpa y nuestro gran
amor.
Nadie sustituyó a
Martín, nadie tenía por que hacerlo. Hoy disfruto en mi vida otros amores, a
los que me consagro con dedicación y con todas mis fuerzas, no podría no
nombrar a mi pareja, a mis otros hijos y a mis amigos, pero el amor que me une
a él, que nos une diría, es permanente.
Sé que alguna madre
estará pensando “yo no tengo otros hijos ni tengo pareja”. Comprendo que ella
crea, que el dolor pudo haberse mitigado en su momento por la presencia de
otros amores, y al menos en mi caso, le
cuento que no, que el dolor es el mismo, que en estos casos el único que
cuenta, es el ausente. Quiero decirle a esa mamá o a ese papá, que me duele su
solitario dolor, que quisiera que mi relato le ayude a decidirse a encontrarle
un sentido a su vida, porque toda vida tiene un sentido en sí misma, que
seguramente está dentro de ella, y que podrá encontrarlo, quizá con alguna
apoyo externo que la ayude, a disipar algunos sentimientos negativos que hoy la
detienen y le impiden quererse.
Pero que si el
destino me hubiera dejado solo frente a la tragedia, creo que igual hubiera
seguido andando, y con más responsabilidad aún frente a Martín: porque no
hubiera tenido la cobardía de desistir de vivir, siendo yo el único que pudiera
llevarle una flor, el único que pudiera seguir recordándolo aquí, en la tierra,
el único que pudiera seguir amándolo. El único que pudiera dejar algo útil en
su nombre, y en el mío, porque su alejamiento despertó en mi vida la necesidad
de trascender, más allá de la comodidad y de objetivos que hoy considero
mezquinos, y que se basaban en el simple conformismo de que él estuviera vivo.
Me ayudaba estando vivo, me conmovió su muerte, y hoy me sigue ayudando al
señalarme un camino. Hubiera seguido, querida mamá.
También quiero
anticiparme a una pregunta consabida y
dedicar un párrafo, a ese grupo de padres que debieron afrontar la
postrera determinación de sus hijos de terminar con sus vidas. Les pido que
acepten la voluntad de ellos, aunque esto les depare un gran dolor. Que no
piensen que el inmenso cariño que los unía no fue cierto, o que no sirvió para
evitar el desenlace. Claro que el amor fue cierto, claro que sirvió, pero la
decisión de esos chicos de terminar con un sufrimiento insoportable, responde a
complejas razones que nada tienen que ver con el cariño que padres e hijos se
dispensaron, ellos se fueron queriéndolos a ustedes, sin ninguna duda, y
sabiendo, pero sin poder evitarlo, que ustedes sufrirían por su ausencia, por
ello deben esforzarse en comprenderlos, para dejarlos ir y aliviarlos por ese
dolor que la irremediable decisión le causara a quienes tanto los querían.
Deben llevarles, allá donde estén, la paz que necesitan. Les pido,
finalmente, que continúen el camino,
entre otras cosas, para contarle a la gente lo mucho que se amaron.
Puedo decir,
sintetizando, que después de todo lo perdido, vivir es posible, si no lo
sintiera realmente así, no hubiera venido a hablar con ustedes, o quizá no
estaría ya vivo. Pero a partir del sufrimiento, la decisión de vivir debe tener
un claro sentido. El sentido de recordar, que es seguir estando junto a ellos, y
el sentido solidario de ser sensible y acompañar no sólo el dolor, sino
también las alegrías de los demás.
Se que ahora se
reunirán ustedes en grupos, para reflexionar algunos temas relacionados.
Puedo sugerir que
muestren sus sentimientos más que sus ideas, o mejor dicho que las ideas
no se aparten de los sentimientos. Sin obligarse ha sentir lo que otros
crean que ustedes debieran sentir, ni obligarse a reprimir lo que
realmente sienten, el duelo es absolutamente singular y ningún grupo debe
imponer a sus integrantes un determinado camino de recuperación, sólo
debe acompañar, y comprender, y aceptar la singularidad del duelo, y estas
premisas, sanas premisas, en Renacer, se cumplen. Nadie debe sentirse obligado
a hacer un duelo a pedido de los interesados, ya hemos perdido mucho como para
todavía perder la libertad de hacer nuestro propio duelo. Esa cuota de libre
honestidad será siempre la mejor entrega.
Sería importante
reflexionar sobre el sentido de la vida de cada uno de nosotros, a partir de la
muerte de nuestros hijos, ya que para muchos el sentido de la vida estaba
puesto en ellos, sólo en ellos, y entonces al principio experimentamos
sentimientos de vaciedad con los que debemos luchar, para que lo que resta del
camino no sea sólo un triste durar. Hay algo que podemos hacer en nombre de ellos, también por
nosotros y por los demás: buscar nuestras propias respuestas, y esas
respuestas, están dentro nuestro, busquémoslas juntos, que esa búsqueda es una
de las funciones primordiales y quizá la más útil en las reuniones de Renacer.
Los talleres
programados, de los que ustedes participarán en un momento, todos tienen, como
denominador común, la búsqueda de un sentido a la vida que trascienda al dolor,
ya sea a través del desarrollo de actividades solidarias, o literarias, o
creativas, o a través de la música y el canto, o de la risa con su
efecto sanador...que para llorar nos arreglamos solos.
Tratemos de no
quedar anclados en una visión trágica de la vida, lo terrible ya sucedió,
ahora evitemos quedar prisioneros de nuestros propios sentimientos negativos,
que nos condenan a un sufrimiento inútil, la vocación al sufrimiento ni es un
mandato de nuestros hijos ni es sinónimo de amor. Del mismo modo, evitemos las
celebraciones huecas e innecesarias, las suelta de palomas y otras pamplinas
alegóricas, sólo es cuestión de seguir andando sin grandilocuencias,
dignamente, sin hacer ostentación de nuestro dolor, sobre todo con quienes no
corresponda hacerlo, sin perder la memoria, sin negarnos al recuerdo, pero
tampoco negarnos a los nuevos vínculos,
ni a las emociones, ni a la amistad, ni al amor, ni a la pasión, ni a la responsable
tarea del diario vivir, ni a la satisfacción de brindar ayuda a un semejante.
Hoy la vida nos
reclama con sus amaneceres cotidianos, con su naturaleza, vapuleada pero
hermosa, con las decepciones, las tristezas y las alegrías a las que nos
someten las horas. Tengamos entonces el coraje de comprometernos y emocionarnos
con la vida, con la misma intensidad, con la misma decisión con que
recordaremos y amaremos siempre, a nuestros queridos hijos.
Carlos
J. Bianchi
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