La perseverancia en el trabajo de grupos:
La muerte de un hijo causa un impacto muy duro en
nuestras vidas. Un efecto devastador que parece aniquilarnos, y que nos lleva a
postrarnos en un profundo pozo de tristeza y depresión. Nos parece que ya nada
es posible que pueda verse bien.
Que no podremos volver a ser felices, a reír,
a disfrutar de la vida. La reacción es natural frente al hecho irreversible de
la muerte de un hijo, y es la respuesta al estado de shock que sigue a los
primeros momentos una vez producida la pérdida. Sin embargo y aunque nos duela
o nos rebele tener que reconocerlo, la incontrastable realidad de que la vida
sigue, es un fenómeno que nos enfrenta con decisiones personales. Tendremos que
plantearnos que será de nuestra vida, y de lo que nos rodea, y cómo podremos
encarar una nueva etapa de nuestra vida, a la que accedemos involuntariamente y
llevados por circunstancias no sólo no deseadas, sino tampoco imaginadas.
Desde nuestra experiencia, la única manera de poder
recuperarnos de nuestro dolor es “comenzando”, “empezando” y tomando conciencia
de que ese comenzar sólo será el primer paso: pues una vez que hemos
“comenzado” sólo nos queda “continuar”: y sin saber hasta cuando.
COMENZAR
“Nadie quiere
curarse. Sólo quieren aliviar los síntomas; demostrar que han realizado un
esfuerzo al intentar algo o consultar un especialista... aprender algunos
trucos para usarlos y sobrevivir, o con mucha frecuencia, dejar sentado que no
tienen ya remedio y que no hay nadie que pueda curarlos (Anthony de Mello)
Cuanta verdad en
estas palabras. No queremos curarnos. Sólo queremos alivio para nuestro dolor.
Ello tiene varias
explicaciones para nosotros. En primer lugar, frente a este hecho desolador,
nos parece que lo que nos ha ocurrido es tan terrible que no concebimos que
algún día podamos superarlo. De allí que nace nuestra primera limitación: no
nos atrevemos a imaginar que la recuperación es posible.
En segundo lugar,
intentamos, en cierta forma, asumir un compromiso de “lealtad” o de “fidelidad”
con nuestro dolor. Nos parece que superar el dolor, o imaginar, y hasta desear,
que el mismo pueda “irse” es una suerte de traición para con ese dolor, y aún
hasta para con la memoria de nuestro hijo muerto. Volver a reír se concibe como
una afrenta, y volver a ser feliz...casi como un olvido. De allí que preferimos
imaginarnos una vida surcada por el dolor por todo el resto de nuestra
existencia, y proclamarnos a nosotros mismos dolientes por toda la eternidad,
sin cura y sin recuperación Con un dolor a los vientos, sin destino, con un
sufrimiento “vital”, “existencial”.
Por ello nos
refugiamos en nuestro dolor, nos encerramos en su caparazón y no queremos
curarnos.
Sin embargo, por
otra parte, ese dolor nos ahoga, no nos deja vivir. Por momentos no podemos
soportarlo. Y es entonces que intentamos cualquier camino en la búsqueda de
alivio; pero sólo eso: un alivio que permita que el dolor sea soportable o, al
menos manejable.
También puede
pasarnos que tengamos aunque no muy manifiestamente, un oculto deseo de
recuperación, pero que no estemos dispuestos a pasar por esa honda y traumática
etapa de sufrimiento por la que necesariamente se debe atravesar en el camino
de la recuperación.
Es como el enfermo
que desea curarse; pero que no desea pasar por la operación y el tratamiento
adecuado, pues son muy dolorosos.
Sin embargo,
entendemos que la búsqueda de alivio, como comienzo, debe ser suficientemente
valorada y entendida como un paso necesario, aunque no suficiente, del camino
de la recuperación.
Y esto puede verse
claramente en algunas experiencias vividas en grupos de autoayuda, donde
recurrimos en nuestra desesperación, en la búsqueda de alivio y generalmente,
lo encontramos en las primeras reuniones, donde otras personas que han pasado
por nuestra misma experiencia nos confortan y nos dan contención. En un clima
de mutua compresión y en un ejercicio franco y sincero del dolor compartido.
Esa es la primera
etapa: el grupo nos da la acogida, y sólo en él encontramos contención y
sosiego, llegando a sentir que es el único lugar en el mundo en que podemos
encontrarnos cómodos o que sus integrantes son las únicas personas que pueden
entendernos, o con quienes podemos pasar momentos mas o menos prolongados. Llegamos
a desear con ansias cada reunión. Nos entusiasmamos. Y hemos cumplido el primer
objetivo: encontrar algo de alivio, y un ámbito apropiado para la expresión de
nuestro dolor.
Este es un buen
paso. Es el comienzo; la búsqueda de alivio. Es un paso necesario, pero no
suficiente.
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