“Cuando
el hombre se detuvo a interrogarse, no ya sobre
un aspecto particular y accidental de la vida, sino sobre la existencia
como tal, no sobre un significado parcial, sino sobre su sentido global... como
primer paso...calló.
Comprendió que lo esencial se escucha callando, se escucha
en la medida que callamos las miles de preguntas con las que ahogamos la
respuesta, la pregunta última y primera. Calló y buscó su lugar, un lugar más
vasto, un valle más abierto que su desfiladero mental, más dilatado que su
aparato conceptual., con menos laberintos que su oído carnal: buscó su
corazón, su oído cardial. (Hugo Mujica).
Ello
tiene especial importancia en el tránsito por el dolor y el sufrimiento, los
que han sido considerados muchas veces no sólo un gran misterio del hombre
(misterio quizás mayor aún que el de la vida), sino también el fundamento
íntimo de la existencia histórica del hombre.
Y la
búsqueda de sentido y respuestas frente al dolor, generan, justamente, este
conflicto entre la mente y el corazón.
¿Dónde
buscar la paz y la serenidad que tanto necesitamos en este momento?
Si
esperamos la respuesta desde afuera, si la pretendemos dada como receta o
fórmula, estamos perdidos. Nunca llegará. Y no llegará porque es imposible que
alguien tenga receta para otro, o que existan
fórmulas mágicas aplicables a cada una de las personas que sufren y, al
mismo tiempo, a todas ellas. Sería el contrasentido de admitir que las personas no son individualmente únicas. Sería destruir
el misterio propio del hombre; su identidad, su carácter común y diferenciado
de existencia. Sería pretender ignorar el milagro mismo de la Creación.
Del
mismo modo, si lo que buscamos es encontrarnos con nuestra propia esencia, mal
podemos imaginar que la respuesta está fuera nuestro. Por el contrario, es
dentro nuestro donde debemos buscar. Una respuesta surgida de nosotros, desde
nuestra más profunda intimidad, para el problema y el cuestionamiento que nos
conmueve. Y allí las opciones son claras pues no hay dos fuentes a las cuales
podemos recurrir para un proceso de racionamiento: la mente y el corazón.
Distinta naturaleza para cada una de ellas. Y distintos modos de
funcionamiento. Una pugna entre dos sistemas, entre dos realidades, entre dos
perspectivas.
La
lucha que se presenta entre la mente y el corazón, si no se hace prevalecer en
algún momento una sobre otra, bloquea toda posibilidad de progreso en nuestro
camino, ya que las razones de ambos difieren y mutuamente se anulan.
La
mente y el corazón mantienen una relación dialéctica, en una suerte de
conflicto de poderes. Hay que descartar que mantengan por siempre una relación
amigable, al igual que también debemos descartar que sus relaciones son
permanentemente hostiles. Muchas veces coinciden, y otras tantas discrepan, sin
descartar que hasta se enfrenten. Y ello ocurre frente a las dos grandes
pasiones del hombre: el amor y el dolor.
En el
estado actual de nuestro proceso del duelo, y del tránsito por el dolor, hecho
carne en “sufrimiento”, es donde el conflicto aparece patente. La mente y el
corazón están enfrentados. Y allí el dilema: tenemos que elegir, o al menos
privilegiar. La razón de la mente nos muestra objetivamente, salvo un bloqueo,
cosas que no queremos aceptar, pero que son realidades.
Que nuestro hijo ha
muerto, que ya no lo volveremos a ver, y que la vida sigue su curso. Una cruda
realidad tan impactante como fría. El
pasado, el presente y el futuro. ¿Porqué? No lo sabemos. Pero es así. Es decir,
que lo que la mente nos brinda son sólo datos, reales por cierto, aunque no nos
gusten, pero no respuestas. Y si en ella buscamos respuestas difícilmente las
encontraremos; menos aún las respuestas que buscamos, aquellas que puedan
llevarnos a obtener paz y serenidad. Y ello es así, también en la medida en que
la mente no tiene procesos espontáneos de pensamiento, o mejor dicho de
Razonamiento”, sino que requiere de nuestro esfuerzo, de que la alimentemos con
preguntas y elementos para el proceso del razonamiento que lleve a la
respuesta.. Proceso de razonamiento que, por otra parte, viene condicionado por
todos los filtros culturales, formativos y conceptuales.
Por
el contrario el corazón es espontáneo. Sólo late, se hincha, se dilata se
contrae, se alegra, sufre, se brinda, se repliega, pero desde sí, y por sí
solo. Pero además “piensa.” Y brinda razones propias, genera sentimientos
distintos de los de la mente. Recuerda cuántas veces hemos dicho: “...el
corazón tiene razones que la razón no entiende.”
Si de
elecciones se trata, entonces parecería que lo “razonable”, aunque resulte
paradójico, es buscar al corazón para que sea quien lleve adelante nuestro
“razonamiento” en este proceso y en este tránsito.
Pero,
cómo podremos escuchar al corazón si no callamos, si lo ahogamos a preguntas,
si no lo dejamos que se tome su propio tiempo?. Como podremos entender su
mensaje si no dejamos , por obra de la mente, que el corazón se exprese a su
manera?. Que razone como él sabe?.
Este
es un camino de trabajo al cual te invitamos, a que juntos intentemos aprender
a buscar y recibir una nueva forma de respuesta. La que llega sola, la que
brota de lo más íntimo. La que brota de un proceso que desplaza la mente para
dejar que el corazón hable y genere respuestas. Con su ritmo, con su latido,
con su tiempo, con su forma. Enviando esos mensajes que trascienden cualquier
cuestionamiento mental. Brindando sensaciones para nuestras vidas, y
llevándonos desde la intuición inicial, hasta el conocimiento profundo final de
que aún tenemos, aunque de otra forma, a nuestro hijo en nosotros, y su amor
pleno.
Para
ello debemos callar y dejar que el corazón hable. Sólo así podremos hallar paz
y serenidad desde el misterio de la vida y de la muerte de nuestro hijo. Y
desde allí en una proyección que nos lleve a una nueva forma integral de vida.
Desde un corazón puro y sabio, reflexivo y profundo. Inquieto por los misterios
del hombre, de la vida y de la muerte, del sufrimiento y de la paz. Desafiante
pero comprensivo. Sereno y bondadoso. Sensible pero sólido.
Una
nueva forma de vida y de pensamiento. Obra de nuestros hijos muertos, presencia
viva de ellos en nosotros. Desde su propio silencio, y desde ese silencio que
permite dejar que el corazón hable, y que nosotros lo escuchemos.
Intentémoslo.
Aún es tiempo de cambiar para bien desde el dolor.
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