CONVERSACIONES SEDUCTIVAS

CONTINUAR: LA APERTURA DEL CORAZÓN

El trabajo en los grupos, además de compartir, ayuda a despertar. Porque como nos recuerda Fromm, es necesario despertar, descartar las ilusiones, ficciones y mentiras, y ver la realidad tal como es.
Y es muy difícil que el hombre pueda por sí solo, y sin ayuda de otros, llegar a despertar.



Decía Einstein que cada uno de los seres humanos experimenta su propio ser, sus pensamientos y sentimientos, como si estuvieran separados del resto, y consideraba que esto era, en realidad, una mera ilusión óptica de la conciencia. Y esta ilusión constituye, en palabras de Einstein, una verdadera prisión de la cuál sólo se puede escapar abriéndonos de corazón.


Y la apertura del corazón tiene un doble funcionamiento. Por una parte el corazón deja que broten de él sus sentimientos más profundos, sus vivencias más íntimas y que éstas sean conocidas por otros. Por otra parte, la apertura permite también que ingresen en ese corazón vivencias y sentimientos de otras personas, que pueden enriquecerlo y alimentarlo.


“Dicen que las alegrías cuando se comparten, se agrandan. Y que en cambio con las penas pasa al revés: se achican. Tal vez lo que sucede es que al compartir, lo que se dilata es el corazón. Y con un corazón dilatado se está mejor capacitado para gozar de las alegrías y mejor defendido para que las penas no nos lastimen por dentro”( Mamerto Menapace).


No llegamos a incorporarnos a los grupos ni por la afinidad de los viejos amigos, ni por el parentesco, ni por el lazo de patria, vecindad o cualquier otro interés extrínseco al grupo. Simplemente hemos llegado y nos hemos encontrado con hombres y mujeres. Ninguno de nosotros ha “buscado” a “esos” hombres y mujeres y hasta podríamos decir que nos eran indiferentes, podían ser cualesquiera otros. Lo único que teníamos en común con estos hombres y mujeres era que se nos había muerto un hijo.


Sin embargo, esa experiencia de “compartir” nos ha hermanado. Nos ha identificado. Nos ha dado una identidad común. Nos ha permitido dejar caer en forma mágica nuestras defensas, nuestras máscaras, nuestros escudos. Nos ha permitido conocer lo que es verse y tratarse con otro ser humano, de corazón a corazón. Sin presentaciones, sin protocolo, sin actitudes defensivas y sin zonas de reserva. Desde la esencia del ser y su más profunda debilidad e impotencia ante el dolor.


Nos ha llevado a amarnos desde la presencia ignorada de nuestros hijos muertos. Y este es un misterio que conforma, por sí solo, una experiencia humana y espiritual de enorme magnitud.


De ese modo, desde un “continuar” en nuestro trabajo de recuperación, junto al sufrimiento nace una experiencia maravillosa quizás no conocida en forma tan directa por nosotros con anterioridad: el “amor incondicional” hacia el otro; y hacia su hijo, a quien antes nunca habíamos conocido, y que murió sin que lo conociéramos; y al que hoy sentimos conocer más profundamente que si lo hubiéramos conocido en vida.


Descubrimos entonces, la experiencia de compartir el sufrimiento desde el amor. Cuestión que trasciende la búsqueda personal de recuperación, y que nos debe incentivar a “continuar”.


El amor tiene dos cualidades: la primera es “su carácter indiscriminado”; la segunda, “su gratitud” A ellas se agrega una tercera: su falta absoluta de autoconciencia, es decir, “su espontaneidad”;y hasta una cuarta: "su libertad”.


Y así estamos amando o intentando aprender a amar. En la medida que podamos advertir, en su verdadera esencia, alcance y profundidad esta afirmación, tendremos un elemento más de motivación para “continuar”.


Desde el sufrimiento, nuestra recuperación también pasa por una nueva escuela de vida. Una escuela que lleva al aprendizaje del amor. Una forma de proyectar, desde la experiencia del grupo, y para todo el resto de nuestra vida, la conciencia de la existencia del “otro”, de su misterio humano; de la existencia de “otros dolores”, “otros sufrimientos”, y de la importancia de admitir y darnos cuenta que, desde esos dolores, sufrimientos y seres humanos, tenemos la capacidad y la oportunidad de aprender, de recibir y dar ayuda. De respetar el dolor del otro y su sentimiento, sin juzgarlo, sin aconsejarlo. De escucharlo y comprenderlo. De sentirlo.


