QUIERO
Quiero que me oigas, sin
juzgarme.
Quiero que opines, sin
aconsejarme.
Quiero que confíes en mi,
sin exigirme.
Quiero que me ayudes, sin
intentar decidir por mi
Quiero que me cuides, sin
anularme.
Quiero que me mires, sin
proyectar tus cosas en mi.
Quiero que me abraces, sin
asfixiarme.
Quiero que me animes, sin
empujarme.
Quiero que me sostengas, sin
hacerte cargo de mi.
Quiero que me protejas, sin
mentiras.
Quiero que te acerques, sin
invadirme.
Quiero que conozcas las
cosas mías que más te disgusten,
que las aceptes y no
pretendas cambiarlas.
Quiero que sepas, que hoy,
hoy podés contar conmigo.
Sin condiciones.
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AMARSE
CON LOS OJOS ABIERTOS
Quizás
la expectativa de felicidad instantánea que solemos endilgarle al vínculo de
pareja, este deseo de exultancia, se deba a un estiramiento ilusorio del
instante de enamoramiento.
Cuando
uno se enamora en realidad no ve al otro en su totalidad, sino que el otro
funciona como una pantalla donde el enamorado proyecta sus aspectos
idealizados.
Los
sentimientos, a diferencia de las pasiones, son más duraderos y están anclados
a la percepción de la realidad externa. La construcción del amor empieza cuando
puedo ver al que tengo enfrente, cuando descubro al otro.
Es
allí cuando el amor reemplaza al enamoramiento.
Pasado ese momento inicial comienzan a salir a la luz las peores partes mías que también proyecto en él. Amar a alguien es el desafío de deshacer aquellas proyecciones para relacionarse verdaderamente con el otro.
Este proceso no es fácil, pero es una de las cosas más hermosas que ocurren o que
ayudamos a que ocurran.
Hablamos del amor en el sentido de "que nos importa el bienestar del otro".
Nada
más y nada menos. El amor como el bienestar que invade cuerpo y
alma y que se afianza cuando puedo ver al otro sin querer cambiarlo.
Más
importante que la manera de ser del otro, importa el bienestar que siento a su
lado y su bienestar al lado mío. El placer de estar con alguien que
se ocupa de que una esté bien, que percibe lo que necesitamos y disfruta
al dárnoslo, eso hace al amor.
Una
pareja es más que una decisión, es algo que ocurre cuando nos sentimos unidos a
otro de una manera diferente. Podría decir que desde el placer de estar con
otro tomamos la decisión de compartir gran parte de nuestra vida con esa
persona y descubrimos el gusto de estar juntos.
Aunque es necesario saber que
encontrar un compañero de ruta no es suficiente; también hace falta que esa
persona sea capaz de nutrirnos, como ya dijimos, que de hecho sea una eficaz
ayuda en nuestro crecimiento personal.
Welwood dice que el verdadero amor existe cuando amamos por lo que sabemos que esa persona puede llegar a ser, no solo por lo que es.
"El
enamoramiento es más bien una relación en la cual la otra persona no es en
realidad reconocida como verdaderamente otra, sino más bien sentida e
interpretada como si fuera un doble de uno mismo, quizás en la versión
masculina y eventualmente dotada de rasgos que corresponden a la imagen
idealizada de lo que uno quisiera ser. En el enamoramiento hay un yo me amo al
verme reflejado en vos." Mauricio Abadi.
Enamorarse
es amar las coincidencias, y amar es enamorarse de las diferencias.
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EL
VERDADERO VALOR DEL ANILLO
Un joven concurrió a un sabio en busca de
ayuda.
- Vengo, maestro, porque me siento tan poca
cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago
nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar maestro?. ¿Qué
puedo hacer para que me valoren más?
El maestro, sin mirarlo, le dijo:
- ¡Cuánto lo siento muchacho, no puedo
ayudarte, debo resolver primero mis propios problemas. Quizás después... Si
quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y
después tal vez te pueda ayudar.
- E... encantado, maestro -titubeó el joven
pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus necesidades postergadas-.
- Bien -asintió el maestro-. Se quitó un
anillo que llevaba en el dedo pequeño de la mano izquierda y dándoselo al
muchacho agregó: Toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el
mercado. Debo vender este anillo para pagar una deuda. Es necesario que
obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de
oro. Vete y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.
El joven tomó el anillo y partió. Apenas
llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún
interés hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo. Cuando el
joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara
y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que
una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo.
En afán de ayudar, alguien le ofreció una
moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no
aceptar menos de una moneda de oro, así que rechazó la oferta.
Después de ofrecer su joya a toda persona que
se cruzaba en el mercado -más de cien personas- y abatido por su fracaso, montó
su caballo y regresó.
¡Cuánto hubiese deseado el joven tener él
mismo esa moneda de oro! Podría habérsela entregado al maestro para liberarlo
de su preocupación y recibir entonces su consejo y su ayuda.
- Maestro -dijo- lo siento, no es posible
conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir 2 ó 3 monedas de plata,
pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del
anillo.
- ¡Qué importante lo que dijiste, joven
amigo! -contestó sonriente el maestro-. Debemos saber primero el verdadero
valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él para
saberlo?. Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuánto da por él.
Pero no importa lo que ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.
El joven volvió a cabalgar. El joyero examinó
el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo:
- Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere
vender ya, no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo.
- Sí, -replicó el joyero-. Yo sé que con
tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé... Si la venta es
urgente...
El joven corrió emocionado a casa del maestro
a contarle lo sucedido.
- Siéntate -dijo el maestro después de
escucharlo-. Tú eres como este anillo: una joya única y valiosa. Y como tal,
sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida
pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?
Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo
en el dedo pequeño de su mano izquierda.
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