Cuando fallan los cimientos, cuando me
siento vencido
Hoy estoy nuevamente bajo el influjo
de esos ataques de desesperación siniestra que se mete a veces por los
pasadizos del alma, en la oscuridad de la noche, hasta el mismo centro de mí
ser.
Viene a mí, recurrentemente el deseo de desentenderme de todo y
desaparecer, de renunciar a todo y especialmente a la vida, de apartarme de mí
puesto de hombre en el que siento un manifiesto fracaso. Para qué quiero saber
que existe la felicidad... si cuando la tenía no me di cuenta que estaba en mí;
y que ahora que no la tengo, ya no puedo resignarme. He luchado, he buscado:
pero no tengo más fuerzas, he fracasado; no puedo más. Estoy cansado Señor,
cansado hasta los huesos, y mi único deseo es tumbarme y dejarlo todo en paz.
Que pase lo que pase. Estoy cansado de luchar, cansado de soñar, cansado de
esperar, cansado de vivir. Déjame que me siente en un rincón y que el mundo y
mi vida vayan por sus derroteros, quedando yo libre de toda responsabilidad de
impedirlo.
Deja que este golpe recibido, la
muerte de mi hijo, acabe conmigo; que el dolor agote mi vida y me consuma,
hasta que llegue el fin. Ya no tengo más que hacer, ni puedo hacerlo, no hay
mas bases, no tengo sustento, fuerzas, ya no hay cimientos. Y tú puedes
comprenderlo Señor, pues tu Salmo dice así: “Cuando fallan los cimientos, ¿qué
podrá hacer el justo?”. Ni siquiera tengo ganas de rezar, de hablar y menos de
pensar. Tampoco quiero ponerme a discutir contigo, a protestar, a conseguir respuestas
a mis preguntas. Déjalo estar. Sencillamente, no tengo ya mas preguntas o no
tengo ánimo para acordarme de cuáles son las que tengo que formularte.
Pensé que podría estar bien, que
podría salir del pozo, pero no he podido. Sólo sé que mis sueños no se han
hecho realidad, que el mundo no ha cambiado y que ni siquiera yo he cambiado
para ser la persona ideal o distinta que había decidido ser. Nada ha resultado,
y no creo que deba seguir preocupándome.
Quiero despedirme, quiero marcharme,
quiero hacerme a un lado y dejar que las cosas pasen como quiera pasar sin que
yo diga una sola palabra.
Quiero desaparecer... y se acabó.
Que todo termine... y con ello yo.
También otro hijo tuyo,
Cristo, sintió en algún momento lo mismo... ¿o lo has olvidado?
“Padre, ¿porqué me has
abandonado?”... “Aleja de mí ese cáliz...”
Yo busqué el camino...
pero no va. No quiero más. Basta, que llegue el fin.
PERO NO...
No sé, estoy confundido. Lo que te
expreso me deja un gusto amargo en la
boca. Esto
No puede ser verdad... ¿o sí? ¿Por qué no me
gusta esto? ¿Porqué creo que no soy
Verdaderamente así? No me quedo bien
con lo que te digo.
Es que, ha pesar de todo, sé muy
bien que, al hablarte así, mis palabras quieren decir justamente todo lo
contrario de lo que dicen. Creo que estoy hablando de desesperación,
precisamente porque quiero esperar; y creo que estoy presentando mi renuncia
porque quiero seguir trabajando en mi recuperación.
Tú sabes, Señor, que, en el fondo,
quiero seguir y yo sé que, en el fondo, quiero luchar. Mis palabras de queja
han sido sólo el destaparse de mi desilusión, que crecía bajo la presión de una
paciencia prolongada frente a la desesperanza; y tenía que reventar de una vez
para dar paso a la clara realidad de un sentimiento mejor.
No me escaparé, mi existencia
servirá de algo al mundo, a los demás y a mí mismo. Y si no es así no me
importa, pues más allá de cualquier contingencia mi sitio es éste y no
cualquier otro; y me propongo mantenerlo, defenderlo y honrarlo.
No me escaparé, no es ese mi carácter;
ni ésa mi manera de reaccionar y hacer las cosas. Si por un momento he
permitido que vinieran esos negros pensamientos y los he expresado, es
precisamente porque quería y deseaba con todas mis fuerzas desprenderme de
ellos y liberarme de su acoso. Y sabía que la mejor manera de derrotarlos,
Señor, era exhibirlos y mostrártelos, con absoluta crudeza, en su
incontrastable crudeza, en su incontrastable realidad.
Hace falta valor para vivir, pero el
valor es fácil cuando pienso en ti y te veo a mi lado.
El Salmo comienza con el consejo
cobarde:”Escapa como un pájaro al monte”; pero acaba con la palabra de la fe:
“El Señor es justo y ama la justicia, y los buenos verán su rostro”
Yo no huiré. Quiero ver tu rostro.
Carlos Vallés es un sacerdote
jesuita que escribió varios libros sobre espiritualidad. En “Busco tu
rostro” y sobre la base del Salmo 10
encara una reflexión sobre el “Coraje de vivir” desde la óptica de quien se
encuentra en un camino de búsqueda.

No hay comentarios:
Publicar un comentario