¿Qué
significa superarlo?
-Una
pregunta frecuente-
Una de las
preguntas más espinosas y frecuentes que asalta, siempre, a todos los
dolientes, es cuándo podrán superar su dolor o su proceso de duelo. Cuándo van
a salir de él. Seguramente tú también te lo preguntas.
-La incomprensión del dolor del alma-
Obviamente, la
tristeza de quien ha perdido a un hijo surge y se trasmite por mucho más tiempo
del que muchos observadores cercanos sienten que es necesario. Y el alma de
quienes nos acompañan en el dolor se siente animada (o al menos sino animada no
deja de querer llegar a estarlo) para acompañarnos y sostenernos en nuestro
dolor. En este sentido ellos desean que tengamos una pronta recuperación; y que
también prontamente, nuestra tristeza vaya desapareciendo y nuestro dolor
aminorando. Por ello quizás se preguntan a sí mismos, respecto de cuándo podremos superar nuestro dolor, o salir de
nuestro “duelo”.
Sin embargo,
reflexionemos un momento en el sentido de que la misma persona que muestra esta
clase de actitud hacia el doliente, probablemente, nunca imaginará ni se le
pasará por la mente preguntar a un individuo a quién se le ha amputado una
pierna, cuándo podrá superar el dolor de que esa pierna le haya sido amputada.
Y es fácil entender la diferencia: la herida del alma no se ve. No se advierte
patética y directamente la pérdida. Tampoco impacta del mismo modo la tragedia
al observador. Sus sentidos no son agredidos directamente. Es evidente que si
la pérdida es “visible” a los ojos de los demás (y sobre todo una clase de
pérdida, que nadie imagina que le podría ocurrir a él, como el caso de la
pierna) existe una mayor tolerancia y paciencia para poder adaptarse a la
situación, y para no imaginar preguntas que, a criterio del observador, debería
hacerse la víctima.
A pesar de ello, y
aunque no pueda verse con los ojos, la muerte deja una herida abierta, y la
pérdida de un hijo es una verdadera amputación. Pero en nuestro caso hay que
admitir lo que ocurre generalmente. Diversos estudios han indicado que, frente
a la muerte, las personas no dolientes son tolerantes respecto del dolor y del
duelo de los demás por unas pocas semanas pero luego su paciencia se vuelve más
débil y su compasión, generalmente, se agota. Desde ya que existen excepciones;
pero lo cierto es que la sociedad, en general, no está preparada para consolar
por largo tiempo a los dolientes en el
modo en que ellos lo necesitan o, por lo menos, no está preparada para acompañarlos
por todo el tiempo que ellos (los dolientes) les gustaría ser acompañados. Y
ello es, nos guste o no, así; una realidad que debemos asumir sin que
necesariamente tengamos que emitir sobre ella juicios de valor. Simplemente la
sociedad no está preparada. No asumir esta realidad y rebelarnos contra ella no
cambiará mágicamente a la sociedad, y sólo nos traerá mayor sufrimiento.
-Nos formulamos la pregunta: “cuándo”-
Las pérdidas que
causan intenso dolor vienen, generalmente, acompañados por un profundo shock
que adormece al doliente por un tiempo; pero, cuando este shock termina o
desaparece, la realidad del dolor se instala en el doliente con toda su fuerza
y en plenitud.
Justamente cuando
él más necesita de ayuda y apoyo, el sistema de soporte parece evaporarse. Así
como el agua de las cacerolas se consume y las flores se mueren, la
correspondencia vuelve a traer las cuentas a pagar, folletos y cartas
intrascendentes, el teléfono deja de sonar, el mundo sigue haciendo girar su
rueda y el shock desaparece y el doliente advierte que en su dolor, se
encuentra en la más absoluta soledad.
