Pregunta: Mi hijo se suicido hace cuatro meses.
No acepto su muerte y me culpo de no haber podido evitarlo.
Dr. Coifman: En una circunstancia diferente, hace
poco en el consultorio se me planteaba una situación al revés. Una hija le
decía al padre que le diera el revolver; el padre le habia dicho que ya no se
iba a suicidar. Entonces el padre le dijo: Y si te doy el revolver, ¿cuanto
tiempo crees que voy a tardar en conseguir otro revolver?
El suicidio es un acto que nos duele muy especialmente, y
ya no es que le duela al que le paso: duele. Es un acto frente al cual
probablemente tengamos la menor experiencia de aceptación posible. De hecho, es
un acto extraño; es un hecho que muchas religiones, inclusive; castigan. Es
como si hubiera pasado algo que no debiera pasar. Pero yo me pregunto, una y
otra vez: Hay algo que paso y que no debiera pasar? Por ahí será tal vez que
debiéramos pensar un poco mas que nos pasa a todos -no al que se suicida, sino
a todos como humanidad- que no hemos logrado evitar, en esta casa grande que es
la tierra, una situación tal que algunos seres lleguen a tal punto de
desesperación que necesiten partir de esta manera.
Y esto puede suceder en cualquier hogar, porque nosotros,
como dijimos al principio, estamos unidos: así de separados como estamos en lo
físico, estamos unidos en otros niveles. Y como cuando uno llega a un lugar y
como dicen los chicos, según la "onda" que haya, así es como uno se
termina sintiendo; cuando no se trata solamente de un lugar, sino de un barrio,
de una ciudad, de un país -y en esto tenemos alguna experiencia nosotros-
podemos absorber miedo o culpas o lo que sea por la nariz, por los ojos, por
todos lados. Entonces, obviamente, aquí vuelve a aparecer otra vez el tema de
la culpa.
Y va a ver la persona que dice esto, que padres cuyo hijo
no se suicido, que no tuvieron ninguna posibilidad de actual- ni de hacer nada,
también sienten culpa. Insisto: el resentimiento, la culpa, el rencor, no
dependen del exterior. Busquen el modo interior de ablandar estas estructuras.
Y para hacerlo, probablemente la manera más eficaz de todas -porque incluye a
todas las demás- es el sagrado proceso de perdonar. Insisto: perdonar no es
decirle a alguien: Yo te perdono por el pecado que cometiste, sino que perdonar
es decirse a si mismo: Acepto lo que pasó yo no soy quien para juzgar.
Hay un cuento respecto al perdón. Había un rosal al que
se acerca un señor a oler la flor y se pincha. El señor, a quien le sale sangre
del dedo, dice: Te perdono, rosal: no tenias otra posibilidad que pincharme; y
sigue su camino. Pasa luego otro señor, quien también se acerca a oler el
rosal, y también se pincha, y sigue su camino. Entonces, un ángel que estaba
mirando le dice a Dios: Que bien el primer hombre: lo perdono! Y Dios le dice:
Mejor el segundo: in siquiera lo juzgo!
Porque el proceso de perdonarse viene
después del proceso de juzgar. Pero no de juzgar desde afuera, sino de haber
elegido con mi mente una sentencia con la que la única que pierde es mi mente,
porque se queda pensando todo el tiempo en lo que paso. Entonces, hay que ir
buscando y desarrollando ese mecanismo para .que relaje esta estructura mental
y permita aceptar, con dolor: aquí la palabra clave es aceptar, enfrentar y
tomar ese dolor. Porque ustedes van a empezar a ver que la culpa, el
resentimiento, el rencor, etc. encapsulan el dolor, son modos de alojarlo al
dolor, son modos de justificarlo al dolor. El dolor no tiene ningún
justificativo: es en si mismo; forma parte de una fractura que uno siente, y
que es lógico y valido que sienta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario