Cuando las
adaptaciones para la sobrevivencia empiezan a fallar; surge la disfuncionalidad
(1)
Muchos de los
mecanismos anteriormente citados sirven eficientemente durante la infancia y después;
pero otros, tan anclados en nuestras necesidades vitales infantiles, se oponen
posteriormente a las necesidades de otras épocas de la vida. En estos casos las
respuestas "óptimas" en la infancia se vuelven inoperantes en la
adolescencia y en la edad adulta. Así, muchas veces, de manera automática e
inconsciente, nos enfrentamos a las exigencias de nuestra vida adulta con los
medios que utilizamos para resolver nuestros problemas infantiles; y con
frecuencia no funcionan.
Se me ocurren
algunos ejemplos simples:
· si de niño, para evitar ser criticado
por mis padres o hermanos tuve que aprender a callarme, de adulto tendré
problemas para expresarme en general, o para hablar frente a un grupo.
· si de niño, aprendí a ocultar mis
sentimientos para no ser dañado por los demás, de adulto podré tener
limitaciones para vincularme afectivamente con mi pareja.
· si de niño sólo pude mantener el
cariño de mis padres esforzándome sobremanera, dando una imagen de perfección,
de adulto esta sobreexigencia hará muy difícil cualquier actividad que
emprenda.
Evidentemente en
la realidad los hechos no son tan transparentes y las causas de nuestras
deficiencias se pierden en una confusa maraña de recuerdos, sensaciones y
sentimientos. Sin embargo parece cierto que la persona puede vivir al amparo de
sus formas de adaptación habituales, hasta que las necesidades propias de la
edad y el crecimiento las hacen inoperantes, arrastrándola a la confusión y a
la angustia. Creo que es entonces el momento terrible en donde la
disfuncionalidad hace su aparición. Mi propia experiencia es la siguiente:
De repente en un
instante, hacia los 15 años, todo dejó de tener sentido, mi cabeza se pobló de
una gran cantidad de preguntas sin respuesta y mi cuerpo de sensaciones de
terror.
Empecé a sentirme
muy infeliz sin saber qué es lo que me sucedía.
Solamente me
percataba de que no podía reaccionar ni luchar.
Estaba posesionado
por una parte de mí mismo que me hacía sufrir enormemente;
y percibía con
gran angustia mi incapacidad para hacer algo al respecto.
No contaba conmigo
mismo. Estaba muy solo, a pesar de tener a todos alrededor mío.
Este fue el
estallido de una conmoción interna que no ha parado hasta la fecha, y -si bien
he podido vivir, crecer y conocer cada vez más la plenitud- creo que no cesará
hasta que deje de existir.
La vivencia de la
disfuncionalidad
Algunas
expresiones de la disfuncionalidad que pude constatar son las siguientes.
Disociación
interna. En la disfuncionalidad existe una experiencia de división, de
disociación, de desgarramiento interno, por la cual una parte de mí -de la que
soy consciente- ve y siente la vida de una manera; y otra -que percibo que es
mía solamente en la medida que sale de mi, pero que me es desconocida y hostil-
se opone fírmente a ello.
Carencia de
libertad. Coincido con Rollo May cuando dice que la persona neurótica que
asiste a la terapia... se describe como 'impulsada', incapaz de saber o elegir
lo que quiere, y siente varios grados de insatisfacción, infelicidad, conflicto
y desesperación. (...) a menudo dicen 'no
sé lo que siento;
no sé quién soy' (y) los resultados sintomáticos son la amplia gama de
conflictos de ansiedad, pánico y depresión" (pág. 146)
Autoestima
devaluada. Según Branden, la autoestima tiene dos componentes: "un
sentimiento de capacidad personal y un sentimiento de valor personal".
Tener autoestima "..es desarrollar la convicción de que uno es competente
para vivir y digno de ser feliz" (Branden, 1991, pág. 12 y
14) Por oposición,
creo que el neurótico vive ese sentimiento de falta de valor personal y de
incapacidad para vivir la vida; además una íntima percepción de no ser digno de
ser feliz.
Angustia . La
angustia es el "aceite" de la disfuncionalidad, ésta se expresa
siempre por su aparición, y por los esfuerzos desesperados e inútiles para
combatirla. En todos los casos, dice Karen Horney: "...nos enfrentamos con
un factor... común: la angustia y las defensas levantadas contra ésta (...) esa
angustia es el factor que desencadena el proceso neurótico y lo mantiene en
actividad". La angustia tiene significado oculto y es subjetiva, a
diferencia del miedo que es objetivo y evidente; en virtud de ésta
"...(es
inútil) todo intento por librar a un neurótico de su angustia mediante la argumentación
persuasiva, pues esa angustia no se refiere a
la situación, tal
como objetivamente existe en la realidad, sino (a) como el neurótico la
ve" (Horney, 1993, pág. 24 y 42)
No contar consigo
mismo. La persona disfuncional está sola en la mayor de las soledades, pues no
cuenta consigo misma. Para Kierkegaard la neurosis es un
"encerramiento" en donde "la persona (...) está encerrada,
(pero) fuera ' de sí, así como de los demás (...) y se (vive con) rigidez, carencia
de libertad, vacuidad y tedio" (Kierkegaard, citado por May, 1990,
pág.71). Estar encerrado fuera de mi, es estar esclavizado por algo que no sé
qué es. Este aislamiento de sí mismo representa la dificultad de contactar con
su propia fuerza; por ello al neurótico se le dificulta actuar, porque no
cuenta con su propia energía.
El sin-sentido de
la vida. Cuestionarse por el sentido de la vida -dice Frankl- es una cuestión
totalmente humana que afirma la sanidad de la persona. Pero ser rebasado por la
duda para entrar en la angustia y la desesperación, conducen a vivir la
existencia como una carga interminable, sin sentido. A esto le llama la
neurosis noógena porque se origina en el des-encuentro con nuestro espíritu -el
noós; y es únicamente desde esta dimensión espiritual desde donde podemos
re-descubrir el sentido de nuestra vida (Frankl, 1987, pág. 59,60)
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