Como el dolor es
tan agobiante, es común que éste sea el tiempo en que el doliente se comience a
preguntar cuándo podrá superar ese dolor. La pregunta no es más que un grito
emocional y desgarrador, de desesperación, una pregunta a Dios, al vacío al
fondo del deseo. Sin embargo no es algo que pueda ser respondido con criterios
mundanos. Tampoco recibirá la pregunta, en la mayoría de los casos, respuesta
alguna. Igualmente, de nada serviría; ninguna respuesta nos puede conformar, ni
creeríamos en ella. Es que en realidad, la pregunta debería ser reformulada y
encararla de la siguiente manera: ¿por cuánto tiempo podré soportar esto? o,
dicho de otro modo: ¿alguna vez se irá este dolor?. Una pregunta evidentemente
poco agradable, y la respuesta dependerá de una sola cosa: primero deberemos
definir para nosotros mismos qué significa “superar”. No existe manera de que
nosotros podamos conocer ci estamos yendo hacia una meta, si no sabemos qué
meta deseamos alcanzar.
-Primera sensación: superar es sobrevivir-
Inicialmente, es
común y fácil llegar a creer que nosotros nunca volveremos a sentir nada mejor
(es el modo en que nosotros sentimos que nuestra mayor aspiración sólo puede
volver a funcionar, exclusivamente, de manera básica, elemental).Aún la mínima
actividad diaria puede parecer enormemente dificultosa durante los primeros
días y semanas de dolor, y la vida puede parecernos algo meramente puntual y
carente de toda perspectiva.
Es el vacío y la
nada. La falta de voluntad. Es el deseo instintivo de morir. De que todo acabe,
pues nada queda por esperar. Y, sobre todo, nada bueno. Patética sensación,
pero real. Es sólo en forma gradual que uno se da cuenta que la posibilidad
para volver a funcionar, poco a poco, retorna, comienza a llegar una gota de
esperanza y algunos pequeños entusiasmos, frente a cosas de la vida. Pero sólo
eso: gotas, pequeños signos, chispas fugaces, segundos momentos. En el primer
momento es realmente casi imposible concebir volver a reír o ser feliz
nuevamente.
En este momento de
nuestro proceso de duelo pareciera que “superar el dolor” puede significar,
solamente, poder encarar mínimamente, el funcionamiento diario, una rutina
básica. Esa es la máxima aspiración.
-Segunda sensación: superar es volver al pasado-
Sin embargo, el
tiempo pasa y frecuentemente, un montón de tiempo, y el proceso de recuperación
continúa. Suave y despaciosamente, empieza a aparecer una mitigación de la
sensación de soledad, empiezan a disminuir los sentimientos de vacío, aunque
no se ausentan, y hasta puede existir alguna suerte de esperanza
anticipada, frente a la posibilidad de algunos momentos felices o puntuales
actividades placenteras.
En este momento,
superar el dolor puede llegar a representar para nosotros el espejismo de olvidar lo que pasó o, dicho
de otro modo, la meta de llegar a estar como estábamos antes de que sucediera
lo que sucedió.. Por momentos es eso lo que se nos ocurre: quizás podamos
volver a ser los mismos. Pero a poco de andar, este concepto se rebela, en
cierta forma, contra la misma esencia del doliente, ya que nadie, como doliente
quiere olvidar a las personas amadas, así como, también, claramente cada uno de
los padres que han perdido hijos advierte que nunca más podrá ser exactamente
igual a cómo era con anterioridad a que se produjera la pérdida.
El espejismo se
disipa, vuelve la realidad. Nada será igual, pero se empiezan a advertir signos
de cambios: podemos hacer “algo más” que “sobrevivir”
-Tercera sensación: un nuevo significado-
Muy probablemente,
en esta etapa, llegaremos a convencernos íntimamente, y a tener la vívida
sensación que “superar el dolor” no significa volver a funcionar mínimamente, y
que tampoco significa volver a colocarse en el mismo lugar en que cada uno se
encontraba antes de sufrir la pérdida.
No significa
olvidar nada; y tampoco significa pretender negar o rechazar nuestro dolor.
