Sus probables etapas
Entendemos como
duelo a la respuesta natural frente a la pérdida de un ser amado.
Si bien los duelos
reconocen algunas características similares entre sí, muchas y notorias son las
diferencias entre ellos, ya que, cada uno responde a una compleja urdimbre de
circunstancias.
Algunas de estas
circunstancias son irreversibles, como las características del vínculo con el
ausente que ya no pueden ser modificadas y que rubrican en buena medida los
sentimientos que nos invaden. Otras inmanejables desde nuestra limitada
voluntad, como aquellas circunstancias que se enlazan con el destino o que
provienen desde la oscuridad del inconsciente.
a.. La Negación
La primera etapa del
largo camino de un duelo es con frecuencia la negación, Quizá como defensa
natural e instintiva frente a todo aquello que nos provoca sufrimiento. El
"no puede ser" el "nada cambió" con su ofrecimiento de
inútil consuelo, tienen una duración variable, aunque no se perpetúa
habitualmente. También en estos primeros momentos, muchos duelistas describen
sus emociones de un modo particular, que yo definiría como sensaciones de
"extrañamiento". Se siente uno
mismo extraño, y extraño siente a su entorno, no ha podido todavía asumir y
aceptar los grandes cambios que produce la ausencia del ser amado. Narraba una
mujer que debió asistir a su madre a lo largo de una prolongada enfermedad
terminal, cuya atención le ocupaba gran parte del día y sobre todo de la noche,
que a días de producirse el deceso, no podía ella todavía, disponer de su
tiempo libre, ya que aún creía escuchar el reiterado llamado de la enferma. Las
horas de la comida, de los medicamentos, de la higiene personal.
Otorgaban ahora la
libertad de poder disponer de ese tiempo, debía recuperar su sueño normal,
reponerse sin vivir sojuzgada a permanentes horarios. Sin embargo le costaba
adecuarse a la nueva situación. Sabía que la habitación de su madre, ahora
estaba vacía. Lo sabía, racionalmente, pero las situaciones emocionales demoran
un tiempo en aceptar las nuevas realidades. Alguno podría pensar que la
culpa tan frecuente en los duelos
anticipatorios estuviese retardando el proceso de esta mujer; nada de ello, se
había ocupado de poner al día el vínculo con su madre, de atenderla con todo
cariño y solicitud. La había querido y la recordaba con amor.
En los casos de
duelos inesperados, son muchas las costumbres y los hábitos que de la noche a
la mañana dejar de ser. Una habitación espera en vano a su dueño, un placard
guarda su ropa, en algún lugar fotos, libros y música ya han comenzado a
extrañar.
Simplemente, lo que
aquí describo, intenta mostrar el estado de "extrañamiento",
que es ese estado que demoran las emociones, en aceptar una realidad que
racionalmente ya fue inevitablemente aceptada.
a.. El resentimiento
Luego el enojo, el
resentimiento, la rabia que nos torna agresivos o vengadores. La necesidad de
encontrar culpables.
El agotamiento que
provoca esta lucha sin enemigos ni beneficios, nos vence finalmente y nos
enfrenta a sensaciones de vulnerabilidad
e incapacidad para continuar, que yo definiría como:
a.. La etapa de las decisiones
En esta etapa, si
bien la tristeza, el desinterés por las cosas y el abatimiento suelen ser
frecuentes, comienza uno a darse cuenta que si hemos de seguir viviendo, no
podemos continuar del mismo modo. Que nada nos devuelve, que nada nos agrega
esa lucha estéril con la dura realidad, que vamos quedando a solas con nuestro
dolor, porque quienes nos asistieron en un principio se van alejando, y es
natural ya que la vida continúa para todos, y cada cual debe asistir a su
propia problemática, que nuestro gran amor no necesita del sufrimiento
permanente y sobre todo no necesita del sufrimiento declamado.
Entonces el tiempo
transcurre y en algún momento, alguien a quien solicitamos su ayuda: terapeuta,
religioso o amigo, o dentro del grupo de autoayuda del que nos decidimos a
participar, nos acerca una frase o una experiencia personal que nos conmueve,
que instala en nosotros una luz de esperanza.
Comienza entonces la
negociación: con Dios, con la vida, pero
sobre todo con nosotros mismos. Hemos aceptado que necesitamos aprender a
convivir con las cosas que no se pueden cambiar, que necesitamos elegir un camino,
que es imprescindible imaginar un nuevo proyecto que nos aleje del sin sentido
de una vida sin mañana.
· El proyecto
Entonces con la aflicción como compañera de
ruta, con la aceptación de la pérdida, que aparece como una dolorosa pregunta y
que requiere de nosotros una respuesta. Con la humildad que nos provee el haber
dejado atrás la soberbia y la omnipotencia, nos ponemos en marcha.
El camino a seguir
difiere en cada caso, puede nutrirse de distintas expectativas, en general con
indicios de un mayor crecimiento espiritual y un acercamiento y comprensión
frente al sufrimiento ajeno.
Lo que no puede
ningún duelo razonablemente normal, es incluir el olvido, u otra vez la
negación dentro de esas expectativas.
Como el ciego, que
no ve, pero a quien nadie le impide recordar, evocar o imaginar, así nosotros
podremos incorporar esas vivencias para que quien ya no está, siga estando
presente y acompañando nuestro camino, un camino para seguir. Llegar...es menos
importante.
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