De, simplemente, amarlo. Y también de ser nosotros respetados, comprendidos, escuchados y amados. Un mutuo intercambio multiplicador en el amor.


Si nuestros hijos no hubieran muerto, quizás nunca hubiésemos conocido esto. Una vez más se pone de relevancia que nuestros hijos con su muerte nos regalan la posibilidad de acceder a un mundo nuevo y a una vida nueva. Ellos son los maestros. Y en nosotros está el permitirles enseñar, y aprovechar esta experiencia aprendiendo.


Esto también es una razón para “continuar”, y una forma de “continuar”.


Pero en este camino del continuar y del compartir, también existen peligros y debemos estar alertas.”El testimonio personal y la experiencia propia (“Viviendo juntos” Valle) puede ser un hermoso y eficaz medio de acercamiento entre personas distintas y de comunicación y participación con los demás de las riquezas espirituales.


 Sin embargo puede resultar peligroso, pues caemos fácilmente en la tentación de que nuestro “testimonio”, con el correr del tiempo, se transforme en “consejo” o en “recriminación”, cuando no en un medio imperativo de conductas. Cuando decimos “...yo hice...” o “...a mí me pasó esto...”, debemos tener cuidado de que no suene como si quisiéramos insinuar o recriminar: "...tú deberías hacer...” o “...a ti te debería pasar esto...” o “...te debería haber pasado esto...”. Aún desde nuestra sinceridad, o desde nuestra vehemencia testimonial, debemos cuidar que la experiencia no sea un arma y nuestro testimonio no constituya una ofensiva.



Por ello parte del “continuar” es aceptar con humildad nuestra limitación y entregarnos, en el grupo al intercambio puro de experiencias y al diálogo abierto, que es la manera práctica de reconocer el pluralismo, de hacerlo posible y de cosechar sus frutos. Más aún, el diálogo bien practicado me enseña, me modela, me forma y me hace a mí mismo ser mejor, al hacerme más abierto, más atento, más delicado y más libre para comunicarme y humilde para preguntar, dispuesto a aprender y decidido a abrirme.



 Por ello es tan importante el trabajo en el grupo, porque el diálogo que nos lleva a compartir el dolor y a buscar la recuperación, mágicamente se convierte en una educación en sí mismo; no es ya sólo el contenido del diálogo lo que importa, aunque no puede perderse de vista, sino todo el proceso, el entrenamiento, la disciplina el lanzarse a ello, el riesgo y la aventura la novedad y el descubrimiento, el conocer al otro, al hermano en el dolor, y salir conociéndose a sí mismo. Y eso también es “continuar”.


CONTINUAR: IMAGINAR UNA VIDA MEJOR


“Por muy calificados que estemos por mucho que lo merezcamos, jamás alcanzaremos una vida mejor mientras no podamos imaginarla y no nos permitamos alcanzarla”(“Uno” Richard Bach)



No hay desastre que no pueda convertirse en bendición, ni bendición que no pueda tornarse en desastre. Es la ley de la vida y funciona a pesar nuestro. Y cuando comenzamos una vida ( y en nuestro caso la recomenzamos de veras, pues debemos aprender a vivir desde nuestra nueva realidad) es como si cada uno contara con un bloque de mármol y las herramientas necesarias para convertirlo en escultura. Podemos arrastrarlo ante nosotros intacto; podemos reducirlo a grava; podemos darle una forma gloriosa. Está sólo en nosotros la opción. Generamos nuestro propio medio desde nuestra nueva realidad, y creamos desde nosotros y por nosotros, una nueva vida. ¿Cómo resentirnos, en adelante, con la propia vida que nosotros mismos nos hemos creado? ¿A quién culpar, sino a nosotros?


Continuar es también imaginar y permitirnos llevar adelante lo imaginado. Si abandonamos, nos cerramos la posibilidad de imaginar, y con ello la esperanza de hacer realidad lo imaginado.



Hay que “continuar”, hoy es “nuestra única opción”.

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