Comenzamos a tener
claridad sobre qué cosa no es “superar”; pero nos falta advertir qué es lo que
realmente es “superar”.
Este paso es
trascendente: ya sabemos qué “no es”. Luego de este paso es frecuente que
llegue a nosotros un nuevo horizonte y, como un amanecer en él, que exista una
tendencia a pensar que “superar el dolor” o ”salir del duelo” puede eventualmente significar:
1).-La capacidad de
amar, nuevamente, sin desplazar el recuerdo de nuestro dolor y, más aún,
considerar que el dolor de la pérdida fue una parte del costo de haber amado
muy profundamente.
2).-La adquisición
de una compresión profunda de las transiciones de la vida; un cambio de
conceptos y de perspectiva. Porque las personas que amamos, vivieron y
murieron, nosotros hemos tenido que aprender algo acerca de la vida.
3).-Una mayor
comprensión y compasión por el dolor ajeno, y una apertura de nuestra mente y nuestra
alma, haciéndonos más tolerantes respecto del conjunto de circunstancias en las
cuales se desarrollan nuestras vidas; y de la vida de los demás.
4).-Un gran deseo de
dejar este mundo mejor que cómo lo
encontramos. Plantearnos un nuevo conjunto de prioridades y de objetivos. Y
tratar de ser nosotros mismos mejores personas.
-Dónde estaba y dónde estoy-
Es común que nos resulte difícil comprender
dónde estamos nosotros, actualmente, en “nuestro “ proceso de superación del
dolor, ya que éste es un proceso continuo. Probablemente sólo lo advertiremos cuando podamos mirar
hacia atrás y ver dónde hemos estado anteriormente en “nuestro” proceso de
dolor.
Por otra parte, el
proceso de recuperación no es siempre sostenido, ni constante. Advertirás
altibajos, caídas, trampas en el camino. Puedes recuperarte y luego quebrarte.
Quebrarte y quebrarte más. Surgir y renacer mil veces. Y otras mil sentirte
morir. Pero aún así notarás en el balance cambios, mejorías. En forma casi
inexplicable aparecerán nuevas sensaciones y nuevos sentimientos.
Al compartir tu
dolor con otros que transitan la misma experiencia, irás viendo reflejado en
cada uno de ellos etapas y momentos de “tu” dolor. Ello puede ayudarte a
reflexionar respecto de cómo estás y cómo estabas. Podrás comenzar a
advertir si estás mejor o peor de lo que
estabas, en qué y cuándo. Los sentimientos vividos y los que te faltan vivir.
El dolor profundo
bloquea, generalmente, la objetividad. Compartir, escuchar, comprender,
expresarte, todo ello contribuye a tu recuperación.
-Hay un renacer de la esperanza
en el amor-
Sin embargo, un
día fuera de nuestra agonía, renovadas esperanzas pueden volver a nacer.
Contempla esta posibilidad. La comprensión, la apertura y el amor pueden
aparecer, con nuevos significados, que jamás nosotros antes habíamos ni
habríamos entendido. Ya hemos aprendido, con una dura experiencia, que no se
elige cómo morir. Y ello nos deja una sola alternativa: lo que sí podemos es
elegir cómo vivir. Cada uno de nosotros puede elegir en qué dirección irá
nuestro camino. Aquellos que han caminado sobre el sendero del dolor nos han
dejado elementos para ayudarnos a elegir el hacia la paz y hacia la
recuperación.
En su momento,
nosotros podremos elegir, encontrar y ayudar a otras personas que están
sufriendo en este solitario camino.
Quizás entonces,
cuando nuestras vidas vuelvan a tener destellos de esperanza, nosotras
sabremos, en forma segura, que hemos “superado el dolor”, y hemos “salido del
duelo”. En ese mismo instante comprenderemos, finalmente, en toda su magnitud,
cuál es realmente el contenido de esta expresión.
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