Cómo siento la ausencia de mi hijo
El sentido de la”ausencia “se expresa generalmente, con la idea de “no
tener a alguien conmigo". Como “falta de presencia”. A su vez, “la
presencia”tiene gran vinculación con las “formas” y los “sentidos”. Ver, tocar,
palpar, besar acariciar, escuchar. Con ello, el sentido de “presencia” tiene
muchos ingredientes sensoriales.
Sin embargo, ello no siempre es así, toda vez que la “presencia tiene
también elementos racionales y temporales o, dicho de otro modo, vinculados al
conocimiento y al tiempo. Difícilmente sintamos la “ausencia” de un hijo cuando
está de vacaciones o viva en otra
ciudad.
Lo “extrañamos “, pero, por lo general no hay sentido de “ausencia”. Ni
esta ausencia provoca”ansiedad” o “angustia vital”. Y ello es porque “conocemos
“que “está” Y porque, aparentemente, ante la menor duda, podemos llegar a
comprobar que “está”, podemos visitarlo y verificar “sensorialmente” sus
“formas”.
Cuando un hijo ha muerto, los padres sienten verdaderamente esa
sensación de “ausencia” en toda su dimensión; y más la sienten cuando el tiempo
comienza a correr. No suele haber sensación de “ausencia” en los primeros
tiempos, toda vez que las reacciones típicas de shock, negación o bloqueo emocional,
impiden que la comprensión real de lo sucedido, o la idea de “definitividad",
pueda aprehenderse.
Es recién cuando se asume la muerte del hijo el momento en que la
sensación de “ausencia” se materializa en toda su dimensión.
La ausencia: un sentimiento
Con cuantas dificultades nos encontraríamos si tuviéramos que definir
la “ausencia”. Tendríamos que recurrir a comparaciones, a sensaciones
provocadas por esa “ausencia”, a explicar qué entendemos por “presencia”, pero
difícilmente llegaremos a poder definir el concepto. Y ello ocurre porque la
“ausencia” es un sentimiento, una sensación. Si la “ausencia”, entonces, es un
“sentimiento”, tienes manera de contrarrestarla en función de otro
“sentimiento”, que es, justamente, el sentimiento opuesto: la “presencia”.
Prescindencia del tiempo, la distancia y las formas
Si nos mantuviéramos atados a los elementos de las “formas” no
podríamos explicar ni nuestras propias vidas. ¿Puedes entender (cuando observas
una foto tuya de cuando eras niño) que eres la misma persona de hoy? Puedes
entender que cuando sueñas o cuando
imaginas, no hay tiempos ni distancias, y que sin embargo “sientes” ello como
algo “real”. Si puedes revivir hoy y en otro lugar, la muerte de tu hijo que ya
pasó (en otro tiempo y en otro lugar) y puedes sentir los mismos sentimientos
que sentiste en aquel momento y en aquel lugar, u otros, ello es una prueba que
no estás condicionado en tus sentimientos ni por el tiempo, ni por la
distancia, ni por las formas.
Sentir a tu hijo hoy contigo
¿Qué pasaría si te
plantearas que puedes “sentir” que tu hijo está? Cuando te encuentras solo en
tu casa y tus hijos juegan en silencio en otra habitación, o dibujan en ella, o
duermen, tú no los ves. Tampoco cuando han salido, cuando están de vacaciones,
cuando viven en el extranjero( y los ves cada dos o tres años), o cuando se han
casado y viven con su familia en otra casa o en otra ciudad. Sin embargo, en
ninguna de estas ocasiones (durante ese tiempo) tú dejas de “sentir” a tus hijos.
De la misma manera las “formas” que te separan de tu hijo muerto hoy no
son paredes, ni distancias. Son, en definitiva, “sentimientos” de “ausencia”,
pero puedes asimilarlos a las paredes y a las distancias. Y al mismo tiempo
probablemente puedas traspasar esas paredes y recorrer esas distancias. Igual
que lo haces hoy con tus hijos cuando no están físicamente contigo.
Para ello podrías buscar por ti mismo la nueva “forma” de tu hijo. La
que tú consideres más apropiada. Igual que como lo conociste, o igual a la foto
que más te gusta de él, o ya más crecido, pero invisible a tu mirada... O
habitando en un lugar especial (un jardín, un rincón de la casa) que tú elijas
para visitarlo. O quizás diferente, bajo una nueva forma de ser de luz. O
libre, en el aire (al que tampoco ves) y flotando en él. O como parte del cielo
inmenso (al que ves tan lejano), pero que sientes tan cerca y te provoca
emociones tan nítidas). O como la brisa o viento cuando éstos te acarician o te
golpean. O en el trasfondo de la foto que siempre miras, o que te acompaña. O
en sus cosas, en sus dibujos, en sus recuerdos.
Intenta sentirlo y no te cierres a ese “sentimiento”. Tómate tu tiempo;
una y otra vez; “siéntelo” bajo la forma escogida; y “siéntelo”; y
finalmente...”siéntelo”. Y siéntelo dentro de ti, con todo tu corazón, porque
él te ha dejado dentro más cosas de las que crees poseer de él.
Tú no has
vivido todas las horas de tu vida junto a él tratando de recoger,
especialmente, cada minuto o cada segundo lo que él te daba. Sin embargo cada
minuto y cada segundo él te ha “dado”; y tú le has “dado”, también, a él.
Cuando llegues a “sentir” a tu hijo, seguramente advertirás que ya nunca podrá
irse de ti.
Comprenderás
que ese sentimiento te acompañará para siempre, o que lo encontrarás cada vez
que lo busques. Y quizás en ese momento también descubrirás la verdad del
misterio de tu hijo, que es más profunda que el misterio de tu historia.
Hablando
con tu hijo
Si “sientes” a
tu hijo puedes dialogar con él. Con palabras, o sin ellas, aún con gestos, con emocionantes,
con sentimientos compartidos. No te cierres a esta oportunidad. Inténtalo.
Ponte en tu imaginación en frente de él en la forma en que lo “sientes”, o a su
costado, o camina con él y conversa con él. Pregúntale, reflexiona, acércale
tus dudas. Quizás al comienzo sientas que las respuestas no son más que tus
propias respuestas, o tus propias reflexiones. Sin embargo no pasará mucho
tiempo antes de que, en determinadas ocasiones, sientas que esas palabras que
crees que provienen de tu hijo no son pura imaginación. A veces la propia
respuesta te sobrecogerá porque revelará una sabiduría y una perspicacia que, quizás, no posees.
Ello probablemente te dará una enorme paz, fuerzas y equilibrio interior.
Dice Anthony de Mello(Contacto con Dios) al hablar del diálogo
imaginativo, que es verdad que resulta difícil reconocer con el intelecto dónde
termina la imaginación y dónde comienza la realidad. Pero agrega que, que si
intentamos esto( la fe imaginativa), con sencillez de corazón desarrollaremos
un instinto que nos permitirá distinguir lo que es pura imaginación y lo que es
realidad o, mejor, la Realidad con (mayúsculas) que se comunica con nosotros a
través de las mencionadas imágenes o fantasías.
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