Tomado
del periódico EL TIEMPO, a raíz de la tragedia ocurrida al Bus escolar de Colombia,
en la ciudad capital Bogotá, donde fallecieron 21 niños entre 4 y 17 años
La sicóloga clínica Isa Fonnegra de Jaramillo explica lo
que ocurre con los familiares de víctimas de una tragedia como la del Colegio
Agustiniano.
"El dolor que se siente por la pérdida de estos niños es similar a
cuando uno tira una piedra al agua: Se expanden las ondas, primero se ve
afectada la familia, después el colegio, el barrio, la ciudad y finalmente el
país.
Es una desgracia que nos tiene a todos en duelo".
Esta experta en manejo científico de la muerte asegura
que la tragedia de los menores del colegio Agustiniano del Norte, de Bogotá, y
el accidente que sufrieron otros estudiantes en Santander sintonizó a
los colombianos con el dolor de las familias de estos niños y adolescentes,
pero también los dejó afectados porque en adelante sentirán temor cuando vean
circular una máquina de construcción y los obligará a estar
pendientes de la suerte de sus hijos.
Por ello considera que lo mejor para salir de ese trauma
es que se hable sobre este tema en todos los ámbitos: familia, trabajo, amigos.
"Sin excluir a los niños.
Hay que explicarles qué pasó y,
sobre todo, escucharlos para saber qué piensan y sienten. Es posible que tengan
miedo de ir en el bus del colegio, a estar solos o a dormir
por las pesadillas", agrega.
Para ayudar a las familias directamente afectas,
Fonnegra realizará el domingo, por solicitud del Alcalde Mayor, Luis Eduardo
Garzón, una brigada de apoyo sicológico.
Mientras eso sucede, Fonnegra al igual que la Fundación
Lazos, creada hace nueve años por padres que perdieron a sus hijos, dan una
serie de recomendaciones a las personas que rodean a amigos y
parientes de las víctimas:
El duelo es un proceso, en el cual al principio los
familiares, especialmente los padres, pasan por un momento de shock, quedan
como congelados.
En esta etapa hay que evitar las alabanzas a la fortaleza que
demuestran porque no es real. Un abrazo y la sola presencia reconfortan más que muchas palabras.
No intente mitigar la pena diciéndoles que no es real,
que ya se les pasará, que seguramente "el niño está mejor en el
cielo", "no eres el único", "el tiempo todo lo cura" o que
"la voluntad divina así lo dispuso"
u otras expresiones o frases de cajón.
No minimice su pena diciendo que ha conocido otras
tragedias peores.
Evite decir: "lo que deberías hacer" o
"no deberías sentir". Nadie puede decir a otro cómo sentirse.
Permanezca cercano y disponible.
Si no sabe qué decir manifiéstelo con humildad.
Escuche sin interrumpir.
Preste su hombro para que lloren, sin decir: "ya no
más, esto no te hace bien", "no te tortures más".
Ayude en las tareas cotidianas.
Proporcione material de lectura que los pueda orientar.
Cuando se muere un ser amado
Si en una familia fallece el padre, la madre, uno de los
abuelos cercanos o un hermano (a), las siguientes pautas le ayudarán a manejar
la situación del niño (a) en la forma más saludable.
Infórmele en lenguaje claro y comprensible lo qué pasó,
no una sino varias veces, hasta que él pueda asimilar los hechos. Emplee la
palabra "muerte" y no la asocie con el sueño, una enfermedad (sin
especificar que es grave), un viaje o designios de Dios que involucre premio o
castigo.
Ayúdelo a comprender la muerte y el duelo; que las
pérdidas son partes tristes e inevitables de la vida, que los sentimientos de
tristeza, rabia y desprotección son temporales, y cuáles son las
reacciones esperadas cuando alguien se muere. Explíquele que las lágrimas son
una manifestación normal en momentos de dolor y que en épocas de duelo los
adultos suelen ponerse irritables, confundidos y muy cansados.
