“Sufrir para dejar
de sufrir... es decir, usar el mismo sufrimiento para combatirlo y reducirlo en
cuanto sea posible... Todo progreso espiritual tiene lugar a través del
sufrimiento, con solo que aprendamos a usar el sufrimiento para acabar con el
sufrimiento. No os distraigáis cuando sufrís, no os pongáis a racionalizar el
sufrimiento, a justificarlo, y menos intentéis olvidarlo o pasarlo por alto. La
única manera de tratar con el sufrimiento es hacerle frente, mirarle firmemente
a la cara, observarlo, entenderlo.(Anthony de Mello)
Y hemos
encontrado, entonces, en los primeros pasos, en nuestro ingreso al grupo,
alivio para nuestro dolor. Pero tarde o temprano, comenzaremos, quizás a sentir
que nos resulta difícil ir a las reuniones, que nos cuesta arrancar para
dirigirnos al encuentro. Es como si perdiéramos entusiasmo. Y no sabemos por
qué. Pero nos cuesta ir o preferimos no ir; comenzamos a faltar. O vamos a la
reunión con apatía y nos parece que ya no es interesante, que
no hay nada nuevo, que es más de lo mismo. Y nos planteamos dejar de ir.
Claro, lo que
ocurre es que vamos pasando del proceso de “dolor” al proceso de “sufrimiento”.
El dolor es un sentimiento que tenemos, que está presente, y que no podemos
gobernar, sino que sólo lo sentimos; que está presente. El sufrimiento, por el
contrario, es algo “nuestro” es la encarnación del dolor en nosotros. Es la
aprehensión de ese dolor y su procesamiento a través de nuestra mente y de nuestro
corazón. Es el apego al dolor.
Y pasado el primer
momento de alivio, advertimos que nuestra concurrencia a los grupos lo que hace
es aliviar el dolor en un primer momento, pero
pone de manifiesto, a continuación, ese proceso de “sufrimiento”. Cada nuevo
caso que conocemos, cada nuevo integrante que se presenta, nos recuerda y nos
revive nuestra historia. Cuando vemos a quienes con mayor “antigüedad” que
nosotros en su pérdida, quebrarse, luego de haber estado mejor anteriormente; o
que no progresan en el trabajo de recuperación, nos desalentamos o nos
atemorizamos. Nos vemos, quizás, reflejados en el futuro. O imaginamos que esto
nunca acabará. Entonces se nos hace difícil la idea de seguir.
Por nuestra parte,
consideramos que lo que realmente ocurre, es que el trabajo de grupo nos coloca
frente a nuestra propia realidad; frente a frente con nuestro sufrimiento;
frente a frente con la necesidad de aceptación del hecho de que nuestro hijo ha
muerto; y que esto significa que no lo volveremos a ver en esta vida. Y esto
nos aterra, nos espanta, queremos huir de esa realidad.
Advertimos que
todo será, en nuestro trabajo de recuperación, más difícil, más duro y más
lento de lo que pensamos. Y nos negamos a aceptar esa realidad.
Por eso comenzamos
a intuir que el proceso de recuperación es un proceso de sufrimiento, o de
mayor sufrimiento que el que actualmente tenemos. Entonces no queremos seguir;
o no nos animamos a seguir. Y allí viene el desaliento, el desgano, el deseo de
bajar los brazos, de quedarnos donde estamos:
con el dolor, y con algún alivio. Pero nos resistimos a tener que pasar
por ese traumático sendero de sufrimiento que lleva a la recuperación.
Nos planteamos,
quizás, que bastantes hemos sufrido, y estamos sufriendo, para tener que sufrir
más.
El peligro en esta
etapa de desaliento es que nos detengamos, y que abandonemos. Que abandonemos
la búsqueda común y que volvamos a recluirnos en la rebelión, en la negación de
la realidad. Que retomemos el escape de la queja; de echarle la culpa de nuestros
sufrimientos a todo el mundo, a los médicos, a una sociedad que no comprende, a
la falta de seguridad a lo injusto de la vida, a Dios mismo; que nos refugiemos
en la autocompasión, en la amargura, o en la depresión. Que tratemos de ahogar
nuestra pena y nuestra desesperación en el trabajo frenético o en el cinismo. O
que recurramos a esos sustitutos y destructivos que son los medicamentos
autoadministrados, la droga, el alcohol, o una vida disipada, indiferente,
vacua.
Que volvamos a
aislarnos y recluirnos en absoluta soledad; en una indiferencia total frente al
resto del mundo, y especialmente frente a otros que sufren.
Podemos llegar a
sentirnos abandonados, solos, únicos.
Y esto ocurre,
como recuerda Menapace, hasta con las personas una fe sumamente desarrollada. Y
es verdad: porque siempre la cruz y el sufrimiento encierran soledad y a veces,
la ausencia que más duele es la de no sentir a Dios a nuestro lado. Algo así
como si nos hubiera abandonado.
Por eso planteamos
la necesidad de” continuar”. A pesar de lo duro, a pesar de lo áspero que es el
camino; a pesar de que ello nos lleve a sufrir más. Porque sólo sufriendo
podremos acabar con nuestro sufrimiento.
Como decía De
Mello, “usar el sufrimiento para acabar con el sufrimiento”. El sufrimiento nos
revela nuestras debilidades, saca a la superficie nuestras necesidades
internas, nos urge a ponerles remedio y nos ofrece el medio de hacerlo: ver la
realidad tal como es y aceptarla. Sin ello no hay recuperación posible; aunque
duela decirlo y aunque nos cuesta reconocerlo.
Lo importante es
continuar. No abandonar. Nos parece que hoy, en la situación por la que
atravesamos, “la única meta es el camino”. Si abandonamos el camino, no habrá
meta alguna.
Hay que continuar.
Por ello no temas ni te espantes ante la apariencia que es la oscuridad, ante
el manto vacío que es la muerte, el trabajo de recuperación es “enfrentarlos”.
Aunque cueste, aunque duela.
Reflexiona R, Bach
en una de sus obras, que estos obstáculos son las piedras y cada uno elige
amolar el agudo filo de su espíritu. Para ello tenemos que saber que siempre en
derredor nuestro, está la realidad del amor, y a cada momento tenemos el poder
de transformar nuestro mundo por obra de lo que hemos aprendido.
La piedra nos ha
sido dada, o peor aún: impuesta. En nosotros está utilizarla para afilar y templar el espíritu, o para atarnos a ella
y dejarnos hundir en el oscuro mar de la depresión, Hay que elegir.
Y en esto deberíamos ser
sinceros. El dolor nos enseña y el sufrimiento también. Sólo en nosotros está
que esa ”enseñanza” se convierta en “aprendizaje” y como aprendizaje, en
elemento transformador. Y para ello, debemos continuar. Comenzar no ha sido
suficiente, Hay que continuar. Tenemos que aprender a sufrir para dejar de
sufrir
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