1.
SITUACIONES DE VIDA
"Mamá,
¿tú puedes morirte? ¿Y papá? ¿Todos tenemos que morirnos? ¿Por qué?"
"¡Quería
tanto al abuelo! Ya no podré verlo más. ¿Dónde está ahora?"
"Todavía
no le hemos dicho nada a la niña. Hoy ha ido a la escuela como siempre. No vale
la pena hacerla sufrir más de la cuenta. Lo quería tanto.
No
tiene por qué ir al entierro y todo eso. Ya se lo diremos dentro de unos
días."
"La
enfermedad de mi hermano duró unos meses. Yo era pequeño, tenía 9 años.
Veía
a todo el mundo preocupado, pero delante de mí disimulaban para que no
sufriese. ¡Cuando murió fui muy fuerte! El mismo día fui a la escuela como si
nada y no derramé ni una lágrima."
"Me
dijeron que la abuela estaba en el hospital, porque no se encontraba muy bien y
ya no volví a verla nunca más. Con el tiempo me di cuenta de que había muerto,
pero no querían decírmelo. Nunca me había sentido tan sola, no podía confiar en
nadie."
2.
DE QUÉ HABLAMOS
Hablamos
de la muerte. Y hablar de la muerte, significa hablar de separaciones y de
pérdidas y nos resulta difícil y, a veces, nos da miedo.
Y
si hablar de la muerte es difícil, hacerlo con los hijos lo es todavía más,
sobre todo cuando se trata de la muerte de seres queridos.
Además,
nuestro entorno social no nos facilita mucho las cosas. En nuestra sociedad
occidental, en la que a través de la publicidad y del consumo se potencia el
éxito, el poder, el placer inmediato, la eterna juventud..., la muerte no tiene
cabida, es un tema tabú, al igual que el dolor, la enfermedad, las
discapacidades, la pobreza..., y se intenta disimular y
ocultar.
Disimular
y ocultar y también desconectarla de los sentimientos, porque, paradójicamente,
esta misma sociedad nos está inundando constantemente a través de la TV y el
cine, de violencia y de muertes. Unas muertes frías, lejanas, poco reales, en
las que parece que no cuenten las emociones y los sentimientos y que, de algún
modo, nos hacen insensibles a otras realidades a menudo trágicas (guerras, hambre,
violencia...) que vivimos como meros
espectadores.
Nosotros,
al abordar este tema, queremos referirnos a la muerte que nos implica
emocionalmente, a la muerte de las personas que queremos, a nuestra propia
muerte... Querríamos hacer una reflexión sobre cómo vivimos el hecho de la
muerte en nuestras familias, cómo la tenemos asumida como padres, cómo la
planteamos a los hijos.
3.
CÓMO AFECTA LA CUESTIÓN A LOS PADRES
Creemos
que la manera de plantearnos el tema de la muerte como individuos y como pareja,
y la forma en que la cuestión de la muerte afecta a los padres, condicionará de
una forma importante la forma de trabajarlo con los hijos.
Con
frecuencia, los padres tienen más dificultades a la hora de pensar en la
muerte, hablar de ella y aceptarla que los propios hijos. Nos inspira respeto y
nos da miedo, y creemos que si no pensamos en ella ni hablamos de ella
viviremos más tranquilos.
Pero
para los hijos es un tema como tantos otros, un tema que les preocupa y les
plantea preguntas que necesitan respuestas. Si empiezan a notar en nosotros
actitudes evasivas, respuestas poco claras..., empezarán a captar que es un
tema tabú del cual es mejor no hablar y se quedarán solos con sus angustias.
En
cambio, si al preguntar encuentran a unos padres sinceros y serenos que
procuran no eludir el tema y hablan de él honestamente, contestando lo que
realmente piensan, los hijos podrán hablar de la muerte y aceptarla de otra
forma cuando ésta sea algo más cercano.