Escúchelo, escúchelo. Óigalo con los ojos, los oídos y
el corazón.
Pregúntele varias veces: Qué pasó, quién le contó, dime
más, cómo te sientes, que fue lo que viste, etc., sin corregir ni juzgar sus
respuestas.
Póngale mucha atención. Dedíquele un tiempo en medio del
caos, haga que se sienta importante. Su presencia es el regalo más valioso para
él. No se le "pierda". Dígale que lo quiere, que no estará solo, que
lo cuidará, que cuente con usted.
Fomente el juego, pues a través de esa actividad es como
el niño afronta y elabora situaciones difíciles. Facilítele tierra, plastilina,
colores, arena, una almohada para golpear si esta muy bravo, o un
punching ball para sacar sus emociones.
Proteja la privacidad cuanto pueda y defienda ciertas
rutinas como acompañarlo a dormir, comer juntos, arruncharse. Etc.
Que el
desorden o las visitas no le alteren totalmente su orden y sus hábitos.
Así mismo respétele su privacidad y si él lo quiere así, déjelo a ratos solo.
Facilite la expresión de sentimientos, ayudándole a
ponerle nombre a lo que siente. Muéstrele que sentir rabia, miedo, tristeza, no
es ni malo ni bueno, es natural, y que compartirlo con alguien nos
hace sentir menos solos y menos asustados.
El contacto físico ayuda mucho. Abrácelo, acérquese,
tóquelo pero siempre respetando los límites que le hagan sentir cómodo con las
caricias.
Los rituales para conmemorar son muy útiles: sembrar un
árbol, rezar, ratos para recordar, escribir una carta a quien murió, hacer un
álbum de recuerdos, encender una velita.
Cuando el niño vive un duelo
Quizás el factor más importante en cómo reaccione un
niño a la muerte de un ser querido, es la reacción que él percibe en aquellos
adultos que influyen en su vida. Los gestos, las actitudes y la
conducta de padres, familiares o amigos le mostraron un patrón de lo que es
aceptable en esos
momentos.
Con la muerte se altera la confianza del niño en un
mundo predecible y seguro y surgen temores, culpas y emociones que él
desconocía y que lo pueden asustar.
Aunque algunos niños parecen no estar afectados por lo
que pasó y no preguntan nada, ello no quiere decir que podamos calificarlos de
"muy maduros".
No los desatienda, observe su conducta y
busque oportunidades para acercarse, hablarles de lo que ocurrió y preguntarles
si acaso sienten que su familia espera de ellos el que sean tan juiciosos
para quererlos y aceptarlos.
El duelo de un niño difiere del de un adulto. Para
comenzar, los niños no resisten períodos prolongados de tristeza, y su duelo
parece intermitente: se acercan y se alejan del dolor, entran y vuelven a salir
de ese ambiente familiar sombrío por la pena.
Pueden llorar un rato y reír o jugar como si nada
minutos después o viceversa y no suelen hablar espontáneamente de su dolor.
Un niño en duelo puede mostrar cansancio físico,
dificultades para concentrarse, ansiedad, propensión a enfermarse con gripas,
dolores de cabeza, de estómago, etc., estar perezoso, abatido,
bravo, grosero o "volverse bebé", asumiendo conductas agresivas como
"pegarse" al padre sobreviviente, querer morir con los papás, mojarse
en la cama o hablar a media lengua.
Comprender que esas conductas son
expresiones temporales del cataclismo emocional que afecta al niño es
fundamental para validar su duelo.
El colegio debe siempre estar informado de las pérdidas
significativas en la vida del alumno y comprender que cierto grado de
dificultades en el desempeño académico es esperado.
Cabe anota sin embargo
que todas estas "señales" naturales en el duelo de los niños se
vuelven preocupantes cuando su intensidad, su duración o el grado en que están
afectando la vida del niño exceden lo esperado. En tales casos se hace
imperativo consultar a tiempo con un profesional.
