Alejandro Unikel
Spector
"El acróbata
que se lanza desde un trapecio a otro sabe el momento preciso en que debe
soltarse. Calibra su peso con exquisita precisión y por un instante no tiene
otro apoyo que su propio impulso, Seguimos la curva de su salto mortal con el
corazón en vilo, y lo amamos porque se arriesga a afrontar ese instante de
total desamparo". (Polster y Polster, 1991)
Las adaptaciones
inevitables para la sobrevivencia.
El comienzo estuvo
en el seno de nuestra madre. Dentro del agua todo debió ser felicidad; pero una
vez afuera las cosas cambiaron. Durante la infancia, si tenemos suerte,
nuestros padres nos aman, nos cuidan, nos protegen, nos inspiran confianza y
seguridad; alientan nuestros esfuerzos y nos impulsan; es decir, nos preparan
para la vida. En estas condiciones, supuestamente, tengo confianza en mí mismo
y en los otros, y el mundo es un lugar seguro y confiable donde vivir. En el
otro extremo de esta fantasía idílica, pero dentro del mismo concepto, está lo que
todos sabemos que se produce cuando el niño recibe desamor, descuido de sus
necesidades básicas, falta de apoyo y demás situaciones diversas con su secuela
de inseguridad, vulnerabilidad y angustia. Desde luego que esta visión es
polar, y que hay un espectro entre esos extremos donde se ubica cada persona,
según "le haya ido en la feria".
Las personas más
cargadas hacia la primera situación no estarían "dañadas" -o su daño
sería menor- y tendrían menores necesidades de "adaptación
para la sobrevivencia". A mayor afectación, mayores necesidades de
adaptación a la inseguridad, a la vulnerabilidad, a la confusión, y a la
ansiedad que todo aquello acarrea. ¿Cómo sobrevive el niño frente a esto?
Aparentemente inventando todo lo que esté a su alcance para neutralizar esos
terribles sentimientos: ser muy cuidadoso, no sentir, no quejarse, esconderse
física o emocionalmente, mantener los ojos bien abiertos cada instante, fingir,
mentir, hacerse el fuerte, contraer los músculos, manipular... El niño tiene
que crear las mejores respuestas de adaptación a su alcance. Esta teoría hace
depender las necesidades de adaptación para la sobrevivencia de lo que el niño
recibió del ambiente familiar; sin embargo, existen otras que ponen el acento
en aspectos diferentes.
Para Ernest Becker
el temor a la muerte es la "angustia básica" inevitable que el ser
humano necesita reprimir para sobrevivir.
El temor a la
muerte -dice- es algo... que se presenta en todos... es el temor básico que
influye sobre todos los demás, un temor al que nadie es inmune, por mucho que
se le disimule. -Y agrega- Este temor es en realidad una expresión del instinto
de conservación que funciona como impulso constante para mantener la vida y
vencer los peligros que la amenazan... en otras palabras, el temor a la muerte
debe estar presente detrás de todas las funciones normales, para que el
organismo se arme para su conservación... si tuviéramos una conciencia
constante de este temor seríamos incapaces de funcionar normalmente. Esto debe
estar adecuadamente reprimido para que podamos vivir con cierta comodidad"
(Becker, 1979, pág.37,39,40)
Cabe aclarar que
la muerte no es temida necesariamente en su expresión directa y concreta;
muchas veces es más bien un símbolo confuso y terrible frente al cual hacemos
multitud de esfuerzos para mantenerlo apartado. En el niño ésta es más
evidente, porque el niño
... es demasiado
débil para hacerse responsable de todos sus sentimientos destructivos, y no
puede dominar la mágica ejecución de sus deseos; (porque) no tiene una
capacidad firme para organizar sus percepciones y sus relaciones con el mundo
(y porque) no tiene un control real del proceso de causa y efecto mágico que él
siente dentro de sí, en la naturaleza y en los demás: sus deseos destructivos
pueden estallar, como los deseos de sus padres. Las fuerzas de la naturaleza
son confusas, externa e internamente, y para un ego débil este hecho... se
añade al terror" (Ibid. pág. 42).
Frente a estos
hechos es inevitable la creación de formas de adaptación para la sobrevivencia,
que Becker llama "carácter":
"La mentira
del carácter -dice- se construye debido a que el niño necesita adaptarse al
mundo, a los padres y a sus propios dilemas existenciales. Se construye antes
de que el niño tenga oportunidad de saber algo de sí mismo de manera abierta y
libre, y por consiguiente las defensas del carácter son automáticas e
inconscientes. El problema es que el niño se vuelve dependiente de ellas y se
encierra en su armadura... y no es capaz de ver libremente más allá de su
propia prisión o de sí mismo, de las defensas que él usa, de las cosas que determinan
su falta de libertad. Lo mejor que un niño puede esperar es que su actitud...
no sea de un tipo 'equivocado', que haga que su carácter esté demasiado
temeroso del mundo para poder aceptar las posibilidades de la
experiencia". (Ibid., pág. 119)
Mientras el niño
pequeño no advierte la separación entre él y su medio, vive tranquilo; pero en
cuanto desarrolla la consciencia de sí mismo, la capacidad de elección entra en
acción y genera inevitablemente conflicto y ansiedad, frente a los cuales tiene
que defenderse para sobrevivir.
"El niño se
da cuenta de que sus objetivos y sus deseos pueden... entrar en pugna con sus
padres y desafiarlos. La individuación se gana ahora sólo al precio de hacer
frente a la ansiedad implícita en la adopción de una posición tanto en 'contra'
como 'con' el propio medio.
(Como puede verse)
la conciencia de sí mismo es la base de la responsabilidad, (del) conflicto
interno y (del) sentimiento de culpa (inevitables) en el individuo (que se
encuentra en) desarrollo" (May, 1990, pág.146)
En conclusión, sea
por una razón o por otra, aparentemente, el hombre no puede evitar la
edificación de formas que le permitan sobrevivir frente al hecho mismo de
enfrentar la vida y la muerte; y si bien éste es un proceso que la persona
inicia en la infancia, invierte toda su vida en tratar de ajustar los finos y
sofisticados mecanismos con que cuenta, para mantener esa sobrevivencia a la
altura de sus necesidades.
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