En
la vida cotidiana se dan diversas situaciones que nos sitúan frente al hecho de
la muerte y que nos afectan de maneras también diferentes. No es lo mismo la
muerte de personas lejanas, más o menos conocidas, que la de una persona de la
familia, o la del esposo o la esposa o la de uno de los hijos.
No
es lo mismo si se trata de una muerte esperada por un largo proceso de
enfermedad o por la edad avanzada de la persona en cuestión o si se trata de
una muerte repentina... No cabe duda de que la tristeza y la aflicción no serán
las mismas en cada situación y, por lo tanto, la forma de poder abordar el tema
con los hijos también será distinta.
Probablemente,
la situación más difícil es la que conlleva la muerte de un ser muy querido
(uno de los padres, un abuelo o abuela, uno de los hijos...)
A
menudo, los padres se sienten demasiado abrumados como para poder explicarlo a
los hijos. El dolor es muy intenso y querríamos evitar al hijo este
sufrimiento. Se teme no poder aguantar el llanto delante del niño y se intenta
disimular al máximo estos sentimientos, como un modo de impedir que
también
él se sienta invadido por la tristeza y el dolor. Las preguntas de los hijos
¿por qué se ha muerto?, ¿cómo ha muerto? ¿qué pasa después de la muerte?, se
suelen contestar con evasivas o dando la callada por respuesta.
A
los hijos nos cuesta soportar el sufrimiento del duelo, pero nos cuesta todavía
más soportar el sufrimiento de los hijos y compartir con ellos el dolor (llorar
con ellos, estar tristes con ellos).
4.
POSIBLES RESPUESTAS DE LOS PADRES
Ante
la muerte, los padres podemos adoptar diferentes posturas y actitudes.
Actitud de esperanza: Es la actitud de la persona consciente de que no hay
vida sin muerte y que, precisamente porque sabe que ha de morir y lo acepta y
lo comprende, puede asumir el sentido de la vida y enfocar la muerte y el duelo
positivamente. Es también la actitud propia de los creyentes, que confían en
Dios, el Dios que nos ama y nos acompaña en nuestra tristeza y
dolor,
y está siempre con nosotros, tanto en la vida como en la muerte.
Actitud de desesperación: que se da cuando la persona se desmoraliza y se hunde,
le parece imposible asumir la pérdida del ser querido y puede caer en una
actitud enfermiza, y a veces destructiva, que no permite avanzar. En esta
situación es imposible hablar serenamente con los hijos y poder
acompañarlos
en su duelo.
Actitud tranquilizadora: que iría muy vinculada al miedo, miedo a compartir el
dolor, la tristeza, los sentimientos... No puede hablarse del tema y se evita
la realidad con evasivas, se ha ido de viaje, está en el hospital porque está
enfermo..., o bien, está en el cielo (cosa que no es fácil de entender para los
más pequeños), o bien se delega a Dios la responsabilidad, Dios se lo ha
llevado, con el peligro de convertir a Dios en una figura
cruel
que se lleva a la persona que amamos.
Actitud de aceptación estoica: en la cual, ante la muerte no hay angustia ni
esperanza. Se acepta que la vida lleva a la muerte y que este hecho se vive
como una realidad dura y dolorosa que debemos aceptar tanto si nos gusta como
si no, y así queremos transmitirlo a los hijos.
5.
CÓMO PODEMOS AYUDAR
La
muerte es una realidad que nos acompaña en nuestra vida. Desde que nacemos,
todos sabemos que hemos de morir. Es un hecho natural, pero cuesta mucho
tratarlo con naturalidad. Por eso hay que ir preparando el terreno para abordar
y hablar de esta realidad con nuestros hijos, pues si esperamos a tratarlo
cuando nos toque de cerca, además de todos los sentimientos que
aflorarán
y que tendremos que trabajar, el factor sorpresa complicará todavía más las
cosas.
Antes
de que los hijos se encuentren con la realidad de la muerte de personas
cercanas y queridas, hay situaciones y actitudes de la vida cotidiana que
ayudarán al niño, desde muy pequeño, a irse acercando al hecho de la muerte.