En momento de intenso dolor familiar, los niños son
prioritarios en la atención de los adultos. Con amor, empatía y comprensión
pueden aprender a vivir un duelo y con ayuda y paciencia a hacer de un
tiempo de crisis un aprendizaje valioso desde el punto de vista emocional y una
experiencia que
fortalecerá sus vínculos de amor con los otros
familiares.
¿Qué es eso de "hacer un duelo"?
Se habla de un duelo para referirnos a la reacción que
le sigue a una experiencia de pérdida.
¿Cualquier tipo de pérdida?
Si, pero la magnitud de un duelo es proporcional a la
importancia emocional de lo perdido.
El divorcio, la ruptura amorosa, el desempleo, un
secuestro, una enfermedad, por supuesto la muerte, un robo y hasta una mudanza
o trasteo son todas experiencias que nos sacuden en mayor o menor grado, que
alteran nuestro mundo ordenado, confiable y predecible y que generan una
respuesta que se llama duelo.
El duelo equivale entonces, en términos de tiempo, a lo
que llamamos luto, o sea al período que le sigue a la pérdida; y en términos de
reacción es la respuesta física, psicológica y espiritual que busca
readaptarnos a un mundo diferente, cambiado, en donde ya no está aquello que se
perdió.
El duelo duele. Y ese dolor hay que vivirlo. No se debe
esquivar ni evitar.
Tan solo decrecen en intensidad cuando se gasta,
sintiéndolo.
Tampoco convienen, entonces, las medidas o muletas para
adormecerlo o embolatarlo
como trastearnos de casa o de ciudad, ingerir sustancias
que lo mitiguen (alcohol, drogas, antidepresivos, etc), tomar decisiones
drásticas como casarnos o romper una relación amorosa, interrumpir los
estudios, encargar otro bebé, trabajar sin descanso o huir de los recuerdos,
etc.
Se ha comparado al duelo con una herida física, que en
el mayor de los casos debe cicatrizar para dejar de doler aunque nunca se
borre.
También con un viaje del punto inicial del dolor al punto donde
se consigue un reacomodamiento a la nueva situación, recorrido que el doliente
elige cómo y cuándo quiere hacer.
También con un proceso de cambio en nuestra identidad,
en nuestro ser, en nuestro mundo que exige un replanteamiento de lo que hasta
antes se daba por sentado y una búsqueda creativa de nuevas (y a veces mejores)
alternativas para estar en el mundo.
Averigüe sobre el duelo.
Infórmese, conozca y déjese
ayudar si es necesario. Obtenga información lo más compleja posible sobre
"lo que pasó" para poder construir algo así como un relato, una
historia coherente de los hechos, lo cual le facilitará aceptar la situación
dolorosa.
Este preparado para cambios bruscos de ánimo, aún en un
mismo día. Téngase paciencia.
Acéptese y quiérase triste, vacío, abatido, desmotivado,
bravo, irritable, desconcertado, asustado, solo, resentido, aliviado.
Respete su forma de sentirse y no se disperse. No
esquive el dolor.
Concédase tiempo y ratos solos. Cuídese, sea benévolo
con usted, no se exija maravillas.
Hable de él (ella), recuérdelo (la), conéctese con los
recuerdos a través de rituales, música, fotos, evocaciones, etc.
Tenga esperanza: habrá ratos mejores cada día y días
mejores cada semana.
La noche del duelo es larga pero no eterna, vendrá un
amanecer.
Permítase planear su vida y su futuro sin esa persona.
Llene sus espacios y sus tiempos vacíos con actividades que le satisfagan. Cree
nuevos proyectos, atrévase a iniciarlos, invierta en ellos su
energía sin rumbo.
Vuelva a creer en usted, en los demás, en la vida.
Vuelva a querer.
Si definitivamente siente que no puede, que su duelo es
interminable o muy difícil o que no avanza, consulte y enderece a tiempo el
rumbo de su vida.
Isa Fonnegra de Jaramillo
Sicóloga Clínica
Autora de "De Cara
a la Muerte"
No hay comentarios:
Publicar un comentario