—
Cuando muere un animal doméstico, podemos aprovechar para explicar que se ha
muerto y que ya no volverá a vivir y que todos los seres vivos acabamos
muriéndonos y que es normal sentir pena y tristeza. Esto es muy comprensible
para los niños porque conecta con su experiencia y con sus sentimientos.
—
También podemos ayudarnos de situaciones cotidianas que, sin ser situaciones de
muerte, nos hablan de separaciones, de pérdidas y que, por analogía, pueden
acercarnos a esta realidad.
—
Es importante dejar claro, siempre que surja el tema, que todos tenemos que
morir. Es fácil contestar a un hijo angustiado que dice "mamá, no quiero
que te mueras nunca", "no sufras, mamá no se morirá, siempre estaré
contigo", pero con esta actitud estamos diciendo algo que no es verdad y
que, además de cuestionar nuestra credibilidad ante el hijo, no le ayudará a ir
acercándose al tema de la muerte con naturalidad.
Cuando
llega la muerte de personas muy cercanas y muy queridas por el niño, hay que:
•
Explicárselo pronto. Es importante no utilizar subterfugios como se ha ido de
viaje o lo han llevado al hospital..., pues por mucho que se intente disimular,
el niño se da cuenta de que ocurre algo y que se le está ocultando; y esto
puede resultar todavía más doloroso, pues genera desconfianza hacia los padres
porque siente que le están engañando. Es muy duro para el niño sentir que no
puede compartir con nadie sus sentimientos y su
tristeza, y se puede sentir muy solo.
•
Dejar muy claras dos ideas fundamentales: que la persona muerta no volverá, y
que su cuerpo está enterrado o bien convertido en ceniza si se ha incinerado.
•
Contestar honestamente y de la manera más real posible a todas sus preguntas.
Cuando muere un ser querido, todos necesitamos consuelo y sentirnos rodeados de
un ambiente de confianza y de seguridad y esto sólo puede darse cuando decimos
la verdad.
•
En el caso de familias creyentes, puede ser un buen momento para comentar el
sentimiento profundo de que Dios nos ama, está con nosotros y nos acompaña en
estos momentos tan difíciles. Dios no nos deja nunca, ni en la vida ni en la
muerte.
•
No angustiarse porque nos vean tristes o llorando; al contrario, esto hará que
el hijo se sienta más acompañado y que se de cuenta de que sus sentimientos
también son compartidos por los seres que más quiere. Si ve que los hijos
intentan esconder y disimular sus sentimientos, aprenderá pronto a no
expresarlos y se sentirá solo con su dolor.
•
Que los hijos participen en las ceremonias de los funerales y en el entierro.
Son ceremonias de recuerdo y de despedida del ser querido que, sobre todo si se
viven desde la fe, serán fuente de consuelo y de esperanza.
Una
vez transcurridos los primeros días, cuando se vuelve a la cotidianidad, será
conveniente continuar hablando de la persona que ha muerto, recordarla, hablar
de lo bueno que nos ha dejado, de sus gustos, de sus ilusiones..., y así
posibilitaremos que siga viviendo, si bien de otra manera, en la mente y en el
corazón de nuestros hijos y ellos podrán ir elaborando el duelo por su pérdida.
5. CUESTIONARIO
1. ¿Tenemos algún recuerdo de nuestra infancia
relacionado con el tema de la muerte? ¿Cómo vivimos aquella situación? ¿Cómo
nos sentimos entonces?
2. ¿Hemos vivido en nuestra familia la muerte de algún
familiar o de algún amigo muy cercano? ¿Qué señalaríamos de aquellos momentos?
3. ¿Recordamos alguna situación en la que nuestros hijos
nos han planteado preguntas sobre la muerte? ¿Qué tipo de preguntas nos hacen?
¿Qué respondemos habitualmente? ¿Cómo aceptan los hijos nuestras respuestas?
¿Qué dificultades nos presentan?
4. ¿Qué creemos nosotros sobre la muerte? ¿Cómo la
aceptamos?
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